Stefan Zweig, inmersión en la compasión

Portada. Miedo., de Stefan Zweig. Acantilado. Acantilado. Colección de Cuadernos del Acantilado. 2018
Portada. Miedo, de Stefan Zweig. Acantilado. Colección de Cuadernos del Acantilado. 2018.

Miedo es un precipicio y delirio sentimental en cuyo arrebato el laberinto de las emociones se alza con voz propia. La culpa dormita con los pies ateridos de frío.

Stefan Zweig, inmersión en la compasión

NOS RECONOCEMOS EN EL INFRAMUNDO de cada uno de nosotros donde la soledad se desahoga con nuestra conciencia. Ese íntimo confesionario se convierte, en ocasiones, en un purgatorio. Por más que nos esforcemos, no lograremos reparar o enmendar nuestras acciones y la culpa adquiere el perfil del fiscal que nos acusa sin la mayor muestra de piedad. En cierta manera escribimos una especie de libelo personal como pena autoimpuesta. El determinismo moral abre una vía de agua y nos convierte en galeotes de los convencionalismos sociales. La confusión y el temor se abren paso para dejarnos inermes ante el espejo.

MIEDO –Acantilado. Colección de Cuadernos del Acantilado. Traducción de Roberto Bravo de la Varga- con este significativo título, cuya vinculación con su autor es decisiva a tenor de los últimos acontecimientos de su vida que le llevaron al suicidio junto Lotte -su segunda esposa y secretaria-, en el exilio brasileño de Petropolis en 1942, nos encontramos ante una magnífica novela corta cuyas raíces psicológicas absorben la atención del lector desde el primer momento. Irene Wagner es una acomodada burguesa, casada y con dos hijos, que mantiene una relación de adulterio. La necesidad caprichosa de salir del aburrimiento emocional diluido en el reglado universo en el que vive, sin sopesar las consecuencias de su alocada decisión, le llevará a la desesperación. El chantaje al que se verá sometido y el pavor que le provoca el mero espejismo del derrumbe de su mundo familiar y social es el argumento y epicentro de esta historia. La evolución que sufre la protagonista es un elaborado fresco donde hallamos un magistral empleo literario de los síntomas físicos y psíquicos para retratar la consumación de la desazón y la incertidumbre ante el descrédito y la pérdida. Su universo interior se nos muestra como un rosario de quebrantamientos en los que la palabra miedo reaparece constantemente, contagiando al lector de ese pronunciado sufrimiento interior y mudo que soporta el personaje como olla a presión. La resolución final es un inesperado axioma sobre los límites en los que el amor acuna aspectos tan contradictorios como sorprendentes.

STEFAN ZWEIG, PAISAJISTA DE LO INVISIBLE. Su perspicacia nos interroga sobre el ámbito humano y la interconexión que sostiene en la convivencia con los lindes aceptables de la época que describe. Las calles de la Viena imperial se convierten en una especie de Vía crucis Quizás en la misma proporción en la que su trabajo creativo se desarrolló en el desarraigo permanente desde que abandonó su mansión en Salzburgo. Su ascendencia judía y la amenaza nazi, le convencieron de su partida y tránsito nómada. Las coincidencias no existen. El exilio lo emprendió tras el final de su primer matrimonio. El motivo fue precisamente el adulterio. La capacidad del autor de Novela de ajedrez en la traducción sentimental de las tinieblas, nos habla de la sensibilidad en la ejecución de su escritura en la que forma y fondo son liminares para comprender la construcción piramidal que elabora.

En el vértice la aspiración humana a ser comprendido y aceptado. El escarnio se vuelca con afán justiciero en la percepción de la culpabilidad que se arrastra hasta el desfallecimiento. La confrontación entre deseo y realidad es una pugna en la que solo la compasión posee el poder salvífico de liberarnos. Zweig enciende la lamparilla de mesa en el salón oscuro de los sentimientos para focalizar ese destello final que la obra alcanza. La editorial Acantilado con la elegancia que caracteriza a sus ediciones, prosigue en su empeño de editar la obra del escritor vienés para regocijo del lector. La equidistancia que mantuvo con el pretendido compromiso del intelectual en la causa política, “El artista que cree en la justicia nunca puede fascinar a las masas ni darles eslóganes. El intelectual debe permanecer cerca de sus libros. Ningún intelectual ha estado preparado para lo que requiere el liderazgo popular”, nos recuerda la reflexión de Juan Marsé cuando señala que “la auténtica patria del escritor no es la lengua, sino el lenguaje”. @mundiario   

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