Ten: el singular y sensible acercamiento de Abbas Kiarostami a la mujer iraní

Mania Akbari, la actriz protagonista de "Ten", de Abbas Kiarostami
Mania Akbari, la actriz protagonista de "Ten", de Abbas Kiarostami

Kiarostami, una vez más, aplica su alta sensibilidad al padecimiento de unas mujeres muy vulnerables, a su condición universal agravada por la sociedad de un país asfixiante

Ten: el singular y sensible acercamiento de Abbas Kiarostami a la mujer iraní

Abbas Kiarostami realiza en Ten (2002) una nueva pirueta experimental. Su afición a incluir el coche como posibilitador de las exploraciones de los protagonistas o como escenario de sus conversaciones, alcanza aquí su grado extremo en esta segunda función, y se convierte en el perpetuo actuante que influirá en el tenor de los diálogos que componen los diez capítulos que componen la película. 

Ya en el primero, la fijación de la cámara en el airado hijo de la protagonista (ambos son hijo y madre también en la vida real) nos habla de la pertinencia de ese método de observación de las expresiones, de ahondamiento en la psicología de unos personajes que, encerrados en el habitáculo del automóvil, en esa protegida privacidad, se manifiestan más abiertamente que en otras circunstancias. Ese aislamiento favorece los gritos, la confesión, el llanto, todo aquello que sería escándalo afuera y que dentro es solo la cruda y más desatada verdad. 

El personaje común de las diez conversaciones es una mujer iraní relativamente liberada. Su posición social parece buena: lo comprobamos por algunos signos que observamos y por lo que le reprocha su hijo, en relación a un exceso en el uso de la servidumbre que tal vez no es tal, sino la búsqueda de la libertad profesional de una mujer en un país tan adverso. María está separada, hecho que no acepta su hijo, quien se lo recrimina con contundentes e informados argumentos, pese a su corta edad. Pero hay otros interlocutores, siempre mujeres: la hermana, una joven, una prostituta que sube a su coche por error. 

La protagonista, pese a la lamentable situación que vive con su hijo, se arroga siempre el papel de sabia consejera, aunque al mismo tiempo también se preste a escuchar y ayudar. Sus consejos son difíciles de seguir, suponen un cambio improbable en el modo de ser de las personas, en su arraigada concepción de la vida impuesta por sus angostas circunstancias. Sus interlocutores apenas pueden asimilar sus “sermones”, los cuestionamientos o filosóficos consuelos, la indicación de fisuras por las que oponerse a la losa en que se ha convertido su vivir.  

Estas historias nos obligan a compartir el dolor que sienten los personajes, un dolor infligido por la grave falta de empatía, de entendimiento, por la disimilitud de los intereses, de los rumbos a los que son llamados, por el encorsetamiento social.  Es el insoportable dolor que lacera a su hermana cuando la abandona su marido. No sabe cómo consolarla sino diciéndole que “no se puede vivir sin perder. Venimos al mundo para eso. Si acaso para ganar y perder, pero esto último no lo aceptas. Experiméntalo”. Su teoría es la de que la mujer no debe depender de ningún hombre, que hay muchos en el mundo. El caso de otra joven, que también ha sufrido el desengaño de un novio, que finalmente le dice que no la incluye en sus proyectos amorosos, es algo distinto. Tiene un espíritu creyente. Un par de veces a la semana va a rezar al mausoleo; para tranquilizarse, dice. Finalmente, se esfuerza en asumir tan duro golpe. Pero ahora lleva un chador que la cubre más su cabeza y, cuando la conductora le dice que se lo retire, esta descubre que se ha rapado el cabello. ¿Es un sacrificio con vistas a algún mágico logro? ¿O un autocastigo por no saber ser feliz? Ella dice: “Es difícil para mí pensar que esto es duro. Me da vergüenza admitirlo. Nunca imaginé que sería imposible obtener todo lo que quería”. “Te has vuelto recatada. ¿Te has cortado el pelo? ¿Qué sentiste cuando lo hiciste?” “Me sentí muy bien. Dejé de llorar”. Es la sumisión o una, en este caso, tranquila y dulcificada locura que decide aplicarse como drástico recurso.  

La fugaz relación con la prostituta es distinta. Esta se sube al coche por error, pero la conductora prácticamente la secuestra para interrogarla en un recorrido que fuerza para hablar con ella: Quiere aprovechar esa oportunidad para indagar en la personalidad de una mujer proscrita que pretende exhibir una forzada alegría, una vida dominante y liberada. Moralizante, movida por el deseo de desmontar cualquier pretensión de feliz voluntad, descubre en ella los orígenes de su situación, el desengaño amoroso inicial. Pero esta aduce ese hecho no como un trauma sino como un aprendizaje que la convierte en superior: “Antes los necesitaba. Pero ese es vuestro problema, que os aferráis tanto a vuestros hombres. Tú te aferras a tu marido para satisfacerte a ti misma”. Viene a decirle que también ella, de un modo más sutil, disimulado, se prostituye. Los mensajes de libertad con respecto al hombre coinciden, pero la prostituta va un paso más allá, renuncia a cualquiera, ninguno es válido, los utiliza para su fin. “Suspiro porque fui desgraciada, no porque lo sea ahora”. “Yo lo quería tanto. Qué estúpida que fui”. “Tengo una vida cómoda. No necesito nada ni a nadie”. Y cuando la conductora, hurgando en las posibles heridas, rozando lo morboso, le pregunta: “¿No le coges cariño a ningún cliente?”, ella le contesta: “¿Es que parezco una idiota como tú? Lo tuyo es un “toma y daca” con tu marido. ¿Quién te compró ese collar?”

Kiarostami, una vez vez más, aplica su alta sensibilidad al padecimiento de unas mujeres muy vulnerables, a su condición universal agravada por la sociedad de un país asfixiante. Desde el debate, analiza las diversas posiciones, la difícil salida a una situación de opresora precariedad. Y lo hace en el entorno prosaico de un coche, en la desnudez de elementos embellecedores, pero desde la honestidad de unas imágenes relevantes, que hurgan en los silencios y registran las candentes palabras de unas mujeres y un niño expuestos a los conflictos, a las dependencias, a una indomeñable y acuciante realidad. @mundiario 

Comentarios