Rafael Adolfo Téllez, poeta de lluvia lenta y húmeda

La soledad del aguacero, de Rafael Adolfo Télllez
Portada de La soledad del aguacero, de Rafael Adolfo Téllez. / Mundiario

También de sentidas presencias. La suya es una obra poseída de profundo y alto vuelo poético.

Rafael Adolfo Téllez, poeta de lluvia lenta y húmeda

Rafael Adolfo Téllez es un poeta y escritor de amplia y sólida obra, nacido en Palma del Río (Córdoba) el 29 de diciembre de 1957. Su infancia transcurre entre Fuente Palmera (Córdoba) y Cañada Rosal (Sevilla), donde se trasladó en 1964 a casa de sus abuelos y de su tío, cura del pueblo.

Cuando del entorno mundo poético me llega la pregunta sobre poetas sobresalientes de las nuevas generaciones, no me falta tiempo sin necesidad de elogios gratuitos, señalar el nombre de Rafael Adolfo Téllez, poeta del sentir sencillo, ligero de equipaje (perdonen los “modelnos el figurado machadiano”), muy consciente  que intentar ser original, como ya señaló Carlos Onetti, es la idiotez mayor que puede practicar el hombre. A Téllez le basta con ser digno heredero de César Vallejo, sin ser copión al pairo, pero si de palpitar la angustia de la vida misma al cantar lo  íntimo y cotidiano de su existencia:

“Y como aquellos años, al solecito matinal, tú nos traías el tazón

migado,

nos salíamos presurosos al corral de las gallinas,

al cobertizo aquel de la dicha, creyéndonos a salvo,

tal si pronto no fuésemos ya ancianos.”

Sucesión del  sentir desojando recuerdos, fieles a una guía tomada de la naturaleza desnuda y sencilla entre la tierra y el cielo de lo familiar:

“Un abuelo recóndito que a fuerza de no verlo se me hizo familiar

y que alumbró con luz de lámpara mi paso por la infancia.

madre que, en su cocina, enhebró, en manteles de humo, lo enorme del mundo.

Mi padre señalando con un dedo los astros”.

 

Rafael Adolfo Téllez.

Rafael Adolfo Téllez. / Mundiario

 

En la lírica de Rafael Adolfo Téllez, poeta de lluvia lenta y húmeda, el dolor es un estado lleno de  habitada permanencia, teniendo siempre constancia con las relaciones humanas,  componiendo de esta forma una fase emocional que traslada con lenguaje formal arropado por un paño de dolor tiernamente singular, que al evocar estos contextos desnudos y humanos surgen  áreas de emociones dibujando la amplitud de lo heredado:

“Está mi padre en la penumbra. la tarde le encuentra sentado

en el zaguán,

con su blusa, con su bastón de nácar, contemplando las nubes

que pasan de un siglo hasta otro siglo.

es tan joven ahora

que, hace un rato, ha salido a los cerros

donde guardo, para luego, su imagen de este mundo.”

 

Posiblemente, luego lo afirmo sin reparos,  estamos ante uno de los más intensos poetas al paso medido y calculado entre dos siglos en que se encuentra instalado  el creador.  Su humanidad parece estar tallada por la brisa natural de las tardes. A veces contemplando la lluvia en los caminos, desde el umbral  de la vieja puerta donde las generaciones,  verso a verso, en su propio y doloroso costado del desvivir viviendo. Refiriendo los sones del sentir que tamborilean las estancias recorridas:

“Quizás entonces un espejo borroso o una hoja de álamo

retengan tu juventud dormida, esa hora en que los gallos

se encienden  como hogueras en la noche y se llaman y conversan

en su olvidado lenguaje de otro tiempo”.

Cerremos, pues, sin reparos, esta recogida crónica envuelta en la armoniosa síntesis del poeta Rafael Adolfo Téllez, invitando al posible lector o lectora, a la lectura de la antología de esta “La soledad del aguacero” que aporta el hondo y tembloroso solfeo de la música convertida en lluvia, refugio de tardes. Soledades, donde el retorno del tiempo vivido llama a la puerta.

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