“El tiempo es luz que arrostramos”, confiesa la escritora María Ángeles Manzano

Portada de Desnuda luz del tiempo./ A.S.
Portada de Desnuda luz del tiempo./ A.S.

Asegura María Ángeles que el tiempo “en su paso desnudo y luminoso viste y asombra a las cosas, las sueña, las transforma y les da inmanencia”

“El tiempo es luz que arrostramos”, confiesa la escritora María Ángeles Manzano

Con qué tino y elegancia introduce el poeta y ensayista granadino José Gutiérrez Desnuda luz del tiempo, poemario publicado por la editorial madrileña Polibea en 2017, cuya autora es María Ángeles Manzano Romera. El prólogo no puede ser más preciso: El esplendor, La epifanía. Con tan solo dos palabras, José Gutiérrez define la manifestación de la vida con toda su fuerza, su luz y su belleza: “(…) estos versos (como toda verdadera poesía) requieren de una reposada lectura, a ser posible en voz alta, para descubrir su inagotable riqueza de imágenes, para apreciar su elaborado tapiz de destellos sonoros y para compartir su acompasado temblor emotivo (…)”.

En mi lectura me veo inmersa en un vergel, en una era o en un ribazo. Siento la fragilidad del junco y la estatura del ciprés. Incluso me envuelve la “(…) lenta niebla cruzando los escombros.Me seduce el vuelo de una abeja o de una alondra y percibo el fuego de los que se aman “(…) por donde truena sin brida el caballo/ hacia la segura emboscada/ de un pozo encendido…” Y, sobre todo, la constante presencia de la rosa en esta Desnuda luz del tiempo.

María Ángeles Manzano Romera nació en 1979 en Sagunto, (Valencia) Se licenció en Filología Hispánica en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada, donde también cursó estudios de Teoría de la Literatura y Literatura comparada. Desde 2006 es profesora de Lengua castellana y Literatura en Educación Secundaria. En la actualidad imparte clases en un instituto de la provincia de Almería.

Además de este libro ha publicado textos en diferentes revistas literarias. En 2014 fue finalista del Premio Adonáis de Poesía con el poemario Las escamas de la rosa.

-María Ángeles, ¿por qué Desnuda luz del tiempo? ¿De dónde esa mezcla de abstracción y corporeidad?

El tiempo. El gran tópico de la literatura y de la poesía. Cualquier tema posible emana de él o confluye de alguna manera en su río interminable. Nada más literaturizado que el tiempo, nada más escudriñado, y, a la vez, nada más imposible de aprehender. Puesto que “aprehender” es adquirir conocimiento y también prender, coger, asir, ninguna de estas acciones puede ensayarse con el tiempo. Pese a lo obvio de esa condición inaprensible, su huella en la corporeidad de las cosas siempre se me ha mostrado como un renovado misterio. Decía Emil M. Cioran que “ha habido dos cosas que me han colmado de una histeria metafísica: un reloj parado y un reloj en marcha”. Dos imágenes inquietantes, ¿verdad? Quizás el tiempo sea una de mis obsesiones, quizás sea la de todo ser humano.

El tiempo es desnuda luz que arrostramos pese a la ceguera que nos causa. En su paso desnudo y luminoso viste y asombra a las cosas, las sueña, las transforma y les da inmanencia y sentido. Es en las cosas donde vislumbramos algo −una mínima esquirla− de la idea de tiempo. El poema puede nacer de la insignificante hoja caída buscando comprender la totalidad del tiempo contenida en ella. La poesía se alimenta de esa búsqueda, de esa ilusión.

-El libro lo has dividido en tres partes. ¿Era necesario fragmentarlo?

La estructura tripartita del poemario tal vez responda a un deseo de progresión de lo concreto a lo esencial, buscando a lo largo de los poemas una mayor concentración de la idea de tiempo. En este decurso aparece en escena la tópica y recurrente rosa, pórtico y epílogo de cada parte. Esa rosa que irá despojándose de sus hábitos para fundirse en la nieve del tiempo: en la nada de la cual brotará un nuevo esqueje.

