Habitación 300: Los sueños mienten menos que los deseos que se lanzan al aire

Clip de 'La doble vida de Verónica'.
Clip de 'La doble vida de Verónica'.

Sin recordar dónde ni cuándo habría nacido. Allí comenzó mi primera depresión, ya que no entendía ni sabía por qué me pasaban todas las cosas. / Relato literario

Habitación 300: Los sueños mienten menos que los deseos que se lanzan al aire

No entienden que olvido, que sufro en horas marginales del día las vivencias con desconocidos que me utilizaron como un objeto siempre y cuando no exigiese respeto y la recompensa del cariño. Cuando la amnesia surgió quizás de aquel viaje en coche, quizás aquella noche en mi habitación en que los tres rodearon mi cama y me sugirieron posturas corporales que yo jamás habría esbozado. Y  esos torturadores del hogar hallaron más secretismo, lujuria a mi candor, y ya entiendo por qué amanecía llena de moratones y golpes en la cabeza que el médico de urgencias no supo diagnosticar. Ellos parecen también haber olvidado el pasado, pues los mejores recuerdos pasados, pasados fuera del hogar, me abandonaron a mi suerte… Donde la suerte es la dependencia y sumisión económicas. Creo que les daba rabia mi dulzura, o puede que les diese ideas, o quién sabe dónde habría llegado yo con mi talento y mi dulzura, de tener una familia común y orgullosa y no a una banda organizada de criminales que agredían mi educación.

Por ahí, las señoras me están gritando, diciéndome cosas que yo no tendría que oír. Les da permiso mi madre, que a todas horas me desprecia, y nadie entendería cómo me duelen tanto sus refranes, que aluden a todos mis peores momentos y a la miseria de mi desoladora situación. Momentos del pasado que están aquí, junto a los cómplices, el poder, la ignorancia, las sagradas escrituras que me ignoran, y mis ex compañeros e hijos de papá; están todos aquí en mi vena del cuello. Papá y mamá repasan su árbol genealógico como presumiendo de identidad, hablan de sus cosas, me gestionan. Y todos esos nombres de paisanos que sepultaron el rapto en el olvido y elaboran vino.

“Malnacida”─ domina a defender mi hermanastra, tomando mano de todas aquellas horas ante la televisión cuyos personajes usaba para burlarse de mí, cuando ya basta llamarme hija de puta para denominar mi origen. Aunque sólo ahora soy consciente de que eran burlas, cuando fui adolescente añoraba mi pasado, sigo anhelando la distinción y el reconocimiento que tenía en la infancia, y es que en la inocencia, en la total inocencia, me quedé. Ahora que he socializado─ normalizada e impuesta mi condición civil─ ella da las pautas a mis rivales para impedirme salir adelante, y ya no necesita robar mi agenda telefónica, mis apuntes o consultar a las tías por parte de madre nuevas estrategias para la humillación.

Mientras yo convivo con la ablación, que estropea mis nervios y mi malogrado corazón, como también me distancia del deseo y el diálogo de los físicos y la naturaleza (haciéndome dócil al falo, al amante), una ablación que me asestó mi propia “madre” siendo todavía menor de edad (en uno de esos indefensos períodos de amnesia), ellos ahora emplean también el placer sexual para negarme a la sociedad y ganarse cualquier simpatía, donde yo no encuentro pareja, aunque ello surge también de la base patriarcal/ capitalista de las relaciones de pareja contemporáneas, ya que no tengo nada que ofrecer, ni siquiera una dote, y por supuesto no ofrezco mi esclavitud ni mi cuerpo cosificado.

Ella extrapola aquella costumbre de la extorsión sexual que inició con papá a edad muy temprana, mientras que ellos, entre los tres, iban diseñando las mofas y los impedimentos al paso de que yo era una chiquilla feliz e ingenua muy manipulable e inconsciente. Sabe (y vende) felaciones a cambio de privilegios, hábito que está a la orden del día en esta sociedad en la que se promociona con libertad, mientras se encarga de difamar contra mi persona hasta cuando me compra un vestido, uso, el de comprarme cosas, que sólo entiendo si es que tiene relaciones con mis amantes, de modo que así paga el sexo.

