Brasil celebra con gran algarabía la Copa Mundial de Fútbol en medio de protestas

Marcha de protesta en Brasil.
Marcha de protesta en Brasil.

Tal vez hubiera sido mejor para Brasil darle mayor prioridad a la solución de sus problemas de gobernanza democrática y dejar para más tarde extravagancias como el Mundial.

Brasil celebra con gran algarabía la Copa Mundial de Fútbol en medio de protestas

Tal vez hubiera sido mejor para Brasil darle mayor prioridad a la solución de sus problemas de gobernanza democrática y dejar para más tarde extravagancias como el Mundial.

Los fanáticos del fútbol en todo el mundo están ahora mismo de plácemes. Después de cuatro años de espera, los 32 mejores equipos del mundo se miden en la Copa Mundial y se disputan el campeonato más codiciado del llamado “deporte rey”. La espera ha sido más angustiosa para los anfitriones brasileños, quienes están deseosos de ganar su primera Copa desde 1994 y de demostrar que tienen los quilates para organizar un encuentro internacional de la máxima envergadura.

Este retrato no es completo, pues entre los brasileños, conocidos mundialmente por su frenesí por al fútbol, hay muchos que se han estado manifestando en contra de este Mundial. La más reciente de estas protestas se escenificó mientras Uruguay desinflaba las esperanzas inglesas de avanzar a la próxima ronda. Unas 1,300 personas se congregaron en São Paulo y hubo quienes despotricaron contra el Mundial y hasta quienes realizaron actos de vandalismo. El día anterior, en Fortaleza, unos 300 manifestantes anti-Mundial se batieron con la policía y lograron obstaculizar brevemente el acceso de los fanáticos al juego en que Brasil y México terminaron empatados a cero. En los meses previos, varios cientos de personas han participado en protestas con resultados más o menos parecidos.

Lucha sí, fútbol no

Lo ocurrido hasta ahora es parte de una tendencia más importante que se ha dado desde el verano pasado, cuando Brasil sirvió de anfitrión de la Copa Confederaciones de 2013 (preparatorio para este Mundial) y las protestas se sucedieron en Sao Paulo y en todo el país hasta sacudirlo. Tal fue la sacudida que las festividades del Día de la Independencia en Rio de Janeiro se afectaron considerablemente y en la capital, Brasilia, se requirió de 8,000 policías para contener una manifestación.

¿Por qué tantos ánimos caldeados? Se dijo en una ocasión en El País que esas protestas son una reacción de los fanáticos del fútbol en contra de la crasa comercialización de la FIFA, aunque pensamos que a esa acusación hay que añadirle la de prestarse a sobornos como el que alegadamente hizo que Catar sea la sede el Mundial de 2022. Pero existe en realidad una razón mucho más importante: gastar $11.3 billones en un Mundial es demasiado escandaloso en un país con una economía casi estancada e índices todavía altos de pobreza extrema. Brasil es una democracia en términos liberales, pero en lo referente a gobernanza democrática – el que un gobierno democráticamente elegido sea capaz de proveer bienes públicos esenciales – Brasil deja que desear. Mientras que, por ejemplo, se invirtieron $300 millones en un estadio de más de 40,000 personas en la ciudad amazónica de Manaus (donde se dice que los que asisten a juegos de fútbol no pasan de 1,500), el crimen es galopante, el transporte público de São Paulo y otras grandes ciudades está deteriorado y los servicios públicos de educación y salud padecen de una falta crónica de presupuesto. Ante esas realidades, muchos brasileños no creen que es buena idea ser anfitriones de un Mundial cuando hay tantas otras cosas más urgentes que merecen los billones que se han gastado.

En definitiva, la celebración de este Mundial, en opinión del comentarista de fútbol Keir Radnege, es un caso de déficit democrático porque a los brasileños no se les preguntó si quieren el torneo o no y unas pocas elites decidieron por la mayoría. Por esa razón, muchos brasileños gritan “FIFA go home” aún cuando el Mundial sigue su marcha. Pelé y Neymar tienen compatriotas a quienes el torneo máximo del fútbol internacional no les sienta bien, y con mucha razón.

