Stefan Zweig toma la mano de Michel Montaigne

Portada. Los ensayos, de Michel de Montaigne
Portada. Los ensayos, de Michel de Montaigne

A Stefan Zweig  le cuadra la frase de Italo Calvino de su libro de ensayos: “Por qué leer a los clásicos”, donde manifiesta que “un clásico es un libro que nunca termina que decir lo que tiene que decir”, cuando ofrece al buen lector continuar leyéndolo, pues a medida que se relee más cercanía alcanza.

Stefan Zweig toma la mano de Michel Montaigne

Escribía el sevillano Rafael Cansinos Assens, el de las “cuarenta lenguas”, que en el mundo “Las mil y una noches, como la Biblia, los poemas homéricos y algunos pocos libros más, entre ellos el Quijote”, todo más que un libro, de igual modo que el paisaje es más que un cuadro y el alma más que un cuerpo. Tomando como ejemplo la ciencia de Montaigne.

Siglos transcurridos desde aquel 1580 en que Michel Montaigne nacido en 1533, sacó a la luz pública la primera edición de su obra “Los ensayos” en dos volúmenes. Un par de años más tarde publicaría una nueva edición con más correcciones y adiciones. Esas que todo autor responsable suele hacer con su obra. Así se completó la edición de una de las creaciones de mayor influencia en la cultura occidental por este maestro y padre indiscutible del Ensayo. Aunque el exigente y sutil escritor continuó corrigiendo y mejorándolos hasta su muerte en 1582.

Michel Montaigne.

Michel Montaigne.

Se va logrando a la vez que se teje un amplio compromiso con el autor. Pues en el fondo leer y escribir es comunicación y fidelidad. El intercambio íntimo entre lector y autor. Luego, entonces, la actualidad de los grandes autores, como señala Stefan Zweig en su biografía de pensador y crítico publicada en la misma editorial: “Montaigne, es permanente y múltiple”. El compromiso, es un “esfuerzo por salvar la independencia en una sociedad cada vez más brutal y gregaria”, señaló este prolífico novelista vienés en 1942, poco antes de optar por el suicidio, debido al tremendo terror que por aquellos inolvidables años vivía el mundo. Que lo llevo, junto con su esposa, al igual a una multitud de personas que, incapaces de resistir las punzadas del miedo, se han colgado, ahogado o arrojándose al vacío y nos han advertido de que éste es incluso más inoportuno e insoportable que la muerte

En los años sesenta, el poeta vienés Erich Fried preguntaba en un poema, la distancia existente entre Guernica y Vietnam. Hoy, muchos son los que nos interrogamos cuál es la distancia entre La Casablanca e Irak. Entre Palestina e Israel y Siria. Entre un ladroncillo de telefonillos y un banquero. La diferencia que pudiera justificar lo injustificable, entre las alambradas electrificadas e interrogatorios desde las cárceles  ocultas que miran hacia las onduladas playas de Miami y la Bolsa de Wall Street. Leer a Montaigne de la mano de Stefan Zweig es lograr la dulzura del ritmo y la meditación. Preguntas que nos invitan al análisis de lo vivido y de todo aquello que oprime, a veces, incluso hasta el adiós definitivo Ahora bien, “La lucha de Montaigne por conservar la libertad interior, la lucha más consciente que jamás ha librado el hombre, no tiene, ni externamente, la más pequeña sombra de tragedia o de heroísmo” Él se limita a invitar al análisis y asumir un compromiso consigo mismo, un examen de conciencia sin necesidad del dios impuesto al dictado. Su visión del mundo no tiene por qué seguir una imperiosa aceptación.

En nuestro tiempo, desde que, “Los Ensayos” salieron a la luz pública, la actualidad y la modernidad está viva, pues se reafirma en unos principios éticos sólidos fruto de la lectura de los grandes clásicos. Sócrates, Platón, Plutarco, Séneca, Homero..., que forman la sólida base que nos sitúa en un espació interrogante. Este es el punto que lleva de nuevo a acercarse al maestro en la edición de Marie Gournay, un “texto que los editores modernos no han tocado y no han reconstruido como una catedral de Viollet” donde la obra ha sido enteramente revaluada, con sonrisa meliflua de un bienestar engañoso que nos hace parecer que nosotros no somos aquellos. Quien sabe elegir una buena lectura, puede considerarse por propiedad cosmopolita. @mundiario

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