La falta de evolución de la Fórmula 1 llevaba la competición a un callejón sin salida

El nuevo reglamento podría acabar con el dominio de Red Bull/infiniti-redbullracing.com
El nuevo reglamento podría acabar con el dominio de Red Bull / infiniti-redbullracing.com

Nueva serie. El mundial de Fórmula 1 había perdido gran parte de sus alicientes debido a un reglamento que limitaba en exceso la iniciativa de los fabricantes.

La falta de evolución de la Fórmula 1 llevaba la competición a un callejón sin salida

La Fórmula 1 es la categoría reina del motor, o al menos así era hasta hace unos años. Pensar en F1 siempre ha sido sinónimo de máximo nivel en ingeniería y desarrollo en el mundo de la automoción que además servía de banco de pruebas para muchos avances que llegaban a la gran serie.

A lo largo de la historia hemos vivido intensos duelos en los circuitos, y otros no menos intensos en las mesas de diseño, buscando mejorar décima a décima. En paralelo la federación siempre ha tratado de mantener la competición equilibrada echando mano del reglamento para controlar el desarrollo, en aras de la seguridad y el espectáculo, y por qué no decirlo de la polémica.

Decía el bicampeón de rally Walter Rohrl, que si a los ingenieros les dejasen total libertad fabricarían un monoplaza que ningún ser humano sería capaz de conducir. Aunque parezca una afirmación descabellada, conviene recordar que un F1 de 2012 sería capaz de rodar en un túnel boca abajo sin caerse a partir de 180 km/h. Por tanto es indiscutible que es necesario mantener un control sobre las prestaciones que mantenga la velocidad en cifras razonables, de lo contrario ningún circuito conseguiría ser lo suficientemente seguro. Pero no debe perderse de vista que la competición no deja de ser un deporte de motor.

La economía

En los últimos años la economía se ha sumado a la lista de preocupaciones de la FIA, algo que parece contradictorio en una competición de prototipos. La causa de esta preocupación más allá de la omnipresente crisis hay que buscarla en la temporada 2009, que supuso una señal definitiva. Desde el año 2004 la F1 vivía días de “vino y rosas” debidos a la entrada de fabricantes que se hacían con el control de escuderías, Renault compraba Benetton, Honda compraba BAR, BMW lo intentaba con Williams y lo culminaba con Sauber, y Toyota que empezaba de cero. A las que había que sumar a la omnipresente Ferrari y a Mercedes con el 40% de Mclaren. Así se produjo el mayor sueño de un promotor de carreras, que los fabricantes se impliquen y luchen de forma fraticida. El problema es que en competición sólo puede ganar uno, y es muy complicado justificar presupuestos astronómicos sin victorias que los sostengan. Así llegamos al comentado 2009, momento en el que Honda tras titubeos en temporadas anteriores, arroja la toalla abriendo una puerta por la que se irían colando BMW, Toyota y Renault (que se quedaba sólo como motorista). En poco más de un año la F1 perdió a la mitad de fabricantes, quedándose en una situación muy complicada.

Todo ello pese a que la FIA tomó la medida más extravagante de la historia de la competición al declarar la congelación de motores en 2007. Con esta medida se buscaba eliminar los costes de desarrollo a los fabricantes de motores, para asegurar su presencia, mientras que el desarrollo quedaba en manos de las escuderías. El problema es que esa congelación no le sentó igual a todos los fabricantes, por lo que hubo muchas protestas y alguna autorización concreta para mejorar el propulsor e igualarlo al resto.

A volar

Una vez garantizada la igualdad mecánica vía reglamento sólo quedaba una opción para ser diferentes, y era la apuesta aerodinámica. Pese a que el reglamento ha sido más activo en esta parcela, poco ha podido hacer para impedir una escalada de costes brutal, con inversiones en astronómicos túneles de viento, y en programas para interpretar la mecánica de fluidos. Así poco a poco, se ha conseguido llegar a la “anormalidad” actual, en la que una escudería tiene en nómina más ingenieros aeronáuticos que ingenieros mecánicos.

Por si fuera poco, se optó por eliminar los test en temporada, vitales para mejorar la puesta a punto, convirtiendo a la F1 en el único deporte en el que no se puede entrenar. La idea era reducir los gastos en desplazamientos y alquileres, aunque la realidad supuso que las escuderías más grandes se gastasen fortunas en complejos simuladores para poder entrenar a sus pilotos y probar virtualmente los monoplazas. Mientras que las escuderías que no podían construir un simulador se quedaban sin la posibilidad de afinar la puesta a punto en pista.

El resultado es de sobra conocido por todos, con una escudería dominante gracias a su capacidad de interpretar el reglamento y buscar el beneficio aerodinámico, y unas carreras bastante soporíferas.

Nueva esperanza

De todos es sabida la incomodidad de los fabricantes al ver como su protagonismo se había aparcado a extremos inconcebibles en otros tiempos. Además debido a las estrecheces del reglamento se había producido algo paradójico, y es que los coches que los fabricantes venden en los concesionarios cuentan con motores más modernos que los empleados en fórmula 1. Así los tres fabricantes que quedan (Mercedes, Renault y Ferrari) presionaron a la FIA para buscar motores que les aportasen algo tecnológicamente interesante para sus modelos de calle, o bien se marcharían.

Ante estas presiones la FIA presentó el reglamento de este año, en el que se revisan a fondo todos los puntos. Nuevos motores, nuevas cajas de cambio, nuevos chasis, nuevos sistemas eléctricos...

Son tantas las novedades, que sería necesaria una serie de artículos…. Y eso es justo lo que haremos. Aquí, en MUNDIARIO.

Comentarios