Por otro lado, si quisiéramos interpretar esta división siguiendo cierta cronología vital, la primera parte se detendría en la etapa de la infancia y de la incipiente juventud, en el inicio del río donde las aguas brotan enérgicas y ruidosas bajo un sol cenital. Desde esa acción y ese tono más narrativo, llegaríamos a una segunda parte más descriptiva en la que el río empieza a fluir de manera más lenta, a detenerse en los meandros. El tiempo ya ha dejado tras de sí las primeras ausencias y desengaños, la luz es más oblicua y decadente. En el tercer bloque la acción se detiene por completo y deja paso a un estado de contemplación. La luz no enfoca las cosas desde una determinada posición, sino que ha inundado todo. Arribamos al delta del río, a ese espacio despejado y silente donde se vuelve al principio. No hay linealidad, el ciclo retorna.

-¿Qué sentido tiene para ti el hecho de ser poeta? ¿Qué te empuja a ello?

Desde una edad temprana empecé a sentir una inclinación especial por el mundo de los libros en general y por la poesía en particular, y un día, de manera natural y sin ninguna pretensión, se produjo el salto de la lectura a la escritura y el impulso de expresar de forma personal y única lo que otros ya expresaron. Aunque eso de “ser poeta” es decir mucho, al menos en mi caso. Y, por otro lado, creo que no se es poeta a jornada completa, sino a ratos (y por lo que a mí respecta muy esporádicamente), pues “las musas” permanecen más tiempo dormidas que despiertas.

No pretendo decir nada nuevo, más que nada porque es imposible. Todo se ha dicho en la poesía y en la literatura. Lo único que puede hacer el poeta es iluminar nuevamente lo ya pronunciado hasta la saciedad, desautomatizar el lenguaje ampliando todas sus posibilidades de sugerencia y significación. La poesía ha de transmitir, al menos es lo que yo intento, el matiz distinto e irrepetible, la imagen inesperada que pueda revelar por enésima vez las grandes preocupaciones vitales del hombre: el paso del tiempo, la muerte, la soledad…Eso es lo que busco: que ciertas palabras puedan hilarse de manera inédita para dar nueva luz a una realidad o idea mil veces nombrada.

La poesía es el discurso que permite presenciar las cosas como si fuera la primera vez que las vemos. Decía Pessoa que él se sentía “nacido a cada instante a la eterna novedad del mundo”. Ese es el efecto de la poesía en el lector y en el que escribe. Cuando uno se deja imbuir por ella es capaz de ver el mundo con ojos nuevos cada vez.

Además, la poesía subraya lo esencial frente a lo superfluo, ordena nuestro pensamiento, nos instala de nuevo en la raíz de las cosas, en el origen de lo que somos. Si algo me empuja a escribir es, por una parte, ese afán de autoconocimiento, de diálogo conmigo misma, y, por otra, el deseo de comunicación con un desconocido lector que pueda llegar a reconocerse en algún verso que yo lanzo al aire como el náufrago arroja su mensaje en una botella cuyo destino es incierto.

-Una vez que aflora el germen de la poesía, ¿hay vuelta atrás?

