Mientras no se mutualice la deuda europea, no habrá una verdadera Europa

Sede del Banco Central Europeo.
Sede del Banco Central Europeo.

La actual política monetaria, tan diferente a la de la FED, nos puede llevar a una permanente deflación. O aumenta la velocidad del dinero o difícilmente se moverá la demanda, destaca este autor.

Mientras no se mutualice la deuda europea, no habrá una verdadera Europa

No parecen ser estos malos días para leer -o releer- un libro del año 1919, que parece como si estuviese relatando el acontecer español de estos trascendentales días. Se trata de Las consecuencias económicas de la paz, de John Maynard Keynes. Veamos hasta que punto llega la cercanía con los momentos que vive España, aunque el autor se refiera a otros temas:

(....) La facultad de adaptación es característica de la Humanidad. Pocos son los que se hacen cargo de la condición desusada, inestable, complicada, falta de unidad y transitoria de la organización económica en que ha vivido la Europa occidental durante el último medio siglo. Tomamos por naturales, permanentes y de inexcusable subordinación algunos de nuestros últimos adelantos más particulares y circunstanciales, y, según ellos, trazamos nuestros planes. Sobre esta cimentación falsa y movediza proyectamos la mejora social; levantamos nuestras plataformas políticas; perseguimos nuestras animosidades y nuestras ambiciones personales, y nos sentimos con medios suficientes para atizar, en vez de calmar, el conflicto civil en la familia europea, (aquí habría que cambiar el término europeo por el de español).

Los ricos nuevos del siglo XIX no estaban hechos a grandes gastos, y preferían el poder que les proporcionaba la colocación de su dinero a los placeres de su gasto inmediato. Precisamente la desigualdad de la distribución de la riqueza era la que hacía posibles de hecho aquellas vastas acumulaciones de riqueza fija y de aumentos de capital que distinguían esta época de todas las demás. Aquí descansa, en realidad, la justificación fundamental del sistema capitalista. Si los ricos hubieran gastado su nueva riqueza en sus propios goces, hace mucho tiempo que el mundo hubiera encontrado tal régimen intolerable. Pero, como las abejas, ahorraban y acumulaban, con no menos ventaja para toda la comunidad, aunque a ello los guiaran fines mezquinos.

Las inmensas acumulaciones de capital fijo que con gran beneficio de la Humanidad se constituyeron durante el medio siglo anterior a la guerra, no hubieran podido nunca llegar a formarse en una sociedad en la que la riqueza se hubiera dividido equitativamente. Los ferrocarriles del mundo, que esa época construyó como un monumento a la posteridad, fueron, no menos que las pirámides de Egipto, la obra de un trabajo que no tenía libertad para poder consumir en goces inmediatos la remuneración total de sus esfuerzos.

Así, este notable sistema dependía en su desarrollo de un doble bluff o engaño. De un lado, las clases trabajadoras aceptaban por ignorancia o impotencia, o se las obligaba a aceptar, persuadidas o engañadas por la costumbre, los convencionalismos, la autoridad y el orden bien sentado de la sociedad, una situación en la que sólo podían llamar suyo una parte muy escasa del bizcocho que ellos, la Naturaleza y los capitalistas, contribuían a producir. Y en cambio se permitía a las clases capitalistas llevarse la mejor parte del bizcocho, y además, en principio, eran libres para consumirlo, con la tácita condición, establecida, de que en la práctica consumían muy poco de él. El deber de «ahorrar» constituyó las nueve décimas partes de la virtud, y el aumento del bizcocho fue objeto de verdadera religión. De la privación del pastel surgieron todos aquellos instintos de puritanismo que en otras edades se apartaban del mundo y abandonaban las artes de la producción y las del goce. Y así creció el pastel; pero sin que se apreciara claramente con qué fin. Se exhortó al individuo no tanto a abstenerse en absoluto como a aplazar y a cultivar los placeres de la seguridad y la previsión. Se ahorraba para la vejez o para los hijos; pero sólo en teoría, la virtud del pastel consistía en que no sería consumido nunca, ni por vosotros, ni por vuestros hijos después de vosotros.

Decir esto no significa rebajar las prácticas de esa generación. En la recóndita inconsciencia de su ser, la sociedad sabía lo que había acerca de ello. El pastel era realmente muy pequeño en relación con el apetito de consumo, y si se diera participación a todo el mundo, nadie mejoraría gran cosa con su pedazo. La sociedad trabaja no por el logro de los pequeños placeres de hoy, sino por la seguridad futura y por el mejoramiento de la raza; esto es, por el «progreso».

Factores de inestabildad

Se podría decir mucho más en un intento de describir las particularidades económicas de la Europa de 1914. Hemos escogido como característicos los tres factores más importantes de la inestabilidad:

> la propia inestabilidad de una población excesiva, dependiente para su subsistencia de una organización complicada y artificial;

> la inestabilidad psicológica de las clases trabajadoras y capitalistas,

> y la inestabilidad de las exigencias europeas, acompañada de su total dependencia para su aprovisionamiento de subsistencias del Nuevo Mundo.

Movido por una ilusión insana y un egoísmo sin aprensión, el pueblo alemán subvirtió los cimientos sobre los que todos vivíamos y edificábamos. Y de nuevo todo parece moverse en un mismo campo, aunque de direcciones y supuestos totalmente diferentes, pero el egoísmo sin aprensión se puede ver hoy en una simple lectura:

> En el no a los bonos europeos que acabarían con las tensiones de los bonos soberanos y de verdad unirían Europa, y no esta actitud insolidaria que provocó una desastrosa política de austeridad, la insolidaridad inter-territorial, como sucede en el caso de España.

> En el sí a una política de dinero abundante y barata que nos llevó a la mayor deflación pensada y que de seguir así estaremos en algunas zonas en verdadera depresión.

> En el no a mover la demanda, porque se olvidaron de la velocidad de circulación del dinero, y se indujo a un fortísimo des-apalancamiento. Nadie pide un crédito y los bancos tampoco quieren prestar, y prefieren pagar por sus depósitos antes que prestar.

> En el sí a la unión alemana, donde se hizo el cambio del marco a la par cuando el oriental cotizaba a 10 veces el federal.

La brecha social está abierta

España tendrá que hacer sus reformas, las suyas, para ser miembro de la Unión de la misma forma que puede ser Alemania u Holanda, sino ¿para qué está en la UE y en la eurozona? ¿Para qué las devaluaciones de costes y no de las monedas, para qué? ¿Y una reforma laboral de fuerte ajuste, y de resultados no tan satisfactorios como los deseados, ¿para qué?

Se abrió la brecha social y ahora estamos obligados a reformas pero para mejorar España, cuya permanencia en la Unión debería ser como la que merece la cuarta economía de Europa. Los problemas que tanto nos preocupan casi todos son derivados de una política a ultranza fijada por Europa. El caso catalán tomó aceleración por la insolidaridad europea. Mientras no se mutualice la deuda europea, no habrá una verdadera Europa. La actual política monetaria, tan diferente a la de la FED, nos puede llevar a una permanente deflación. O aumenta la velocidad del dinero o difícilmente se moverá la demanda. Hay cosas que sólo le interesan a los mercados, que con la enorme volatilidad de los valores obtienen buenas rentas: por eso se da precisamente ese pulso de los mercados y los bancos centrales.

El autor del mencionado libro no escribió bajo la influencia de Londres, sino bajo la influencia de París, por alguien que, aun siendo inglés, se sentía también europeo. Así eran los economistas de entonces, empezando por John Maynard Keynes.

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