Un tiempo vivido (1)

Amanecer en A Coruña. / Mundiario
Amanecer. / Mundiario

Al salir a la calle me detuve un instante para observar a la gente pasar como si fuera la primera vez que lo hacía, escuché con atención el pregón de los vendedores, miré a los grupos uniformados de estudiantes que iban sonriendo a la escuela... / Novela.

 CAPITULO I

Aquella mañana al despertar con  el canto de los gallos del vecino me sentí otro, me sentí que era yo claro, pero otro, era algo raro, porque sentía que era yo mismo; pero a la vez otro, sentí como que me faltaba algo por fuera o por dentro no lo sabría explicar bien. Al ver mi rostro en el espejo me di cuenta que estaba completo, pero sentía que algo había pasado, era una sensación de plenitud inexplicable, me sentía  bien, pero diferente como que algo dentro o fuera de mi hubiera dejado de existir, me dirigí al baño en donde el agua me hizo sentir mejor, al poco rato mientras desayunaba y escuchaba las mismas noticias, la sensación de que algo estaba diferente regresó.

Al salir a la calle me detuve un instante para observar a la gente pasar como si fuera la primera vez que lo hacía, escuché con atención el pregón de los vendedores, miré a los grupos uniformados de estudiantes que iban sonriendo a la escuela, el canto nebuloso de los pájaros, los ladridos de los perros callejeros, el ruido impermeable de los vehículos y hasta sentí el gélido viento de diciembre rozando mi rostro, sentí el olor de las plastas de boñigas de los caballos de carga que pasan de  mañana, el olor a tortilla y café en la tortillería de la esquina y el alboroto de una manada de chocoyos que se detuvieron a parlotear en las enormes ramas de los eucaliptos  que se encuentran cerca de la estación de policía en donde me detuve a esperar el bus del transporte colectivo.

La parada estaba llena de gente que se dirigía al trabajo, también estaban unos estudiantes de secundaria que se encontraban aprovechando el wifi del parque y unos beodos estaban  echados en las bancas de concreto. Mientras continuaba observando y escuchando todo en derredor como si estuviera descubriendo el mundo por primera vez, un taxi hizo sonar con fuerza su bocina saludándome, por doquier me topaba con el asombro y la terrible y absurda sensación de algo que me faltaba o de algo que ya no se encontraba en mi interior, pero sin saber con exactitud si era algo físico, psíquico o espiritual vos sabes, eso era algo tremendo y extraño, al ver las miradas clavadas sobre mí, me detuve un momento y disimulé no darme cuenta de nada en el preciso instante que la ruta del bus que tomaba todos los días apareció haciendo un sonido obsceno , la gente se aglomeró para subir al autobús y yo al fin pude entrar.

A empellones me abrí paso entre el tumulto de gente con olor a perfume, jabón y desodorante, aunque de pronto me topaba a otros con olor a chancho frito, resaca  y cebolla ahumada, todo lo cual es algo muy normal en un día lunes de la semana del final  del mes de Diciembre. El conductor fresco como una lechuga llevaba a todo volumen una canción de los Rolling Stone y una señora que llevaba chineando a una niña que lloraba sin parar pedía a los pasajeros una ayuda para llevar a la pequeña a una clínica, porque, según ella, los doctores de los hospitales públicos no la habían atendido debidamente, ya que la pequeña continuaba llorando sin aparente motivo alguno.

A grito partido confesó a los usuarios que más bien le habían dicho que buscara a un pediatra, psiquiatra o brujo  porque ellos no tenían la cura para callar a una niña que tenía el síndrome de la llorona. Algunos le dieron unas monedas, otros más bien le hicieron una cara de  reproche y otros como yo nos hicimos los desentendidos en medio de la algarabía que se había desatado mezclado ahora con la música de Los alegres de Ticuantepe, y el lloriqueo de la pequeña que al verme por un breve momento se puso a reír conmigo cuando le saque la lengua y le dí unas monedas.

