“La vida es apasionante y cambiante en su crudeza”, dice el poeta José Manuel Ramón

La tierra y el cielo./ M.G.
La tierra y el cielo./ M.G.

 

“Los libros no nos pertenecen. Obran su libertad al margen y semejanza nuestra, como seres autosuficientes”, responde el autor a nuestra colaboradora Ada Soriano en esta entrevista.

“La vida es apasionante y cambiante en su crudeza”, dice el poeta José Manuel Ramón

“(…) el ser/ transita la tierra/ ajeno a su estado de héroe renacido/ e ignora el decurso de la sangre/ que fluye        fluye/ y serpentea/ infinitos (…)”. Estos versos pertenecen al primer poema de Cruzar el cielo (Ars poética), de José Manuel Ramón. Complejo, sutil y profundo, este autor demuestra con creces que hay en su obra un rango peculiar y distintivo, una voz perfectamente reconocible.

Es una constante en su poesía la ruptura de sintaxis, las palabras quebradas, las preguntas sin respuestas, es decir, la duda, y el verso siempre abierto. Y con estas cualidades, que caracterizan toda su obra, es capaz de mantener el pulso y conseguir una musicalidad impecable. Además, escucharlo recitar es todo un placer.

José Manuel Ramón (Orihuela, 1966). Cofundador de la revista de creación Empireuma (1985) y codirector de la misma hasta 1991. Incluido en las antologías Escrito en Alicante (1985), Muestra de joven poesía hispánica de la revista Ventanal (Universidad de Perpiñán, 1986) y El libro de plomo (2013). Colaboraciones recientes en las revistas Acantilados de papel (Murcia), Ágora-Digital (Murcia), Excodra (Barcelona), Tinta China (Sevilla) y Cuadernos de Humo (Nueva York). Ha publicado la plaquette Génesis del amanecer (1988) y los libros: La senda honda (Devenir, 2015) y La tierra y el cielo (Ars Poetica, 2018).

-José Manuel, tú empezaste a escribir siendo muy joven. Sin embargo, estuviste alejado de la poesía y la literatura durante muchos años.

Cierto. Éramos un grupo de amigos con inquietudes compartidas que nos llevó a escribir desde la adolescencia y que germinó en la creación de la revista Empireuma, en 1985 (por cierto, salvo algún poema rescatado para mi primer libro, la mayoría de poemas dispersos por aquella época me horrorizan). Después, por motivos laborales empecé a vivir fuera de Orihuela y a tener menos tiempo personal, y prioricé por “ganar el pan”, al decir del cubano José Martí. Los años pasaron sin darme cuenta, seducido por esa especie de “secta laboral” en que había caído: una abducción en toda regla que me ocupó media vida (la misma que me dio un par de empujoncitos para despertar a tiempo y marcharme, antes de que fuese irreversible).

-La editorial Ars Poetica ha publicado recientemente tu poemario La tierra y el cielo, obra que lleva consigo una intensa carga espiritual. ¿Qué luz/ nos desvela?

Las experiencias que me llevaran a cuestionar y replantear ciertas realidades y convicciones, me posibilitaron otras con generosidad. La vida es apasionante y cambiante en su crudeza; por eso en La tierra y el cielo gusto de ubicarme en otro tiempo para saborear y reinterpretar ciertos símbolos, cantos y danzas culturales, a la luz de esa nueva luz desvelada. Obviamente ha cambiado el atrezo, pero pienso que el fondo sigue siendo el mismo. ¿Y si nuestros ancestros, entonces, no fueron tan desencaminados?

-De La tierra el cielo me atrae, entre otras cosas, su ritmo intenso e hipnótico. Me recuerda, curiosamente, a tu primera publicación. Me refiero, como sabes, a la plaquette Génesis del amanecer. ¿Estás de acuerdo?

Génesis del amanecer fue un preámbulo a lo que vendría después en La tierra y el cielo. De hecho pensé en volver a publicar aquel canto dentro de este libro, a modo introductorio ya que, grosso modo, comparten ritmo y temática. Al final preferí dejar cada cosa en su sitio, en su natural discurrir. Génesis del amanecer es más matérico, más apegado a la tierra; y certifica una evolución. En cambio, La tierra y el cielo está concebido más como canto atávico invocador del ser, con ritmos tribales, podría decirse, cuasi icaros amazónicos, que resuenan de fondo mientras van recibiéndose diferentes oráculos, alternados con algunas situaciones o escenarios pretéritos.