La gran fiesta de Brasil. O la de Rousseff

Por su parte, para la presidenta Dilma Rousseff, la billonada que se ha gastado se justifica como una inversión para el futuro. El portavoz del gobierno ha dicho que la mayoría de lo que se ha gastado ha ido a proyectos de infraestructura – aeropuertos, puertos marítimos, transporte público, etc. – que beneficiarán a la población luego del último pitazo del Mundial. Pero hay algo más: si se causa una buena impresión con este Mundial y con las Olimpiadas de Rio, Brasil habrá dado un paso para la realización de un sueño dorado: que se le considere como un actor de peso en el concierto de las naciones. De hecho, ante los tuits enviados antes del Mundial bajo #NaoVaiTerCopa (“No vamos a tener un Mundial”), Rousseff le prestó su apoyo a #VaiTerCopa (“Vamos a tener un Mundial”).

Hasta que alguien gane la Copa, Rousseff no puede tolerar que las protestas empañen el Mundial. La policía y el ejercito se encargarán de que no pase nada malo, pero la preocupación mayor es que si las protestas se salen de control la realización del sueño dorado de Brasil puede malograrse y se habrán gastado $11.3 billones para nada. El gigante suramericano tiene pies de barro, pero está convencido de que ni nada ni nadie debe meterse en su camino a la madurez internacional. No es que de repente se utilicen los medios abusivos de la última dictadura militar, pero la hiper-militarizada policía y los 57.000 soldados movilizados para prestar seguridad no tranquilizan los nervios. En adición, antes del primer pitazo del Mundial, el gobierno anunció que pagará los gastos de traslado y hotel de cualquier ministro, militar o servidor público que desee ver los juegos del Mundial, en lo que un tuit brasileño denominó Bolsa-Copa en honor al famoso Bolsa Família. El tuit en cuestión piensa, con bastante verosimilitud, que el brasileño de a pie terminará pagando por Bolsa-Copa.

Hasta ahora, sin embargo, la presidenta ha tenido suerte. Primero, según una manifestante en Fortaleza, el contingente de seguridad ha intimidado tanto a los manifestantes que la protesta en esa ciudad no fue tan grande como se esperaba. Además, a juzgar por la taquilla, han sido más las personas que han presenciado los juegos (especialmente los de Brasil) que los que se han manifestado en contra del Mundial. El orgullo patrio y las ganas de ver a Brasil alzar la Copa prevalecen de momento sobre las protestas. Eso sí: una mala actuación de a seleção en este Mundial (y, de hecho, ellos no han convencido hasta ahora aún siendo cabeza de grupo) bien podría convencer a muchos a unirse a las protestas, pues no justificaría los billones que se han gastado hasta ahora.

¿Socios o adoquines?
En conclusión, hubiera sido mejor para Brasil darle mayor prioridad a la solución de sus problemas de gobernanza democrática y dejar para luego extravagancias como el Mundial. No estoy en contra del Mundial como tal; a decir verdad he estado viendo casi todos los juegos hasta ahora y apoyo a todos los equipos latinoamericanos. El punto es que esta no es la Copa de la Vida ni mucho menos porque hay cosas que son todavía más importantes. Sin embargo, ahora que el Mundial es un hecho consumado, lo que le deseo a Brasil es que los gastos monetarios que se han hecho paguen los dividendos que Rousseff desea. Más importante aún es que cualquier “elefante blanco” que aparezca luego de este torneo (como tal vez lo sea el estadio de Manaus) le dará la razón a la minoría que ha estado protestando desde la Copa Confederaciones. En ese caso, realizar el Mundial habría sido un error de consecuencias imprevisibles.
Como dijo Radnege, “el deporte necesita tratar a la gente como socios en vez de tratarlos como adoquines. Debe caminar con ella y no sobre ella”.

 

---

* Este texto es una versión actualizada de un análisis que aparece en el blog personal Dateline: Latin America

Comentarios