La falta de natalidad extermina el estado de bienestar europeo

Nacimiento. / RR SS.
Nacimiento. / RR SS.

Europa se enfrenta a numerosos desafíos. Uno de ellos es el bajo índice de natalidad y el futuro de su estado de bienestar que en algunos países ya dedica más de un tercio de su PIB.

 

La falta de natalidad extermina el estado de bienestar europeo

La baja demografía está exterminando Europa. A este paso, muchos países europeos, con tasas negativas de natalidad, ponen en serio peligro el estado de bienestar o “la economía social de mercado” como llaman los economistas. 

Las voces de alarma se han dado en algunas cancillerías que ven cómo sus niveles demográficos se han situado a baremos propios de la II Guerra Mundial, afectando a la estabilidad y la paz interna. Solo los índices demográficos españoles en el primer semestre del 2022 han descendido a niveles históricos y confirman la tendencia bajista desde 1960.

Si Europa se ha caracterizado por algo ha sido por sus prestaciones sociales a los más desfavorecidos para contener la exclusión social, en comparación con otros países capitalistas. Pese a todo, países como Francia han contabilizado un retroceso de la natalidad como nunca antes visto del 13%, Italia del 22%, Portugal del 40% y España del 23%. En Alemania hace tiempo que pese a sus envidiosas prestaciones públicas sigue padeciendo una población mayoritariamente senior y de jubilados que sufraga el Estado, gracias a ser uno de los países más ricos del mundo.

Sin embargo, a medida que pasan los años, el bienestar social no sólo de España sino de todos esos países vecinos con una fecundidad técnicamente negativa, asumen el riesgo de conflictos sociales, estallidos raciales y políticas populistas que pueden acarrear serias jaquecas a la democracia en Europa.

 Si la pandemia, el cambio climático, las crisis económicas y las guerras nos afectan a la hora de crear pareja y traer descendencia, más lo hace la precariedad laboral, la falta de acceso de viviendas asequibles, las largas de listas de espera en la sanidad, la falta de plazas escolares y la carestía de la vida con una inflación histórica en Europa impropia desde 1945.

España lidera la más baja demografía en Europa

En el caso de España con la tasa natalidad más baja en generaciones en toda Europa tras Malta no es por culpa de Rusia ni de Argelia o Marruecos. Sino de las basculantes políticas de apoyo a la familia casi ridículas desde la transición, agravadas con las crisis permanentes (incluida la pandemia del Covid), provocando que las nuevas generaciones como los millennials -en cada vez más precario estado laboral- rehúyan de traer descendencia al mundo.

Sin embargo, con 47 millones de habitantes, a este paso y sin descendencia pronto necesitaremos importar migrantes de donde sea que coticen urgentemente a la Seguridad Social y sufraguen con los impuestos todo ese entramado de prestaciones sociales como pensiones, seguro de desempleo, dependencia, educación, pero también sanidad, investigación y otros capítulos más.

Ninguno de los últimos gobiernos de España parecen prestar suficiente atención a las ayudas a las familias que incentiven la procreación, más allá de “cheques bebés” simbólicos. Al contrario, sus cortas medidas electorales han ignorado casi siempre la familia aunque nunca lo admitan. 

Véase si no las parcas ayudas sociales a los hijos, a las jóvenes parejas, los persistentes obstáculos al acceso de la vivienda, alquileres asequibles, la falta de conciliación, la precariedad laboral o el histórico paro juvenil más alto de Europa mientras derrochamos en chiringuitos y gasto público improductivo, sin distinción del color político.

También se echa de menos un tratamiento fiscal menos oneroso para fomentar la natalidad y el fomento de familias que garanticen el futuro como país. Nos falta un buen número de mano de obra cualificada y no tan cualificada en distintos ámbitos de la economía. 

Pero al paso que vamos, también nos está faltando descendencia para abordar el relevo generacional en el campo, la agricultura, la industria, la artesanía, el comercio, la construcción o hasta el turismo e incluso para captar talento en empleos altamente tecnológicos de más demanda actualmente.

El último plan del gobierno español de legalizar medio millón de migrantes sin papeles podría paliar muy levemente la situación. La economía social de mercado pierde anualmente en la UE del orden de 30.000 millones de euros por falta de mano de obra.  

Sólo a España le tocaría cubrir más de 13 millones de empleos vacantes. Unas vacantes que hoy por hoy no cotizan ni ingresan a las arcas del estado para financiar el estado de bienestar redistribuyendo la renta y  agravando el actual déficit de la Seguridad Social en casi mil millones de euros mientras las cotizaciones sociales no dejan de subir hasta totalizar los 46.000 millones anuales.

Los vaivenes en política se demuestran en diversos ejemplos. Uno de ellos sin ir más lejos. Hay formaciones políticas entre nuestras filas del gobierno que abroncan a los turistas que dinamizan la economía local mientras se postulan por atraer a sin papeles. 

