Iberoamérica: de los chistes de gallegos al respeto por los nuevos emigrantes

Fotografía de Manuel Ferrol sobre la emigración gallega.
Fotografía de Manuel Ferrol sobre la emigración gallega.

'Erea más bruto que un gallego, que dispara al aire y falla'. Un madrileño emigrado a Uruguay nos cuenta como se ha pasado de los chistes de gallegos al respeto por los nuevos emigrantes.

Iberoamérica: de los chistes de gallegos al respeto por los nuevos emigrantes
Cuando decidí venir a vivir a Uruguay me avisaron que aquí a todos los españoles les llaman 'gallegos', al igual que a los italianos les dicen 'tanos' (napolitanos), a los rubios 'rusos' y a los árabes 'turcos', pues de esas regiones procedían los emigrantes que poblaron el país el siglo pasado. No sólo no me importó que, pese a ser madrileño, me llamasen gallego, sino que hasta me hizo gracia. Tengo buenos amigos y amigas por aquella tierra, por lo que preparé mi respuesta: 'Sí, soy gallego, pero gallego de Madrid'.
 
Al llegar a Montevideo me sorprendió comprobar que “gallego” no sólo era sinónimo de español, sino también de bruto, de bobo. A los dos lados del Río de la Plata proliferan los chistes de gallegos: '¿Quiénes inventaron el bidet?... los gallegos, quisieron hacer una ducha y les salió para el orto'... '¿Cómo se sabe cuando un gallego robó un banco?... porque hace un boquete para entrar y otro para salir'... 'Había un gallego tan bruto, tan bruto, que tiró un tiro al aire y le erró'. Los chistes no son originales, sólo hay que cambiar 'gallegos' por 'leperos' o 'Jaimito' y los habremos escuchado mil veces en distintos lugares, pero denotan el estereotipo que se tiene de los emigrantes gallegos que llegaron a Argentina y Uruguay en los años 50.
 
Mi suegro Alejandro, uruguayo de padres polacos, todavía recuerda como los gallegos llegaban a su carpintería recién bajados del barco y tocaban la puerta buscando trabajo. Alguno venía directo de los montes de Ourense, hablando un gallego cerrado que costaba entender, pero siempre eran bien recibidos. Llegaban desesperados, huyendo de la hambruna de la posguerra, con poca cultura pero muchas ganas de trabajar. Y por eso eran acogidos. 'Buenos laburadores, respetuosos y muy educados', recalca Alejandro. Además venían con el oficio, eran muy habilidosos con las manos y muy orgullosos de su labor. En la época de máximo apogeo la carpintería llegó a tener 25 trabajadores, la mayoría de ellos gallegos. Muchos de ellos se independizaron y abrieron su propio negocio, porque si por algo se caracterizaba al emigrante de entonces, además de su capacidad para el trabajo, era por no tener miedo a emprender. Casi todos los bares y cafeterías de entonces que todavía perduran en Montevideo fueron montados por gallegos. 
 
Pasaron las décadas, pero los chistes de gallegos se mantienen, aunque ya no queden gallegos brutos para certificar su procedencia. Los nuevos emigrantes españoles no llegan en barco sino en avión y vienen desde todas las partes del país. Son periodistas, profesores, cooperantes... nada que recuerde a los aldeanos de hace 60 años. El sábado pasado muchos de ellos se juntaron en el Parque Rodó formando la segunda asamblea de Podemos en Uruguay. Gracias a las redes sociales están conectados y tienen muy claro que no han emigrado por gusto sino expulsados por el desempleo y las políticas económicas de la Unión Europea. Hay unión, conciencia social y un sentimiento de no desentenderse de la política española si se quiere cambiar las cosas.
 
Han pasado nueve meses desde que estoy en Montevideo y sólo me han llamado gallego una vez, en una entrevista de trabajo. Mi interlocutor no lo dijo para ofender, sino por simpatizar, incluso me pidió permiso. ¿Puedo llamarte gallego? Llámame como quieras, le dije, pero llámame.
 
 

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