Es duro ser casta y pura dependiendo económicamente, pero también oficialmente, de una superior promiscua que promete a nuestros padres y al gobierno mi ocultación.

A ella siempre le fascinó mi presencia, a veces con violencia y venganza, cosa que demuestra tomando mis acciones y mis palabras para su capricho, como mis gustos e ilusiones. Ella puede cumplirlo, pues cuenta con el consentimiento patriarcal de todo el entorno, así como con el apoyo de todos mis autoproclamados enemigos/as. Todo aquello que comienzo y siempre he de abandonar.

Abandono porque no me gusta el sexo en espacios públicos ni que me agredan, sin empatía ni sentimiento incondicional alguno, cuando yo soy (o era) leal a mis amigos y superiores. Aunque en realidad me echan por no hacer un favor sexual a tiempo o destacar demasiado en la mediocridad de las instituciones.

Oficialmente, se me atribuye una enfermedad mental que justifica una cruel marginación que casi me criminaliza por tener habla o criterio propio, una condición que me borra de cualquier aprobación o promoción social en el sistema, lo que lleva a la gente a desestimar mi trabajo y mi convivencia si no hay documentos que me lo permitan.

Siempre me preguntan de dónde soy, es algo que me hace sospechar de la falsedad de mi reflejo en el espejo, donde veo un rostro hindú bastante latino y no genealogías orientales, como tampoco veo que me parezca a nadie. Vivo y permanezco en una ciudad de cómplices y pecado que denigran mi esfuerzo por ser feliz y salir adelante, cualidades que no cupieron en mi educación, como tampoco el amor liberador.

¿Alguien en toda la zona podría decir que yo merecí una ablación? La cual hoy da a mis padres garantías de que no me emanciparé ni tomaré libertad. También me resistía (ignoraba) el incesto en esta cultura, de modo que la ira, el deseo y la difamación mutilaron mi cuerpo y libertad sexual (lucha principal de nuestros tiempos).

Cada vez que repaso el álbum familiar, siento impotencia y me siento estúpida al ver esos gestos de parodia de los que no me percataba. Estaba todo listo para el día de hoy, al igual que sólo me saludan mis parientes cuando caigo en desgracia, orgullosos de su linaje.

El engaño y el abuso en los que crecí me debilitaron, me separé de todos los tópicos, y es algo que me hace diferente. Aunque fui aprendiendo de fuertes errores y mucha vergüenza, de lo cual conservo traumas irreparables, como recuerdos a los que recurren para pararme los pies cuando esbozo alegría. No sé luchar en la sociedad, sé enamorarme, pero nadie me quiere.

Pero, formada en el engaño, mi hermanastra, fascinada, desarrolló un gran dominio de la mentira y el propagandismo, con los cuales me somete desde la intimidad hasta en mi vida propia.

La primera vez que sospeché ser adoptada, tendría menos de doce años. Fue en unas vacaciones en el extranjero, me sentí liberada y unida a esa libertad. Y lo tuve todo claro, con miedo, casi el viento me impulsó a lanzarme por aquel acantilado sobre el que medité la historia de mi vida… Sin recordar dónde ni cuándo habría nacido. Allí comenzó mi primera depresión, ya que no entendía ni sabía por qué me pasaban todas las cosas.

Por aquel entonces, había perdido mi amor propio, como tampoco no sentía que nadie me quisiera.

Ha reaparecido el libro de familia, lo encontré bajo el colchón de mis padres, en el que antes yo no constaba, y ahora no tengo pruebas, porque alguien ha escrito en él mi nombre español. Otra prueba, de que tengo tres años menos de los que indica mi carné, eran las notas de la escuela.., Y han desaparecido, como también las cosas de mi cajita de recuerdos del cajón. También desapareció la foto en la que, siendo un bebé sobre mis piernas, había llevado un misterioso golpe en la cabeza, momento que no recuerdo.

La sutilidad es más violenta, es más eficaz que una lapidación, al igual que la vida sexual es un privilegio. Ello aprendí en Pontevedra, donde me sentí liberada, cuando sospeché que soy adoptada… @mundiario



 

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