Las nuevas políticas de variado género e igualdad, junto a otras muchas recaudatorias de tipo fiscal que inciden en la familia, tampoco redundan en una mayor demografía alejando en España el rol de ser mamá y retrasando la maternidad a pesar de ser una de nuestras prioridades por seguridad nacional.

A los problemas domésticos hay que añadirles otros políticos y geoestratégicos para el conjunto de Europa. La llegada masiva de migrantes puede conceder un cierto respiro a la economía social de mercado, pero crea otro de tipo racial. Los millones de migrantes contabilizados en los últimos años (pateras, refugiados, exiliados, demandantes de asilo o desplazados de conflictos mayoritariamente islámicos) y la falta de integración social con la cultura europea está generando un clímax explosivo de convivencia en Europa sin suficiente atención política que no sea la puramente electoralista.

Ni la lenta islamización de Europa ni los riesgos de la globalización o de la revolución ecodigital son nada nuevos. Sufragar con millonarias ayudas a esos países de origen para evitar las migraciones no evita que sigan llegando masivamente a suelo europeo a los que hay que mantener una vez en tierra a cuenta de inflar las partidas del gasto social. 

Nos enfrentamos a conflictos internos

La guerra en Ucrania y los millones de desplazados por toda Europa han puesto a prueba una vez más nuestro estado de bienestar. Con la demografía por los suelos, en algunos países de acogida con más fallecimientos que nacimientos, no se augura tampoco nada bueno para sus arcas sin rescates.

Las tensiones propias por el reparto de migrantes en el seno de la UE se puede recrudecer cuando la industria, la economía y el comercio se colapsen por falta de relevo generacional y mano de obra cualificada. La conservadora Europa no lleva muy bien ni eso de cambiar el huso horario por falta de consenso ni alterar su zona de confort. 

No son pocos los expertos que advierten de mayores  flujos migratorios hacia Europa con motivo de otras causas distintas a las guerras, como: sequía, desastres naturales, cambio climático, pobreza y el ansiado sueño europeo por razones económicas.

Aún cuando suplamos tan baja natalidad con los migrantes tampoco  solucionarían los problemas derivados del paro, de falta de viviendas, la sobreexplotación de recursos naturales, la excesiva urbanización de las ciudades y el abandono del entorno rural.

El Estado de bienestar que protege a parados, enfermos, jubilados, dependientes y bolsas de pobreza así como financia la enseñanza pública, la sanidad y el transporte entre  otros tiene un alto precio por la escasez de cotizantes para contener los desafíos demográficos, políticos, financieros y sociales. Según la OCDE el bienestar de los europeos -insólito en todo el mundo-  dedica entre el 14% del PIB en Estonia hasta el 31% en Francia. 

El caso de España a diferencia de otros países vecinos merece mención aparte porque pagamos dos veces. Aunque nuestros impuestos financian todas esas partidas del estado de bienestar,  bien es cierto que su ineficacia y escasa excelencia nos lleva a pagar por segunda vez de los bolsillos una sanidad y enseñanza privadas de aparente más alta calidad, los peajes de carreteras ya amortizadas, las academias de idiomas de nuestros hijos por incompetencia escolar, la seguridad ciudadana con numerosos cuerpos públicos y privados,  la  duplicidad de competencias públicas así como el desmesurado número de políticos improductivos entre otros. Ese doble gasto que se ahorran otros europeos más prósperos.

Pero a la parca natalidad europea se le une también la explosión de la población anciana y los casos de dependencia. Si en 2001, el índice de dependencia se situaba en el 26%, lo que supone cuatro adultos en edad laboral por cada europeo mayor de 65 años. Actualmente, la tasa de dependencia es del 35%, equivalente a tres adultos por anciano.

Cuando las prestaciones sociales escaseen por falta de recursos e ingresos, puede que generen tensiones y conflictos nacionales que se extiendan y contagien a otros países. Costear  los efectos de las crisis, el cambio climático y el desafío digital con fondos europeos está muy bien pero no trascienden medidas a favor de la natalidad europea. 

La decadente UE dormida como (casi) siempre, a la espera de improvisar nuevas políticas de calado. Fue en noviembre del año pasado cuando la UE nombró a un grupo de trabajo para trabajar por el futuro del estado de bienestar compuesto por expertos de varios países menos del español. 

España por eso demuestra estar imbuida más por el pasado sin mirar al presente como para atender el futuro. Sin iniciativas propias al final haremos lo que mande Bruselas aunque muchas veces la UE espere en vano propuestas nuestras de calado  para negociar. 

Está visto que los problemas a largo plazo nos traen al pairo. Al contrario, los escondemos o incluso minimizamos para traspasar la responsabilidad política a sus sucesores en el banquillo azul. @mundiario

 

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