El deporte en general y el fútbol en particular es capaz de sacar lo mejor y lo peor del ser humano

Riazor en la víspera del derbi gallego. / RRSS
Riazor en la víspera del derbi gallego. / RRSS

El fútbol provoca un interés social y mediático por encima de cualquier otra actividad. Y esto se pudo comprobar este fin de semana con el 'clásico' y el derbi gallego.

El deporte en general y el fútbol en particular es capaz de sacar lo mejor y lo peor del ser humano

Este fin de semana han coincidido dos eventos deportivos de máximo nivel, hablamos del clásico Real Madrid- Barcelona y del derbi gallego Deportivo-Celta. Con resultados bien diferentes para los locales, con un 0-4 en el Bernabeu y un 2-0 en Riazor. Pero más allá del resultado, y del impresionante dispositivo de seguridad que marcó ambos encuentros, es importante reparar en el comportamiento humano. La multitud, como tal, anónima y carente de normas, tiende a reproducir en el estadio pautas y rituales que son más o menos predecibles. El deporte en general y el fútbol en particular es capaz de sacar lo mejor y lo peor del ser humano, desde treguas en medio de una guerra mundial a comportamientos criminales. Recordemos sino uno de los episodios que marcaron la historia del fútbol, en medio de la I Guerra Mundial, cuando los soldados alemanes y británicos deciden hacer un alto el fuego y jugar un partido, como muestra de su fraternidad. En el otro extremo, podríamos traer a colación la Tragedia de Heysel o, más recientemente, la muerte de Jimmy a manos, presuntamente, de aficionados del equipo rival. 

¿Y su origen? Alejandro Jodorowsky afirma que el fútbol “fue creado por una sociedad esotérica inglesa, aplicando en su esquema principios de la alta magia. Se juega sobre un rectángulo verde, siendo el verde el color que simboliza la eternidad. Los jugadores de un partido de fútbol son 22, tantos como los 22 arcanos mayores del tarot o los 22 polígonos regulares. En el centro de la cancha hay un círculo con un punto en el medio: símbolo del oro, en la alquimia, o del sol o del Dios esotérico…”.Pero, ¿en qué se parece el fútbol a Dios?, Eduardo Galeano afirma que en la “devoción que tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”, lo único cierto es que el fútbol es la “única religión que no tiene ateos”.

Sin duda, lo que provoca el fútbol es un interés social y mediático muy por encima de cualquier otra actividad. No importa si somos o no aficionados, un partido como los mencionados “da permiso” al ser humano para expresar determinado tipo de emociones que, en otro espacio no haría. De dónde sino la explicación que nos lleve a constatar que muchos son capaces de llorar porque ha perdido su equipo de fútbol y no se inmutan ante la tragedia de un niño muerto en una playa, ¿cómo pueden algunos abandonar a sus hijos, pero, sin embargo, no desprenderse nunca de su equipo de fútbol?, ¿o cómo explicar que hay seres incapaces de expresar cariño a sus allegados y, sin embargo, se funden en un abrazo con el desconocido que comparte un lugar en la grada porque  su equipo ha marcado un gol o el contrario ha fallado un penalti? La respuesta a estas preguntas no es una cuestión sencilla ni un asunto banal, y su descripción podría darnos respuesta y servir de aprendizaje para determinados comportamientos difíciles de asimilar.

Pero no es momento para profundizar en estos aspectos y sí felicitarnos por la deportividad que marcó ambos encuentros –más allá de algún altercado aislado-. Fue emocionante presenciar el minuto de silencio conjunto que se guardó en el Bernabéu, en recuerdo de las víctimas de los últimos atentados. O asistir al unísono cántico del himno gallego de deportivistas y celtistas. Este es el espíritu que debiera marcar la fiesta del fútbol, quedándonos hoy con la irremediable melancolía que todos sentimos después del amor y al final del partido, a la espera eso sí, del próximo.

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