Habitación 300: Todo cuadra justo cuando ya no hay manera de arreglarlo

La nostalgia crece y se debilita.
La nostalgia crece y se debilita. / Paula Cascallar

El domingo lo hablé con mis padres: “nunca me aplaudíais”, les reproché; “a todos los niños les dicen lo que tienen que hacer, ¿por qué a mí no?”. / Relato literario

Habitación 300: Todo cuadra justo cuando ya no hay manera de arreglarlo

Salí de mi clase de flauta con tiempo para llegar puntual. No me cambié de ropa, la abuela me preguntó si iba a alguna boda. Llegué a las cinco y veinte y lo primero que hice fue darle el regalo: unos calcetines de Minnie Mouse que compré con mi paga.

Saludé a los presentes: muchos primos y abuelos. No muchos, la tarde se presentaba larga y quedaba gente por aparecer. Hablé un poco con uno y otro, un tema tan superfluo como el nombre que tenía el hijo del abuelo (el padre de la niña), sin que éste efectuase comentario.

Los segundos pasaban primero como pestañeos, después con cada uno de mis tímidos movimientos. Yo era una intrusa en aquel cumpleaños, donde mi hermana no daba llegado.

“Estoy viviendo una pesadilla, ¿te importa si me voy?”, le dije a mi amiga (la anfitriona) cuando entré a la casa ya en trance. Me sentí como en un zoo, con la diferencia de que el animal era yo (y eso que había niños por allí).

Y es que no puedo plantearme entrar a los momentos familiares cuando yo no tengo mi propia familia, y esos instantes que pasé sola en su jardín ya los viví hace quince años en la aldea, y mucho antes cuando jugaba sola por la finca.

El domingo lo hablé con mis padres: “nunca me aplaudíais”, les reproché; “a todos los niños les dicen lo que tienen que hacer, ¿por qué a mí no?”

Mientras lo decía, entendí que soy un espíritu libre, se me va el espíritu cuando hablo de mi infancia. Siento nostalgia, pero sufría más que ahora. Porque veía los problemas por primera vez.

Les aplauden hasta cuando cagan, deberían acabar todos mojigatos. Recuerdo que tenía mucho que objetar a lo que se hablaba en la mesa de los mayores, y que pasaba mucho tiempo sola. Acompañada de mi concepto de belleza y el mundo por delante… También me acuerdo de que las tías se reían mucho, me sentía la protagonista de una comedia de sobremesa.

No tenía todos los juguetes que requiriese, pero no los pedía. Era consciente de que no se puede tener todo. Pero creo que mi discreción era un mandato indirecto: si me escondían, yo me resentía. Hubo tiempos en los que no era capaz de salir de casa. Todo era gigante y bruto.

¿No están de acuerdo en que el peligro acecha? Me sentía minúscula y mínima ante la inmensidad y lo desconocido. No sabía explicarlo, no recuerdo mis abismales pensamientos.

Sin embargo, ahora es todo tan mediocre y predecible que no me planteo ningún reto, es como si todo lo presente estuviese resuelto en mi cabeza. Siento un cansancio crónico, y quiero vivir… @mundiario



   

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