Tránsito de Acuarela (II)

Catedral de Mondoñedo. / Flickr
Catedral de Mondoñedo. / Flickr

Leopoldo es víctima del pánico al no comprender frente al clérigo su metafísica situación en el pueblo. / Relato literario

Tránsito de Acuarela (II)

A Leopoldo, al salir afuera, la luz de la luna repentinamente le alumbró el empedrado camino de las percepciones espirituales. La lluvia de escarcha había cesado cuando llegó a la esquina de la catedral en donde la tenue luz de un poste alumbraba el sitio, buscó su vehículo, pero este ya no estaba donde lo había dejado parqueado, al voltear a ver hacia un costado de la iglesia miró una luz encendida y de inmediato se acercó a la misma buscando ayuda, llegó hasta el dintel de la puerta que se encontraba abierta, buenas noches, gritó sin encontrar respuesta alguna, empujó despacio la enhiesta puerta y una afable figura de mujer le respondió, en que le puedo servir joven, disculpe señora, yo no soy de aquí y hoy por la mañana  a la hora que terminó la misa dejé mi vehículo parqueado frente  a la iglesia, pero resulta que ya no se encuentra ahí, me podría decir por favor si alguien se lo ha llevado a otro lugar. La señora lo quedó mirando sorprendida y luego de una pausa le dijo, yo solamente soy una empleada más de la iglesia, pero tal vez el padre Antonio le podría explicar, pasé joven, pase antes que termine congelado, y en aquel preciso momento sonaron las campanas.

Al entrar el hombre se encontró frente a un enorme comedor lleno de alimentos y mientras la señora se alejaba en busca del clérigo, se sentó en una banca que se encontraba frente a la opípara cena escuchando el insistente tañir de campanas.  Al poco rato un sacerdote con vestimenta franciscana se le acercó despacio, buenas noches joven, soy el párroco de la iglesia, Maribel me ha dicho que usted es un forastero que anda un poco perdido, buenas noches padre, efectivamente, si padre, lo que pasa es que esta mañana he llegado a este pueblo de manera involuntaria, por lo visto parece que me equivoqué de ruta y me he detenido frente a la catedral en el preciso momento que la misa estaba a punto de finalizar; el olor a café y pan salido de una de las casas me han obligado a seguir a una señorita que se ha ofrecido llevarme a un lugar a desayunar en donde la noche me ha tomado por sorpresa, pero ahora que acabo de salir de casa de… Rosario, padre, resulta que mi automóvil no se encuentra donde lo había dejado…,  entiendo su situación joven le dijo el padre interrumpiéndolo, solamente quisiera que me ayude con esto padre, insistió él acalorado, si hijo te entiendo, pero primero necesito que te calmes para poder explicarte de que se trata todo esto, antes quisiera me acompañaras a cenar, le dijo el abate sonriéndole mientras el tañer de campanas llegaba a su final. Leopoldo mirando a la mesa aceptó en silencio la invitación y ambos se sentaron en la mesa servida, el clérigo luego de hacer una breve oración le sirvió en un plato de barro un poco de arroz, frijoles, huevos, tortillas y queso y en una taza de porcelana le terminó de servir un poco de leche con café.

Padre estuve con Rosario, lo sé hijo, lo sé, aquí uno aquí se da cuenta de todo lo que pasa con sus parroquianos, le respondió el religioso a la vez que terminaba de servirle el pan a su inesperado invitado. Padre en un principio creí que se trataba de un sueño, porque no la reconocía, pero desde que desperté en su lecho me he dado cuenta que era ella, le dijo comiendo con avidez en el preciso instante que el cielo tronó como si estuvieran moviendo unos gigantescos cajones, parece que se avecina otro aguacero hijo, será mejor que te quedes esta noche a dormir aquí, pero padre debo de encontrar mi vehículo antes del amanecer. En el caso que vuelva amanecer hijo, solo en el caso que amanezca otra vez, le dijo el clérigo frunciendo el ceño.

Usted también padre, no me diga que usted también cree que en este lugar suceden cosas asombrosas como me lo ha dicho Rosario, le dijo exasperado, padre por favor explíqueme; porque no logro entender nada, cómo es posible que Rosario sea Rosario y no otra persona a como creo que realmente es. Hijo, Leopoldo, ¿no te acuerdas de mí?, le dijo el sacerdote mirándolo fijamente a los ojos. Leopoldo hizo una pequeña pausa hasta que al fin le dijo, sinceramente usted me resulta un poco familiar, pero no del todo, me parece que en algún momento lo miré por algún lado, pero no sé, no tengo seguridad de eso, exacto hijo solo necesitas colorear bien tus recuerdos.

En aquel instante un frío viento entró por las celosías del techo y al poco rato un torrencial aguacero acompañado de rayos y relámpagos se desató en todo el lugar. Ambos se quedaron mudos mientras se llevaban los alimentos a su boca. El hombre estaba sumamente aturdido y confuso sentía como si de pronto algo inexplicable estuviera sucediendo en su existencia, como si todo lo que le estaba pasando en aquel momento fuera parte de lo más absurdo, terrible e inefable que jamás había experimentado en su vida de truhán.

Así como encontraste esta mesa así mismo te ha recibido este pueblo, con la mesa servida, si hijo así mismo, con la mesa servida, solo necesitas recordar, que nada te asuste, ten paciencia Leopoldo a todos  nos ha pasado lo mismo la primera vez. Leopoldo alzando la mirada se levantó de la mesa lleno de estupor, calma, cálmate hijo no pierdas la compostura, no padre, sino me termina de aclarar de que se trata todo esto tendré que marcharme; pero hijo no te puedes ir debajo de ese torrencial aguacero, ten un poco de paciencia, todo llega en su momento, sin embargo Leopoldo haciendo oídos sordo salió corriendo a la puerta de entrada, afuera había una tempestad y bajando las gradas de entrada se fue alejando entre las ráfagas de viento y agua que le golpeaban el rostro como latigazos, caminó a tientas en medio de la tempestuosa y oscura calle, luego llegó de nuevo a la esquina, cerca de donde se encontraba la tenue luz del poste eléctrico y sumergido en la oscuridad buscó de nuevo la casa de Rosario, miró la lámpara encendida en la habitación, entro a la casa empujando la puerta hecho un energúmeno, flagelado hasta los huesos, miró de nuevo a la anciana-momia destejiendo lo tejido y al abrir la puerta de la habitación Rosario lo recibió de pie y desnuda con una enorme toalla en mano la cual él tomó sollozando, resignado, se quitó la ropa mojada y se puso unos pantalones de dril, una chaqueta de jeans y unos calcetines de algodón gruesos, y tiritando de frío se metió a la cama cobijándose y sin decir palabra alguna se quedó dormido. @mundiario

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