En mi adolescencia escribía algo parecido a unos versos con la única finalidad del desahogo emocional. He escrito “en caliente” en algún momento de mi vida, pero el destino de aquellos textos siempre fue el fondo de un cajón al que no he vuelto. Solo ha sido recientemente cuando he empezado a pensar en un posible lector, y he dejado de concebir la escritura como simple regodeo sentimental en la clandestinidad de un cuaderno. El hecho poético se completa y culmina cuando se produce la identificación entre dos conciencias, alejadas y cercanas al mismo tiempo. Es impagable, por lo inusitado, cuando un verso nos alcanza de repente y queda para siempre resonando en nuestro interior. A partir de esa sensación como lectora de poesía, pretendo escribir no solo como una vía de conocimiento y de reflexión sobre mi experiencia o como una manera de interpretar el mundo a través de un lenguaje esencial, sino con la intención de poder alcanzar, si no de lleno, al menos rozar, la conciencia de algún futuro lector. A mí me ha costado dar ese paso, el de mostrar lo que escribo, pero reconozco que cuando he sido consciente de que mi escritura tiene o puede tener receptores, efectivamente, ya no hay vuelta atrás. El “gusanillo” de la comunicación poética ya no me abandona, tanto en la faceta de lectora como en la de escritora, porque para mí no hay frontera entre ambas, las dos se retroalimentan: si la lectura del verso ajeno me estimula y redescubre lo que a veces cae en el frecuente olvido cotidiano –esas verdades esenciales−, la escritura del verso propio asienta ese descubrimiento para no perderme en la contingencia de lo fútil.

-¿Escribir es una liberación?

Por desgracia (o tal vez, por suerte) la poesía no llama con frecuencia a la puerta de algunos que quisiéramos raptarla con versos certeros. Es muy escurridiza y hay que tener paciencia. El deseo de crear siempre está ahí, y es como contener la respiración durante mucho tiempo, hasta que el verso primitivo sale casi sin ser llamado. No escribo siguiendo una rutina, sino a partir de una necesidad. Entiendo que hay un proceso previo de “escritura interior”, de almacenamiento de emociones que se postergan, se maceran y fermentan, para luego ser liberadas y escanciadas sobre el papel. La lectura y la escritura son para mí una liberación que trae como consecuencia una transformación: cuando se “da a luz” al poema (leyéndolo o escribiéndolo) algo cambia en mí, suena ese “click” en alguna parte del cerebro que me hace visualizar lo que tal vez ya conocía, pero ahora con otra mirada más atenta y consciente.

El verso, el poema, sería como una avecilla nerviosa a punto de huir de entre las manos que, cuando se prende, hay que “domesticarla” en unos moldes, en una música, en una idea perdurable. El último momento sería el de su liberación: dejarla volar para que otros contemplen su vuelo, o simplemente para dejarla unirse al resto de las aves en el cielo anónimo e infinito. “¡Libertad de lo bien arraigado! ¡Seguridad del infinito vuelo!”, decía Juan Ramón Jiménez. La culminación del proceso creativo es la satisfacción de la conciencia plena y liberada desde su raigambre.

-Impacta en Desnuda luz del tiempo tu evidente complicidad con la naturaleza. ¿La naturaleza abre sus misterios/ si no se aguarda la urgencia del milagro?

Siguiendo con Juan Ramón Jiménez, en Piedra y cielo nos decía:

¡Quién, quién, naturaleza,

levantando tu gran cuerpo desnudo,

como las piedras, cuando niños,

se encontrara debajo

tu secreto pequeño e infinito!

En la naturaleza están todas las respuestas. Toda gran cuestión −física o metafísica− que el hombre formule hallará su contestación en la naturaleza. Lo que sucede es que es una respuesta silenciosa, pero está ahí, aunque no la percibamos de manera inmediata. El poema la abraza o quisiera abrazarla. O quizás no sea ni siquiera el poema el que nos la evidencie, sino nuestros ojos que interpretan aquello que se nos da de manera imprevista. El misterio que la naturaleza nos ofrece, su secreto, no debe forzarse para su revelación. En la observación y contemplación de la naturaleza se disuelven los grandes interrogantes que nos planteamos. Debiéramos simplemente oír su voz clara, pues las leyes naturales son seguras y ciertas. Pero hay que saber esperar. El problema del hombre es su impaciencia, no escucha esa voz, es completamente sordo. Y podríamos adelantar las consecuencias de esa sordera: la naturaleza no tardará en dejar de ofrecernos su milagro y misterio. Tal vez su agotamiento sea ya irreparable. Me vienen a la mente unos versos de Juan Gil-Albert: “Lo más valioso es siempre lo que apenas / tiene cotización: el barro de este mundo”.

