Rehenes del disparate

rehenes disparate

Este fin de semana y, ante las miradas de todo el mundo, el fútbol argentino volvió a mostrar su faceta más triste

Lo venía “jugando” en mi cabeza. Durante dos semanas traté de no mirar la televisión pero la intriga me invadía ¿Cómo jugaría River? ¿Cómo lo haría Boca? Así y todo luchaba contra mí y la vorágine que surgía desde diferentes grupos de WhatsApp (¡Que difícil tratar de aislarse en los tiempos que corren!) Traté de ser maduro e indiferente de lo que realmente me importaba. Toda una utopía.
 
El sábado a la noche llegué a mi casa con una sensación indescriptible y taciturna frente a los sucesos. En la soledad nocturna y, mientras las horas pasaban, me empezó a bajar al cuerpo la ansiedad y la zozobra de lo vivido. En ese “juego” imaginario, sentía que debía estar en ese mismo instante siendo víctima de alguna chicana inoportuna o compartiendo mi alegría con amigos. Me pasaron tantas sensaciones con relación a este partido que todo lo vivido me dejó nocaut. Que locura todo.
 
Tristeza y desazón. Las seis horas en el Monumental me dejaron desganado. Horas eternas compartidas con extraños que no entendían nada de lo que pasaba. De refilón mirábamos las pantallas que cuelgan de la platea San Martín tratando de entender el porqué de la demora, algo que se hacía imposible, entre el reflejo del extenuante sol y la poca información que brindaba el periodismo. Hablaba con otro que escuchaba la radio. Todos esfuerzos inútiles, nadie entendía nada. 
 
Famoso en otras tierras por su desmesurada pasión, el fútbol argentino tenía una oportunidad única de mostrar a sus dos más grandes equipos disputando la final del torneo más importante de América. La tiranía del destino quiso que la final fuera entre River y Boca, entre Boca y River. Una ocasión que se hizo añicos por los lamentables hechos que se dieron cita a un puñado de cuadras del estadio, con el siniestro y cobarde ataque al micro que llevaba a los jugadores de Boca. 
 
La responsabilidad de lo que pasó es compartida, desde el “ingenuo” operativo policial –días anteriores y el mismo día del partido– hasta la barbarie de algunos simpatizantes, sin dejar de lado el inoperante accionar de la Conmebol. Todos los hechos develan como trasfondo el crítico estado en el que está inmersa nuestra sociedad cuya cultura devela un serio deterioro, producto de la agresividad e irracionalidad, entre otras nefastas cualidades. Lo presenciamos en lo sucedido en Nuñez el fin de semana, pero también lo vimos por estos días, en el ataque de las barras de All Boys y los enfrentamientos entre la gente y la policía frente a la Legislatura porteña y el Congreso. Las imágenes de estos días son las que se repiten constantemente en los partidos del fútbol sudamericano con micros rotos, jugadores agredidos y maltrato policial. Todo en el marco del mal llamado folklore. Tristemente, pareciera que todo se empieza a reducir en una mera cuestión de puntería.
 
Vivimos en una sociedad que se abraza al fútbol como un ente salvador de nuestras vidas. Todo eso, acrecentado por el poder de las redes sociales y la irresponsable labor del periodismo deportivo comulgan en un cocktail explosivo. Duele escuchar o leer a colegas que hablan desde el desconocimiento (en algunos casos sin haber pisado nunca una cancha de fútbol) tirando frases hechas, sin medir el impacto de sus declaraciones. En algunos casos son periodistas que fomentan la violencia dialéctica, desde la defensa de los colores de su equipo hasta la protección de los intereses porque “el show debe seguir”. Titulares como “la madre de todas las batallas” o “la final del mundo, a todo o nada” solo actúan como un fósforo en un océano de nafta.
 
Lo sucedido tiene tantas aristas que el análisis de estas líneas quedará inevitablemente corto. Molesta ver como muchos se deslindan de sus responsabilidades, en especial la Conmebol, que nos dejó rehenes del show a quienes fuimos a la cancha, en una situación que no fue catastrófica de milagro. La resolución debió tomarse el mismo sábado a la noche, suspendiendo el partido, no postergándolo. El negocio es tan fuerte que deja obnubilado el sentido común, aunque esto lleve la situación al extremo de lo irracional. No sea cosa que el mundo se pierda “la final de todos los tiempos”.
 
La sensación de formar parte de todo esta pantomima es lo que más duele. El abandono de la racionalidad, cooptados por la pasión, nos llevó a volver al estadio el día después de la barbarie. 24 horas después de las nefastas imágenes de los policías reprimiendo hinchas que querían escaparse del salvajismo, del ómnibus estallado, de la mujer que encintó a un nene con bengalas para evitar el cacheo y tantos sucesos más que son de público conocimiento que hacen que todo vuelva a foja cero y que hablan de un país que perdió por goleada. Ya nada será igual, ni siquiera el partido de fútbol más importante de la historia, que quedó reducido a un partido más, la final de Copa más devaluada de la historia. Ojalá alguna vez prime el sentido común, se entienda que el fútbol así no da para más y todos comprendamos, de una buena vez, que esto solamente se trata de un partido de fútbol.  @mundiario

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