Stalker, una aventura espiritual

Fotograma de Stalker, de Andréi Tarkovski
Fotograma de Stalker, de Andréi Tarkovski.

Incapaz de muchas afirmaciones, Stalker es un hombre atribulado, que siente el mundo como una cárcel, que quisiera superarse, hasta alcanzar el carácter espiritual de la vida.

Stalker, una aventura espiritual

Stalker, la quinta película de Andréi Tarkovski, es el arduo trabajo que este singular director - como un Sísifo soviético - tuvo que rehacer, pues el largo rodaje anterior se había quedado en nada por un problema en el revelado de la película. Pero la necesidad de erigir esta obra no podía desmerecer de la que sus personajes tienen de arribar al cuarto de la Zona, ese misterioso lugar donde se cumplen los deseos más esenciales.

Los personajes de esta película son arquetípicos, aunque no simplistas. Y de hecho, no conocemos su nombre de pila, sino el mote que nombra su cometido profesional que, en cada caso, es la actividad que marca su visión ante la vida. Stalker es el nombre con el que conocemos al personaje protagonista y es también el de su profesión arriesgada, perseguida, fascinante; la del hombre que guía a los necesitados de una respuesta espiritual hasta el lugar decisivo de un territorio, la Zona, sobre el que no se sabe nada cierto, excepto que está afectado por el misterio, por la desaparición de muchos curiosos que se arriesgaron a atravesar sus límites. Una Zona que pudo sufrir el impacto de un meteorito, la transformación por una invasión extraterrestre o no se sabe qué, pero que permanece afectada por una realidad desconocida que provoca grandes preguntas sobre la verdadera naturaleza de la vida. El perímetro de esta Zona está protegido por el ejército de ese país y traspasarlo es arriesgar la libertad o la vida.

Stalker no se hace muchas preguntas, salvo las fundamentales. Incapaz de muchas afirmaciones, es un hombre atribulado, que siente el mundo como una cárcel, que quisiera superarse, hasta alcanzar el carácter espiritual de la vida. Siempre dispuesto a la creencia, a la fe, valora mucho la bondad del comportamiento humano. Para él, la Zona es una manifestación de una divinidad, de su carácter incomprensible, imprevisible, ilógico; aunque, finalmente, el hombre prescinde de aceptar esta indefinición, pues necesita sobrevivir, que la mente pueda servir de soporte, de seguridad, a una peligrosa relación con el mundo. Para Stalker, la Zona es la esperanza, la aceptación de un poder sobrenatural, la posibilidad de un viraje que desarme tanta decepción y sufrimiento. Hay una escena en la que, cuando llegan al territorio central, se aparta de sus compañeros, se tumba en la vegetación, pretende abrazarse, fundirse con ese lugar sagrado. Para él, todo tiene que tener un sentido y un motivo; y así expone el ejemplo del misterio de la música, que no tiene que ver con la realidad y sin embargo nos conmueve, nos une, crea una resonancia en lo más íntimo de nuestro ser.

El Escritor es un cínico limitado por algunas dudas que resquebrajan su brillante escepticismo. Cuando se afirma a sí mismo, con la tristeza de a quien se le está oscureciendo la vida, mira a su alrededor como temeroso de una imprevisible respuesta o pregunta. Es un hombre que reconoce su egoísmo definitivo. En un principio, quiso cambiar a sus lectores con sus libros, pero se ha dado cuenta de que sus lectores lo han cambiado a él. El único ser humano que le importa –dice- es él mismo. Si va al cuarto es para que le sea concedida la inspiración; pero el hombre escribe porque se atormenta, porque duda, y necesita demostrarse una valía suficiente. En su discusión con el científico, manifiesta el gran valor que le da al arte, al que considera altruista. Sin embargo, el Profesor lo considera inútil. Lo que verdaderamente importa es que la gente se muere de hambre.

El Profesor es un científico que le confiere un margen de duda a su creencia en lo empírico, pero realmente espera comprobar la disolución de una verdad espiritual que debe ser ficticia. Desconfía de un lugar que, si fuera cierto, resultaría peligroso para el mundo. Por eso lleva en su mochila un veneno para sí mismo, una bomba para salvar a la humanidad del posible cumplimiento del deseo de algún poderoso exterminador.