-Advierto una atenta lectura de Rainer Maria Rilke. De hecho, lo citas en el primer poema del libro: “Une rose seule, c´est toutes les roses”. ¿Qué otros autores y autoras hay en tu poesía?

No sé si en mi poesía, pero en mi rincón de lectura suelen acompañarme, además de Rilke, los Sonetos de Shakespeare, William Blake, Emily Dickinson, Edgar Allan Poe, Las flores del mal de Baudelaire, Whitman, Cavafis, Pessoa, Borges, Terredad de Eugenio Montejo, El libro del Tao de Lao-Tsé, Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique, la Epístola moral a Fabio de Andrés Fernández de Andrada, Sor Juana Inés de la Cruz, Rosalía de Castro, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Cernuda, Claudio Rodríguez, Carlos Sahagún, Juan Gil-Albert, Durante este tiempo de Elena Martín Vivaldi, El dibujo de la savia de Miguel Ángel Velasco, José Gutiérrez, Mario Míguez, José Mateos, José Cereijo, Javier Lostalé, Julio Llamazares…

En todos ellos, en todas “sus rosas”, extrañas y únicas, hermosas en su esplendor o decadencia, distintas e irrepetibles, he hallado la misma rosa siempre, porque “una sola rosa es a la vez esta y todas las rosas”.

Otra de las rosas de Rilke decía:

Te veo, rosa, como un libro entreabierto,

con tantas páginas de gozo

detallado que nunca

serán leídas. Libro-mago,

que se abre al viento y puede ser leído

con los ojos cerrados…,

cuyas mariposas salen confundidas

de haber tenido las mismas ideas.

Yo salgo de todos aquellos libros cual mariposa confundida y en éxtasis tras haber acariciado las mismas ideas consabidas, aunque bella y distintamente vestidas. El libro-mago de la rosa, de la poesía, es poderoso e inagotable. Da vértigo pensarlo.

-¿No crees que una poesía como la tuya, intemporal y contemplativa, con honda raigambre en el paisaje, corre el riesgo de quedarse fuera del canon que tratan de imponernos? Me refiero a esa poesía enunciativa, con pretensiones de ser absolutamente moderna, incorporando las nuevas tecnologías y la actualidad más inmediata.

Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía, decía Bécquer. El tiempo no importa, la poesía es atemporal y universal y seguirá existiendo pese al mundo y a la época en que nos hallemos.

Internet y el mundo global es una realidad que se ha impuesto desde hace tiempo. Ahora nos llega la información y nos comunicamos de otro modo, utilizamos otras herramientas. ¿En qué sentido esto afecta a la poesía? En la manera en que nos es transmitida y nos llega. En mi caso, no suelo leer poesía o textos literarios en la red, salvo en circunstancias concretas en que no puedo acceder por otra vía a un autor o a una determinada obra. Las nuevas tecnologías serán útiles y provechosas en la medida en que sirvan para difundir la cultura y hacerla llegar más lejos y a más gente, no para degenerarla o desvirtuarla. No todo es cultura, no todo es literatura, no todo es poesía y no todo vale. Eso es lo que hay que tener claro, da igual que el soporte sea un libro, una revista o una pantalla.

