Tras la muerte de Jimmy, ¿es posible erradicar la violencia de los campos de fútbol?

Liga de Fútbol Profesional. / Aitor Alcaide
Liga de Fútbol Profesional. / Aitor Alcaide

Para acabar con la violencia en el fútbol hay que implantar determinada educación en todos los ámbitos: jugadores, directivos, periodistas forofos y, por supuesto, el público.

Tras la muerte de Jimmy, ¿es posible erradicar la violencia de los campos de fútbol?

Para acabar con la violencia en el fútbol hay que implantar determinada educación en todos los ámbitos: jugadores, directivos, periodistas forofos y, por supuesto, el público.

Gracias a la generosidad de mi buen amigo Javier, desde hace seis años acudo cada quincena al Santiago Bernabéu a acompañar a mi hijo —muy a mi pesar he de decir, pues el muy bribón desoye mis doctos consejos y se hace seguidor del equipo blanco en lugar del equipo de mis amores, el Real Racing Club de Santander—. En este tiempo jamás hemos tenido ningún incidente, y ni siquiera hemos sentido el más mínimo sentimiento de peligrosidad por acudir al fútbol, al contrario, lo vivimos como un momento entrañable y divertido. Y eso que hemos vivido los partidos-guerrilla con Mourinho en el banquillo merengue.

Tras el asesinato de Francisco Javier Romero, Jimmy el pasado domingo en una pelea entre aficionados —o quizá deberíamos decir descerebrados seguidores— del Atlético de Madrid y del Deportivo de La Coruña, han sido muchas las voces reclamando el fin de la violencia en el fútbol —incluso del propio fútbol de la sociedad—. Quienes organizan encuentros para pegarse son unos delincuentes que se escudan en el fútbol. No creo que nadie en su sano juicio se pueda enfadar con otra persona por ser de otro equipo. La Liga de Fútbol Profesional (LFP), el Consejo Superior de Deportes (CSD) y la Federación Española de Fútbol (RFEF) mantuvieron una reunión en la que acordaron cerrar gradas, perder puntos e incluso descender de categoría a los clubes que colaboren directa o indirectamente con los ultras.

Es cierto que en el fútbol sobra mucha gente, pero no solo vándalos disfrazados de seguidores, sino jugadores, directivos, periodistas forofos, etc. Todo sería más sencillo si la gente tuviera esa cosa tan extraña que se llama educación. Educación que empieza por los propios protagonistas. Es inaceptable que los jugadores finjan para engañar al arbitro, o que incluso agredan subrepticiamente al adversario. O que los directivos apoyen a estos grupos violentos para perpetuarse en el sillón, o que faciliten entradas o viajes a gentuza que se escuda en el fútbol para desbocar su frustración. Educación es que las declaraciones, los análisis y la moviola pospartido no incluyan descalificaciones. También es impedir que en los cánticos de los aficionados se insulte al rival o se imiten sonidos simiescos cuando es un jugador negro quien tiene el balón. En resumen, educación es ir al fútbol a disfrutar. Como hago yo y como hacemos la mayoría de las personas que vamos al estadio. Incluir a todos en el mismo saco es una injusticia. Y si alguno, se llame como se llame, no cumple las normas se le echa a la calle, pero claro ¿quién es el valiente que se atreve a quitar el circo a esta sociedad?

Piensen. Sean buenos.

> La canción regalo de hoy, siguiendo el consejo musical de Bagatela, es Fever, fiebre, que concentra la idea de cuando la pasión se convierte en una pasión enfermiza. Con todos ustedes: The Black Keys.

 

Comentarios