No puede echarse mano de la crisis como salvoconducto de todos los males

Durante el franquismo, la pertinaz sequía era la responsable de buena parte de los males.
Durante el franquismo, la pertinaz sequía era la responsable de buena parte de los males.

¿Qué podemos hacer con el atuendo de una administración de dineros públicos vergonzosamente frívola e ineficaz, de la que, por supuesto, ningún responsable va a responder?

No puede echarse mano de la crisis como salvoconducto de todos los males

Endosar hoy a la pertinacia de la crisis, por ejemplo, un bochornoso desatino como la gestación, planificación y desarrollo del auditorio de Vigo es querer vestir con ropa nueva un traje viejo y con remiendos, el atuendo de una administración de dineros públicos vergonzosamente frívola e ineficaz, de la que, por supuesto, ningún responsable va a responder.

 

Pertinaz es un hermoso adjetivo, introducido en el siglo XV por vía culta en el caudal de la lengua, que los españolitos de la posguerra, a pesar del incultivo general de la población de entonces, conocían bien gracias a aquella voz engolada del locutor de los Nodos. El prólogo de la película, en efecto, podía aderezarse con la Semana Santa en Murcia, rendida de fervor popular ante la imaginería de Salzillo, la inauguración del último pantano por Su Excelencia el Jefe del Estado o un reportaje de los campos de Levante víctimas de la pertinaz sequía. La pertinaz sequía devenía, así, una especie de enemigo invisible, a quien, con harta rentabilidad política, el Régimen imputaba daños, hambrunas y migraciones causados exclusivamente por una escandalosa atrofia de la gestión de los recursos.

Mudados los tiempos, yo creo que culpar hoy a la crisis económica de todos los males que aquejan a nuestra sociedad, muchos de los cuales, por cierto, ya la aquejaban hace años cuando se vivía y, sobre todo, se gastaba a lo loco, se está convirtiendo en una suerte de moderna pertinaz sequía, un salvoconduto o comodín para justificar la inoperancia, la absoluta ausencia de planificación, el imperio de la improvisación, la falta de estímulo o la endémica insensatez en el destino de dineros públicos por parte de irresponsables, ignorantes e indocumentados disfrazados de gestores inteligentes y políticos modernos. Endosar hoy a la pertinacia de la crisis, por ejemplo, un bochornoso desatino como la gestación, planificación y desarrollo del auditorio de Vigo es querer vestir con ropa nueva un traje viejo y con remiendos, el atuendo de una administración de dineros públicos vergonzosamente frívola e ineficaz, de la que, por supuesto, ningún responsable va a responder. Si, desde mi modesta responsabilidad en la labor pública, tuviera que dar cuenta ya no digo de 90 millones, sino de 50000 euros tirados por la alcantarilla, claro que sería víctima de un insomnio, este sí, bien pertinaz.

Pero, en fin, cuando se trata de políticos, semeja invadir el sentido colectivo una inexplicable tolerancia frente al derroche, una indulgencia que sigue, de momento, garantizando el statu quo para que presidentes, consejeros, alcaldes, concejales, directores generales, secretarios y parlamentarios continúen disfrutando de una arcadia, tibia y anestésica, traducida (y eso si son honestos)  en suculentas nóminas mensuales y el glamur de la efímera popularidad por hacer no se sabe muy bien qué.

El drama social
Fuera de esta turris eburnea, el moderno tercer estado, las familias de la calle, las de la microeconomía, el umbral de la pobreza y el desempleo componen el drama de una sociedad sumida en la náusea mientras, alrededor, acaso como símbolos de la apoteosis, sucumben empresas que habían llegado a ser en nuestras vidas algo más que empresas. El reciente adiós de los colchones Pikolín o los últimos donuts de Panrico, consecuencias de la crisis pertinaz, son escenas más tristes y significativas que los más alarmantes datos macroeconómicos.
Un consejo: hasta que todo reviente, que reventará, eche usted mano de la vieja e intemporal filosofía: Sic transit gloria mundi.  Es de manual en tiempos adversos.

 

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