Esa vieja así anda todo el día con esa chavala sacándole riales a la gente, dijo una señora que iba sentada en la parte de atrás. Si es verdad todo el día se maneja en eso, tiene a la niña bien adiestrada para  llorar, dijo otra, si esa niña es una bandida también, en vez de estar en la escuela prefiere andar llorando todo el día de bus en bus, noooo, pero la niña no tiene la culpa, es que esa vieja la mal acostumbró, le respondió una vende quesillos que llevaba equilibrando la batea en la cabeza. En fin los gritos de la gente tomaron sentido en mi cuando de pronto volví a sentir con vehemencia el asombro por aquel momento que me encontraba viviendo dentro del bus, analicé cada palabra, cada gesto, enojo o risa en aquel preciso instante que ocurrían y pude darme cuenta que era algo extraordinario poder estar ahí, en ese lugar en donde sucedía lo que estaba sucediendo, en aquel gusano de metal que corría como un energúmeno aquella fría mañana.

Cuando de pronto me doy cuenta que me tengo que bajar en la próxima parada, y  comienzo a luchar con todo el lloriqueo, olores, música,  risas , gritos, tufos, colores y todo lo demás hasta  lograr salir a empujones de aquella fascinación de transporte colectivo.Afuera me sentí persona, individuo, hombre socialmente útil como lo expresa muy bien el doctor Adrián Meza en uno de sus documentos universitarios, me sentí ecce homo como dicen otros académicos. Sonriendo me dirigí a mi centro de trabajo y en el trayecto el brillo de sol me hizo sentir renovado, en un prístino día en donde todo lo pasado era solo una memoria que había dejado de afectarme y el futuro una previsión atada al destino. El brillo de sol me hizo sentir la sangre corriendo por todo el cuerpo, el radiante sol en mi rostro me hizo descubrir el verdadero nombre de la esperanza y la libertad. Me sentía contento por todo lo vivido y a la vez asombrado por sentir lo que estaba experimentado cuando subía la loma de Tiscapa, y me logré ver tal y como era, me reconocí; es decir, tome conciencia cierta y verdadera de lo que me encontraba viviendo y de quien era en realidad.

Llegué al trabajo muy callado, ensimismado diría yo, sin saludar a nadie, me senté frente al mismo  escritorio de siempre y me sentí agradecido por el simple hecho de poder estar ahí, encendí el ordenador y bajo aquel letargo de mí mismo, comencé a navegar por las redes sociales, me concentré en eso un buen rato, hasta que la señora de la limpieza me saludo al entrar,  a lo que no tuve más remedio que responderle, y me levanté de mi lugar, es que quería estar conmigo mismo, sin interrupción alguna, de inmediato al ver venir a un compañero de trabajo me di cuenta que no me sería posible disfrutar de mí mismo y abandonándome salude al amigo , ¿cómo estás hermano? Bien, bien gracias y vos cómo estás, cómo te veo? Bien, bien hombre, así veo, te noto como diferente, te veo como si hubieras descubierto algo y hasta puedo sentir esa energía terminó diciéndome el licenciado en derecho Juan Roger Bordas en broma en serio como dicen algunos, yo irremediablemente lancé una explosiva carcajada que llamó la atención de los que se encontraban trabajando en la otra oficina, y él sonriendo me terminó diciendo, te veo más tarde hermano tengo algo pendiente y se alejó en dirección a su oficina, yo me quedé un rato en el pasillo saludando a los que pasaban por ahí, hasta que doña Flor terminó de limpiar el lugar. Gracias doña Flor, no gracias a usted licenciado, me respondió la jovial señora, cerré la puerta para no ser interrumpido y me sumergí en mis cavilaciones y obligaciones, saque adelante algunas convalidaciones de asignaturas de unos estudiantes de cuarto año de la carrera de Pedagogía, respondí algunos correos electrónicos, le di continuidad a unos programas de asignaturas que necesitaba actualizar hasta que de forma inesperada la hora del almuerzo me tomó por sorpresa, y el asombro me volvió a tomar los sentidos, porque en todo aquel tiempo simplemente había logrado experimentar la asombrosa relatividad del tiempo, sin darme cuenta, no tenía hambre, no sentía ganas de almorzar, no sentía aquellos deseos de  comer que por lo general me pasaba casi siempre a la hora del almuerzo.

Ese día recuerdo que no almorcé  y me quedé en mi oficina leyendo El Principito en digital, al final de la jornada salí cuando ya todos se habían ido, casi al caer la noche, pero antes había solicitado a la Vice-rectora académica me autorizara unas vacaciones, había decidido tomarme un descanso para poder comprender mejor mis repentinos  deslumbramientos. @mundiario

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