Soy consciente de que mi poética no parece tener mucha cabida dentro de la “nueva ola” de poesía. Aunque aquí hablo más como lectora que como escritora, ya que en esta última faceta prácticamente acabo de iniciarme. Parece que la poesía, o cierta poesía, está más de moda que nunca. Vemos en las librerías estantes repletos de decenas de nuevos títulos que son auténticos superventas, colas interminables en firmas de libros en ferias y festivales de poesía, poemas y poetas que se multiplican por doquier en la red. Parece que la poesía está más viva que nunca. Esto es muy positivo, y el hecho de que haya cada vez más jóvenes que se acerquen a este género es alentador. Y lo creo de verdad, desde mi posición como docente de Literatura en la Enseñanza Secundaria. Me satisface ver que los más jóvenes sientan el estímulo de crear, de reflexionar sobre su experiencia acerca del mundo y de expresar sus ideas. El problema es que dentro de este maremágnum a veces no se distingue la poesía de lo que no lo es, y parece que todo vale porque todo es publicable. A veces, los árboles no permiten ver el bosque, y el bosque de la poesía, hoy por hoy, es confuso e inabarcable. De todos modos, tampoco puedo emitir una opinión fundamentada sobre las últimas tendencias en la novísima poesía porque no la leo en profundidad, solo algunas muestras aisladas. La verdad es que sigo recluyéndome en autores clásicos o en contemporáneos donde pueda encontrar una afinidad en los temas y en el tono.

-¿Tienes algún libro pendiente de edición?

Hace tiempo que no escribo nada sobre el papel. Estoy en ese proceso de “escritura interior”. En mi cabeza flotan ideas, imágenes, versos huérfanos de posibles futuros poemas que aún no se manifiestan del todo. Soy lenta escribiendo, me cuesta iniciar el primer verso, rara vez sale un poema de un tirón (me ha pasado una o dos veces). Las ideas son muy volátiles y, a veces, para cuando quieres atraparlas en un verso, han cambiado de forma o tienen una luz distinta. Se necesita mucha concentración para poder expresarlas con exactitud y en la forma deseada.

        

-Escribió Valle-Inclán que “La luz es el verbo de toda belleza. Luz es amor.” ¿Qué te parece esta reflexión?

            Luminoso y sereno cierre de La lámpara maravillosa. Perfecto fundido en blanco de una obra taumatúrgica y bellamente extraña.

            Valle-Inclán hablaba de las tres rosas estéticas, complementarias y forzosamente unidas, para explicar el enigma del tiempo desgranando y fusionando sus tres modos: Pasado, Presente y Porvenir. La primera rosa, la rosa erótica, carnal y primitiva es fundadora de la vida y anuncia el enigma del futuro. La segunda, la rosa clásica, enigma del presente, es síntesis, en su perfecta quietud, de dos movimientos contrarios: lo que ha sucedido y lo que está por venir. Y la tercera rosa del matiz, la rosa mística, cierra el enigma del pasado y concluye el ciclo haciéndonos recordar que “el primer instante está contenido en el último instante”.

            Decía al comienzo de la entrevista que, tal vez, la gran obsesión del hombre en todas las épocas haya sido la de descifrar el tiempo. Valle-Inclán, como tantos otros –Rilke, Juan Ramón…−, escogieron la rosa para verter en ella esa obsesión. La rosa encarna y reencarna ad infinitum la inefabilidad de la idea de tiempo. El verbo (la palabra, el poema, la creación estética) da forma a la belleza (la rosa) ofrecida por la naturaleza para descubrir la luz (el enigma del tiempo). Cuando se ha alcanzado −o al menos intuido− esa luz desde “la negra carne del mundo”, en palabras de Valle, se arriba a ese estado de amor hacia lo creado. Luz es amor porque, una vez comprendidas la impenetrabilidad de la esencia de la creación y la irresolución del enigma temporal, podemos transitar por este cifrado mundo despojados de toda angustia, podemos “pasar bajo el arco de la muerte” con la serenidad del sabio que nada sabe y todo comprende. Y termino con otra frase del creador de las Sonatas: “Contemplación, meditación, edificación, son caminos de luz por donde el alma huye de su cárcel”. La poesía es ese camino de luz a través de la contemplación de lo creado que nos permite huir de las pequeñas, medianas y grandes angustias que a veces asedian y limitan nuestra alma.

        

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