-¿Y qué conexiones podemos hallar entre La tierra y el cielo y el libro que le precede, La senda honda?

La senda honda es un híbrido, un tomar aire “antes de”. La mayoría son poemas antiguos (anteriores al alejamiento comentado) que contienen todos los elementos de mi poesía, lo matérico y lo espiritual en ciernes, y que comienzan a dar pasos en esa dirección. De regreso, la última sección del libro, es un poema largo, posterior, que abandera este cambio del que hablamos, como puente entre ambos.

-¿Cuál es tu visión acerca de la muerte? ¿De qué manera se refleja en tu obra? ¿Y la de la vida?

La tierra y el cielo testimonia esta etapa más espiritual, de mayor calado místico, en donde asoman la reencarnación e ideas adyacentes. He vivido de cerca mediumnidad y comunicaciones espirituales, y mi visión de la vida y de la muerte es otra, se ha ampliado el horizonte de la pecera; y claro, el de las preguntas, también exponencialmente. Si la muerte no conduce a vacío alguno (salvo el heredado del imaginario colectivo desde tiempo inmemorial), si posibilita más vida, llegará el día en que de sí muera, por sí misma, comprendida: ¡Sí, morirá la muerte en otros huesos/ hasta que a sí misma se defenestre! (La tierra y el cielo, p. 66).

-En las etapas de sequía, ¿sientes extravío y desolación o concibes ese tiempo como un estado necesario de latencia?

Siento esa calma inquieta de no tener más que decir, pero sin excesivo dramatismo. Sé que cuando menos lo esperas surge una idea, una palabra o un verso redentor, en el mejor de los casos, que te convoca a la escritura. Es como estar en sintonía permanente, en atenta espera.

-¿No crees que se está publicando en exceso? Da la sensación de que tanto editores como autores carecen de pudor, o quizá tienen demasiada prisa.

Con la revolución digital los costes de producción de un libro han bajado muchísimo, las ediciones en papel hacen tiradas pequeñas o bajo demanda, o se publican directamente en archivo digital. Esto abre un abanico de posibilidades a nuevos editores y a más autores que legítimamente buscan mostrar sus obras, y lo publicitan con  eficacia en redes sociales. La oferta es ingente, tienes razón. Pero también sabemos que las prisas no son buenas, ni para comer. No recuerdo dónde lo leí pero me llamó la atención, creo que a propósito de la deforestación y el ecologismo (permítaseme esta pequeña maldad). Era aquello de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro: ¡a ver si se respeta el orden secuencial!

-¿Qué poesía te obliga a frotarte los ojos?

La que huye del convencionalismo y del prosaísmo. Me encanta encontrar la belleza vía desconcierto o singularidad, aunque en pasajes monocromos y más previsibles, a veces, también destella un verso, una emoción desubicada. Y no siempre han de ser versos redondos y memorables, sino un acento, una atmósfera extrañamente cautivadora. Leo todo tipo de poesía, es enriquecedor y saludable; pero no toda necesita relectura, ese volver la mirada atrás para aprehenderla, y aprender de ella.

-Quisiera conocer tu opinión acerca de esta contundente declaración que hizo en su día Pedro Casariego: “Un libro es un hijo ilegítimo, el hijo bastardo de la vida”.

Casariego tenía poderosas razones para hablar así, si no encadenadas, y un universo personal consecuente con sus palabras. Como prueba de vida, todo libro se legitima por sí mismo, más allá de cualquier maternidad/paternidad al uso. Los libros no nos pertenecen, obran su libertad al margen y semejanza nuestra, como seres autosuficientes.

-¿Leeremos pronto un nuevo poemario tuyo?

Sí, tengo uno terminado, a la espera de encontrar su momento oportuno; sin prisas, como dijimos antes. Y algún otro en proceso abierto, retroalimentándose todavía. Tiempo habrá.

                                                           Noviembre de 2018

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