Olvidemos nuestro enfado...

Augusto César Lendoiro posando con los títulos del Deportivo. / marca.com
Augusto César Lendoiro. / marca.com

El Deportivo precisa la unión de todos, porque ascender es mucho más que un objetivo, diría que casi es una obligación. Que nadie se olvide de que para ello todos somos muy necesarios. ¿Sería el regreso de Juan Carlos Valerón, como pretende Miguel Otero, una de las prótesis perfectas para intentar curar la fractura?

Olvidemos nuestro enfado...

Mañana se cumplen 26 años desde que se obligó al Deportivo de La Coruña, y a la práctica totalidad de los clubes españoles, a convertirse en sociedades anónimas deportivas. Para nosotros eran momentos muy complicados en lo económico, pero felices en el aspecto futbolístico. Después de casi veinte años de “longa noite de pedra”, sin paso por Primera, y con caídas en Segunda B y Tercera, habíamos logrado asentarnos en la máxima categoría, tras superar al Betis en una agónica promoción. 

Mientras toda España se preguntaba a quienes correspondía la propiedad de los entonces clubes, interrogante a la que la inmensa mayoría de las entidades no le daban, o no le querían dar, una clara respuesta, para nosotros no ofrecía duda: los dueños del Deportivo eran los 20.000 socios/abonados con los que contaba en 1992. Esa fue la filosofía por la que se devolvió la naciente SAD a los únicos propietarios del antiguo club.

Si ellos eran los propietarios nos conducía  al absurdo de que tuviesen que pagar por lo que ya era suyo, de ahí que sólo se les exigiese fidelidad. Adquirían dos acciones por 20.000 pesetas (120€) y recibían 40,000 pesetas (240€) en descuentos de sus carnets de abonados durante cuatro años. Así, con una actuación única en España, se selló la unión del deportivismo porque la SAD seguía siendo de todos.

Fue un ejemplo de justicia social que marcó en muchas personas un profundo sentimiento blanquiazul. La conversión en SAD se convirtió en un ejemplo nacional, sin otros casos similares, y en una curiosa operación de crédito de los deportivistas a la entidad, que ésta premiaba con un interés medio superior al 25% anual.

Esta decisión, única en España, permitió a más de veinte mil deportivistas seguir siendo los propietarios de su club sin coste alguno. Era justo. Se les devolvía lo que ya era suyo, a diferencia de otros muchos clubes que no lo hicieron con sus seguidores. Se trataba de conseguir la unión de todos a través de un denominador común, la fidelidad. 

Eso hizo que la fractura de todo tipo que existía cuando llegamos en 1988 soldó cuatro años más tarde. Entre todos creamos una ilusión colectiva, que generó un Deportivo triunfador europeo, sustituto de aquel Coruña con el que se nos conocía en España, cuyo nombre sonaba de vez en cuando en “Carrusel” y figuraba, sólo en ocasiones, en los impresos de las quinielas de la época.

... Y volvamos al amor

Hoy,  de nuevo, vivimos una situación muy complicada, aunque distinta. Los derechos televisivos y la ayuda al descenso han ayudado a mejorar el apartado económico, pero deportivamente hemos regresado al infierno de Segunda y en lo social la situación es más que preocupante desde la gestión del asesinato de Jimmy, cuyo caso ayer ha quedado increíblemente sobreseído. Es, pues, evidente la división que existe, lo que, unido al delicado momento futbolístico, puede derivar en peligro de naufragio, utilizando una expresión marinera tan en boga en el marketing del club. 

Por eso creo que ha llegado el momento del deportivismo con mayúsculas. Pensar más en lo que nos une que en lo que nos separa. Se dirá que no es el momento idóneo, para la unión las vísperas de la celebración de unas elecciones, pero es lo que toca. Yo,  con  la llegada de Seedorf había pedido máxima unión alrededor del mister y elecciones al finalizar la Liga, justo antes de que se tomasen decisiones que entendía fundamentales para el futuro como los nombramientos de director deportivo y entrenador; salidas y entradas de jugadores ... Es probable que  “las elecciones” ni lleguen bien, ni en el momento oportuno, pero llegan, y, al parecer, sin “oposición en vivo”.

Pero si todos estamos de acuerdo que para conseguir la unión no es buena época la electoral, peor es aún que ese periodo se vea agravado por gestos de cierta soberbia... y la aparición en escena del juzgado. Es indudable que nunca el recurso a los jueces fue el mejor camino para soldar fracturas personales o sociales, pero también es cierto que es muy difícil de encajar que se ponga en duda la legitimidad de las firmas para la celebración de una asamblea solicitada por más del 5% de los accionistas, o que se modifique, de repente, la fórmula tradicional de la delegación de acciones, o se niegue inicialmente la posibilidad de ver el libro de quienes son los dueños de la sociedad, o aparezcan sombras sobre la última ampliación de capital, o ...

A la vista está que son muchas las cosas que nos separan, pero, sin duda, son más, y de mayor trascendencia, las que nos unen. Es preciso volver a la unidad, al “espíritu del 92”, a los orígenes de nuestra ilusionante época moderna. Para ello propongo que todos hagamos nuestra la preciosa encomienda de Marie Laforet cuando empujaba a la buena gente a dejar atrás  las diferencias, al tiempo que nos marcaba el camino con aquello de “olvidemos nuestro enfado y volvamos al amor”.

El Deportivo precisa la unión de todos, porque ascender esta temporada es mucho más que un objetivo, yo diría que casi es una obligación. Que nadie se olvide de que para ello todos somos muy necesarios. ¿Sería el regreso de Juan Carlos Valerón, como pretende Miguel Otero, una de las prótesis perfectas para intentar curar la fractura? Reflexionemos... “y volvamos al amor”. @mundiario

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