Un maravilloso concepto llamado coste de oportunidad

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En la ciencia económica existen conceptos extrapolables al estudio de la sociedad, sin que ello implique una visión "economicista". Aportan claridad a la hora de argumentar el consecuencialismo derivado de unas opciones u otras.
Un maravilloso concepto llamado coste de oportunidad

No es la primera vez que en medio de una conversación o de un agradable debate alguien me apunta que mezclo lo económico con lo social; que interpreto todo bajo el yugo de la ciencia económica. Este motivo, que no es mi caso, tiene el nombre de “imperialismo económico” y se produce cuando fenómenos ajenos a la economía son discernidos bajo el prisma del beneficio buscado.

Frente al imperialismo económico, lo que sí opino conveniente es caminar hacia la “consiliencia”, esto es, tender a un marco de entendimiento unificado. Porque las áreas del saber no son autónomas, y menos cuando hablamos de las ciencias sociales.

En este sentido destaca la socioeconomía que, frente a los preceptos del mainstream neoclásico y la figura utilitarista del homo economicus, expresa la necesidad de establecer una aproximación pluricontextual con lo social, lo psicológico, lo histórico, lo filosófico y lo ético.

Más allá, también creo que en la ciencia económica existen conceptos muy concisos que son extrapolables al estudio de la sociedad. Sin que ello tenga que implicar una visión economicista. Simplemente, aportan claridad a la hora de argumentar el consecuencialismo derivado de unas opciones u otras. Dentro de estos conceptos, en el presente artículo destacamos el de coste de oportunidad.

La noción de coste de oportunidad se debe al economista y sociólogo austriaco Fiedrich von Wieser (1914) que lo definió como “el valor de la mejor opción no realizada” o “el valor de la alternativa a la que se renuncia”. Así, y de manera sencilla sírvanos de ejemplo que el “coste” de edificar cincuenta pisos es igual al de una fábrica, una escuela, un barco y varias tiendas u oficinas que hubieran podido edificarse en su lugar (véase Seldon y Pennace, 1968). Otro ejemplo sencillo que expongo en clase es el de la persona que dejándose llevar por los “picos emocionales”, como diría el psicólogo Daniel Kahneman, sale de compras y se gasta un dineral. Llega a su casa y surge la disonancia derivada de la duda sobre lo que acaba de hacer; pues se percata del coste de oportunidad que tiene la acción acometida, cual es dejar de ahorrar para coyunturas desfavorables, o gastar esa cuantía en fines más productivos en el medio y el largo plazo.

Volviendo a su definición, el economista y Premio Nóbel Paul Samuelson (1970) identifica el coste de oportunidad como el total de lo que se sacrifica, cuantitativa y cualitativamente, al tomar una opción en vez de otra. Pero como le digo a los estudiantes, cuestión que por otro lado no es nueva, este término de naturaleza económica sirve para valorar muchas cosas. Con él podemos discernir sobre la ética y sobre la sociedad, y también sobre la integración entre lo social y lo económico.

Así, lo primero que me gustaría expresar es que toda acción tiene un coste de oportunidad; pero este será menor cuanto más prosocial sea el comportamiento, es decir cuanto más contribuya al bien común. De este modo, los costes de oportunidad que exterioriza un sujeto y un grupo honesto (con valores) son menores ―para sí mismos y para el agregado― que los que presenta un individuo o grupo oportunista (que a medio plazo verá reducidos su credibilidad y confiabilidad). Los costes de oportunidad que presenta una sociedad con altos niveles de confianza son menores que los que despliega otra sociedad con un elevado grado de desconfianza y descohesión, que verá reducido su bienestar y observará acrecentados sus costes de transacción económicos; aquí un ejemplo claro es la pérdida de inversión inducida por un entorno poco confiable. Los costes de oportunidad que presenta una institución familiar fuerte ―también para la persona y para el conjunto de la sociedad― son menores que aquellos que se derivan de una institución familiar débil; porque en el último caso decae su capacidad para desarrollar las funciones socioeconómicas que le son propias.

En definitiva y derivado de lo expuesto, exponemos cuatro conclusiones:

1. Determinados conceptos de la ciencia económica son útiles por su claridad cuando se abordan motivos más allá de dicha ciencia. Uno de ellos es el coste de oportunidad.

2. El concepto coste de oportunidad, al igual que sucede con el de capital social, pone de manifiesto la imbricación entre lo social y lo económico. Cualquier acción se puede abordar pensando en el coste de oportunidad que tendrá en términos sociales y, en paralelo, en términos económicos.

3. El estudio del coste de oportunidad debe abordarse bajo el enfoque prosocial; pensando en las implicaciones directas y las externalidades inferidas al resto de personas. En otro caso se caería en el utilitarismo.

4. El concepto coste de oportunidad pone de relieve que las consecuencias de unas elecciones u otras, y unas ideas u otras, no son iguales. Algunas emanan mayor valor porque los costes de oportunidad que llevan asociados son menores. @mundiario

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