Argentina y la pasión suicida por el dólar: Mitos y verdades sobre una desquiciada obsesión

La economía bimonetaria, un riesgo que atenta contra el desarrollo.
La economía bimonetaria, un riesgo que atenta contra el desarrollo.
Argentina es el país del mundo con mayor cantidad de dólares per cápita. Crisis, inflación y 'default' son los argumentos esgrimidos por los monetaristas para explicar este comportamiento.
Argentina y la pasión suicida por el dólar: Mitos y verdades sobre una desquiciada obsesión

Pocos recapacitan sobre la moneda como mercancía. La moneda es un objeto de cambio y su circulación es sujeto de balances. No hay diferencias entre comprar cien mil autos fabricados en Detroit o importar 1.000 millones de dólares: las casas de cambio venden una mercancía importada como una automotriz ofrece los modelos de Ford.

El paradigma neoliberal impuesto en la Argentina a fuerza por la dictadura militar fue la victoria más duradera de aquel genocidio. Durante esta década, el país se convirtió en vanguardia mundial en cuanto al juzgamiento de los torturadores. Inclusive, ahora se avanza, con mucha mayor resistencia, con los ideólogos civiles. Pero la constitución de una economía bimonetaria se instaló con fuerza en el consciente y subconsciente como una bola de hierro que atenta contra el propio desarrollo.

El problema más grave de la economía argentina ha sido, durante estas décadas, de la fuga de capitales, en todas sus variantes: depósitos legales en el exterior, transferencias ilegales de evasión, o del ahorrista que cree usa sus ahorros para comprar dólares y guardarlos en una caja de zapatos. Todos los casos implican un drenaje de recursos del sistema financiero del único bien que un país no puede fabricar, salvo Estados Unidos.

El PBI argentino es de unos 750.000 millones de dólares y se estima que hay depositados en el exterior, en su mayoría, paraísos fiscales, unos 180.000 millones. A esto habría que sumar otros 25.000 millones que están fronteras adentro pero fuera del circuito financiero, aunque otros cálculos lo estiman en el doble. Argentina es el segundo país del mundo con más dólares per cápita, obviamente el primero es Estados Unidos. Rusia el tercero.

La última crisis económica que desestabilizó a la Argentina en todos sus estamentos, que derivó en el corralito financiero de 2001, fue precedido por un “blindaje” y un “Megacanje” con el FMI, que fue básicamente una toma descomunal de deuda para financiar la fuga de capitales. De hecho, la simetría de la deuda externa argentina es gemela al monto de capitales fugados.

El bombardeo informativo al que es sometido el ciudadano promedio le hace creer cualquier tipo de fantasía. Los economistas de corte monetarista (neoliberales) acusan a la emisión monetaria como pilar de la inflación, y a esta como madre del desastre. Dos mentiras harto probadas, porque la totalmente liberalizada economía de Corea del Sur desde hace décadas que cabalga su crecimiento industrial con un 20% de inflación anual.

Que la emisión genere inflación está instalado en el “sentido común” de la doctrina de los medios de comunicación, fundaciones y economistas subsidiarios, junto a una dirigencia política carente de ideas. Por citar dos casos que deberían servir para desterrar este absurdo sin mayor elaboración:

  1. La emisión puede ser usada para crédito industrial (a veces no es siquiera impresión de moneda sino crédito fiscal) lo que redunda en una mayor producción y oferta de mercaderías, por lo que los precios deberían bajar o al menos, mantenerse.
  2. Estados Unidos financia su aparato militar con un presupuesto duplicado en la última década a base de emisión, en un contexto completamente recesivo, de menor consumo y recaudación impositiva. Del mismo modo los “rescates” a la banca se efectivizaron de ese modo. Y los precios se mantienen estables.

De hecho, el descontrol al que Estados Unidos llevó al mundo emitiendo moneda debería haber desterrado al dólar como moneda de ahorro. Cada vez son más los países que prescinden de esa moneda para sus intercambios en cualquier parte del mundo. China, Rusia, India, Brasil, Sudáfrica (los BRIC) redujeron sus reservas en dólares y firmaron decenas de acuerdos para realizar comercios bilaterales en moneda local.

En Brasil, por cada persona se estima una tenencia de 6 dólares, mientras que en Argentina la cifra asciende a los 2000 dólares. Así, la moneda estadounidense se convirtió en una herramienta de desestabilización política y social con mayor o menor éxito, dependiendo de la voluntad política de enfrentarla. Las corridas financieras forzaron a Raúl Alfonsín a abandonar anticipadamente el gobierno en 1989; la fantasía de los ’90 con la paridad cambiaria 1 a 1 con el dólar disparo la desocupación, el endeudamiento y la fuga de capitales; el gobierno de Fernando de la Rúa terminó a mitad de mandato con un corralito.

El actual gobierno resistió decenas de corridas cambiarias porque logró recomponer las reservas del Banco Central y redujo la deuda externa cortando la tutela del FMI. Pero la divisa sigue actuando como un fetiche suicida.

Para explicar esta anomalía argentina se argumenta que el dólar es un refugio seguro ante las cíclicas crisis y devaluaciones. Este argumento se derrumba precisamente ante el ejemplo de Brasil. En un estudio del periodista Alfredo Zaiat se refleja que Argentina entró en default en siete ocasiones desde su independencia en 1816, mientras que Brasil desde 1822 entró en cesación de pagos en nueve oportunidades. Desde 1974 Brasil tuvo índices inflacionarios del 30%, entre 1982 a 1994 no bajó del 100% anual, con picos de 235% (1985). Entre 1988 a 1994 osciló entre el 1000% y el 2946%.

Pero en Brasil el dólar está lejos de ser una obsesión. Las viviendas, ahorros y bienes de capital se comercializan en reales, y se piensan en reales. En Argentina, aunque el cemento, los sueldos de la construcción, el combustible y todos los insumos se venden en pesos, las viviendas se tasan en dólares y transan, en la mayoría de los casos, en efectivo.

Invertir en acciones durante la última década, con un PBI creciendo casi todos los años a un 8% y a menor ritmo, pero nunca cayendo, en los últimos dos, era la mejor opción para un ahorrista argentino. En segundo caso el plazo fijo. Si compitiera contra la inflación, el que ahorra en dólares perdió capital en la última década.

Pero la colonización cultural hace persistir en esta tendencia suicida, empujada por un empresariado que quiere fugar dinero barato para reclamar devaluaciones brutales que le permitan licuar costos locales.  Lo curioso es el razonamiento perverso de ese empresariado, industrial, agrario y financiero, que tuvo el mayor crecimiento en sus ganancias en la historia de la Argentina, con un mercado interno que se recompuso con la desocupación más baja de las últimas cuatro décadas e insiste en priorizar el modelo rentista.

No es una matriz económica la demencia por el dólar, sino el resultado de una colonización cultural que llevará mucho más tiempo del deseable poder desterrar.

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