El punto de partida y de llegada de esta expedición es un bar oscuro, un revoltijo de sombras en blanco y negro, ámbito tarkovskiano de decadencia, lugar de esperanza y frustración, un enclave más en el peregrinaje hacia uno mismo, un detenimiento para y por no llegar al lugar más profundo, al yo al fin irreductible.

Cuando llegan al umbral del cuarto, el Profesor y el Escritor sienten miedo de sí mismos, porque, en ese punto, se sienten obligados a preguntarse: “¿Quién o qué soy yo verdaderamente?”. Porque cuando se trata de decidir qué deseo se va a hacer realidad irreversiblemente, cuando este no va a ser necesariamente el pronunciable sino tal vez el más recóndito, el más incognoscible o el más contradictorio con nuestra actitud ante la vida, da miedo exponerse a su cumplimiento. Y es que, cada vez mejor, la ciencia nos demuestra que solo una pequeñísima parte de nuestras decisiones las toma nuestra conciencia. Una fuerza omnisciente traspasaría la frágil capa de voluntad con la que nos vestimos, con la que ocultamos nuestras vergüenzas, esos oscuros deseos que ha cultivado nuestro inconsciente.

Indecisos, finalmente, se vuelven los tres; después de un recorrido en que su valentía se ha detenido en el momento decisivo que hubiera podido transmutar sus certezas. El Escritor y el Profesor dudan de sí mismos pero también de la verdad de los poderes de la Zona. De vuelta a casa, Stalker padece un cansancio monstruoso, una desesperación inconmovible. (La esperanza puede ser una trampa, como nos decía André Comte-Sponville, en su muy lúcido libro La felicidad desesperadamente). Entonces, su mujer se dirige a la cámara. Nos confiesa los motivos de su vida, se excusa de su terrible tristeza. Nos dice que decidió compartir su vida con Stalker a pesar de que “era un simplón”. “Pero era un hombre de fe”. “Mejor es una felicidad amarga que una vida gris”. “Pasé amargura pero no me lamenté ni tuve envidia de nadie”. “Si no hubiera habido pesares tal vez no hubiera habido felicidad ni esperanza”. Es la idea del pecado original, del deber de sufrimiento, de lo sospechoso de una auténtica felicidad. Es la oposición a la frivolidad, al materialismo, al egoísmo, sin saber que hay una tercera vía de desarrollo personal que no es excluyente de la bondad y de una plenitud alegre.

La Zona es cómo la hace el estado de ánimo de las personas que la pisan. Según Stalker, solo deja pasar a los que no les quedan esperanzas, a los desgraciados. Es una interpretación compasiva. Este hombre representa la candidez, la credulidad, el apego a una bondad que pretende eximir del dolor, del terror. Ese tipo de hombre que, más o menos atenazado, quiere sobrevivir en todos nosotros, confiriéndonos una humanidad que está, en definitiva, desamparada; una filiación con un poder sobrehumano, un sometimiento. Para Stalker, las pasiones son “un roce entre el alma y el mundo exterior” y “la debilidad es grande y la fuerza fútil”.

Stalker no es una película cuya visión pueda recomendarse a todo el mundo. No por su dificultad conceptual, que me parece salvable por cualquier espectador mínimamente avezado en estas cuestiones, sino por la parsimonia con la que se desarrolla la acción, por el contenido filosófico-espiritual, tal vez odioso para quien sienta alergia por las grandes preguntas de la existencia. Esta, no obstante, es una verdadera película de aventuras. Solo que aquí los peligros no son solo físicos y los objetivos no son materiales, que los protagonistas no son los buenos sino simples seres humanos, contradictorios, conscientes del desconocimiento de quiénes son, de quiénes quieren ser. Y no han de vencer a los malos, sino a los fantasmas que ellos mismos crean. Tal vez, a quien se decidiese a ver una película como esta, habría que decirle que esto no es únicamente cine, sino algo más, y que por ello debe adaptar su actitud atenta a una propuesta distinta, más compleja, pero también mucho más enriquecedora. @mundiario

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