Soñando con tu enemigo

Hombre en un banco.
Hombre en un banco.

Contempló con curiosidad la ventanilla trasera bajando suavemente y dejando al descubierto el hermoso rostro de una mujer, que giró su cabeza para mirar la dramática escena que estaba ocurriendo a solo unos metros.

Cuando lo vio, el anciano echó a correr como si no hubiera un mañana — que tal vez no habría si no era capaz de alcanzarlo — Hizo acopio de sus menguadas fuerzas y se dirigió raudo hacia su objetivo. Por un instante creyó ser aquel joven de hacía tantos años, compitiendo en las carreras que se celebraban en el pueblo. Soportó las punzadas de dolor que su pierna derecha le regalaba al caminar — como recuerdo perenne de la metralla que una granada incrustó en su muslo durante la terrible Batalla del Ebro — e incluso se atrevió a pensar que lograría alcanzar su premio.

Pero la realidad lo golpeó con inusitada fuerza, mientras gastaba sus escasas energías en una carrera que no tendría fruto. Apenas había recorrido la mitad del camino cuando dos jóvenes ya estaban disputándose el objeto que aún permanecía en el suelo: los restos de una manzana que habían sido arrojados desde un lujoso coche que pasaba por allí. Uno de esos Mercedes que Alemania proporcionaba a los ricos, igual que hizo con los aviones durante la guerra

El viejo contempló cómo ambos se enzarzaban en una furiosa pelea a puñetazo limpio, por ver quién se llevaba el preciado trofeo — quizá el único bocado del día — mientras una pequeña multitud se arremolinaba en torno al lugar del lance. Pronto surgieron más disputas, pues no todos los días se podía comer un trozo de manzana tan apetecible como el que aún descansaba en el suelo, de modo que en pocos minutos la zona se había convertido en una batalla campal.

Mientras trataba de recuperar el resuello apoyado en el bastón — su compañero inseparable desde hacía tantos años — pudo ver cómo el coche se detenía unos metros más adelante del lugar de la reyerta. Contempló con curiosidad la ventanilla trasera bajando suavemente y dejando al descubierto el hermoso rostro de una mujer, que giró su cabeza para mirar la dramática escena que estaba ocurriendo a solo unos metros. Por un momento el anciano creyó que estaría asustada. Hasta que sus ojos se cruzaron, y pudo ver claramente la indiferencia de la dama, que pareció sentirse incómoda por el mero hecho de compartir la mirada con un viejo cojo y decrépito. De pronto ella acercó algo a su boca. Era una manzana roja y brillante. Tan deliciosa como inalcanzable. Tan vital para él como innecesaria para ella. La mordió con delicadeza, transmitiendo con su mirada el placer que estaba sintiendo, mientras los ojos del anciano se llenaban de lágrimas. Y no de pena — que esa ya lo había abandonado hacía muchos años — si no de impotencia. En ese momento se giró y empezó a caminar de nuevo hacia el banco donde estaba sentado, sintiendo el rugido del motor alejarse para devolver a esa mujer a su mundo. Otro bien distinto al suyo. Con muchas manzanas y sin las estocadas que el hambre infligía a los estómagos de aquellos que habían tenido el infortunio de perder una guerra.

Por fin dio con sus huesos en el duro hormigón de su banco, mientras se tomaba unos minutos para recuperar la presencia de ánimo. Al cabo rebuscó entre los bolsillos de su raída chaqueta un trozo de tela floreada — que seguro conoció tiempos mejores, limpiando pieles mucho más tersas y limpias que la suya.

Al fin encontró lo que buscaba, y procedió a extender cuidadosamente el pañuelo en su regazo, dejando a la vista esa preciosa stiletto — la navaja automática que había cogido del cuerpo sin vida de un soldado italiano en el Frente — Se secó las lágrimas tan delicadamente como su tembloroso pulso le dejó, y trató de sacar brillo a la hoja, mientras recordaba cómo la había conseguido. Siempre guardó en su mente la imagen de ese chico. Un chaval de su misma edad más o menos, que había venido a otro país a luchar por unos ideales que ahora estaban destruyéndolo todo, y que dejó su vida para que otros hoy puedan vivir bien a costa de los vencidos. Una de tantas muertes injustas, en medio de una guerra cruel, inhumana y fratricida.

Con la mente clara, la conciencia limpia y el pulso firme, sujetó la stiletto con su mano derecha y pasó el afilado acero por el anverso de su muñeca izquierda. Cuando la sangre comenzó a manar el hombre esbozó una sonrisa, mientras miraba al horizonte saboreando el salado olor a mar. Ardía de deseo por encontrar y abrazar al verdadero propietario de esa navaja.

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