Serotonina demuestra de Houllebecq es un escritor sobrevalorado

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Serotonina. / Anagrama

Sigo sin entender la mitificación de Houllebecq, pues su última novela, Serotonina, me parece un reflejo de la herencia perniciosa que Roland Barthes ha dejado en la literatura.

Serotonina demuestra de Houllebecq es un escritor sobrevalorado

Desde hace año y medio, me he vuelto demasiado destructivo con algunos títulos y autores. No iba en mi ADN. He hecho reseñas de libros que son una auténtica vergüenza, pues intentaba rescatar algo positivo, por mínimo que fuera, de ese bodrio que me había leído con amargura. Intereses particulares, compromisos y amistades efímeras me condujeron a buscar, entre la bazofia, algún resquicio de luz.

No sé si es la edad, la crisis de los cuarenta, mi operación de vesícula, una alopecia mal llevada, el hecho de no llegar a ser María Dueñas. No lo sé. Algo me ha puesto de muy mala leche con autores y libros que, desde el punto de vista del marketing, se promocionan con unas expectativas revolucionarias que se quedan en nada tras su lectura.

He leído todo de Houllebecq y me frustra que, desde los medios, se nominalice la disidencia de un autor que veo solo en nimios destellos. Los medios y algunos críticos han hecho que el autor de las partículas escriba con intención y que el lector lea con la misma intención de estar ante un autor "distinto", "provocador" y "marginal".

"Sumisión" me gustó, pero no fue para tirar cohetes. No se atrevió a hacer una exégesis del Islam, sino que se quedó en los efectos. Fue valiente, lo reconozco, pero no lo suficiente y lo entiendo. "Serotonina" es un libro que muere en la primera página, en la primera frase. Es la novela que peca del intelectualismo francés que tanto daño ha hecho a los discípulos de un existencialismo que dejó de respirar la opresión del nazismo y que pensó que escribir sobre la angustia era rellenar folios sobre los alimentos de su nevera.

"Serotonina" es una novela que hace revivir a Barthes y a ese deconstruccionismo que se cargó la literatura y los programas de Filología en las universidades europeas. Los estudiantes dejaron de leer a los autores para pasar a estudiar a los críticos que escribían sobre la crítica de otros.

El personaje de Houllebecq en esta novela es insustancial, es el reflejo de un yo que quiere convertir su crisis personal en una categoría universal, pero no lo consigue, porque el tipo te mata de aburrimiento. Su nihilismo no contagia y, por mucho que trates de leer entre líneas, en el argumento solo veo el vacío. No, el vacío es cojonudo. Lo que veo es una pared blanca donde alguien ha escrito "Tonto el que lo lea".

En la novela, hay relleno, mucho relleno, la necesidad de engordar páginas con algo que no soporto en las novelas actuales. Odio que un escritor me cuente a qué saben los vinos y las napolitanas de chocolate. Odio ese París de Houllebecq, que insiste tanto en retratarme lo sibarita de su gastronomía para no llegar a ningún sitio. Relleno y más relleno. Cebolla caramelizada sobre una tapa de anchoas. Nada que ver con Modiano.

La ciudad de un escritor como Modiano está llena de misterio, de historias, de tramas, de personajes que desaparecen y vuelven a desaparecer. Houllebecq debería aprender de Modiano.

En "Serotonina", no hay una crítica a la felicidad artificial de los ansiolíticos, sino un tipo que piensa en hacer algo y que luego no hace nada. Houllebecq se inviste de la mayor de las tragedias, como le ha sucedido a Javier Marías después de su tercer libro; piensa que con escribir basta, piensa que el apellido, su apellido, marca la trascendencia de sus novelas. Y no les falta razón. El mercado es el mercado y la marca domina sobre todas las cosas, aniquila otros criterios y se gana el favor de periódicos y profesores universitarios.

No tengo nada más que decir de una novela de la que esperaba algún destello, como en otros trabajos del autor, pero, cuando Houllebecq se ha propuesto revivir la doctrina de Derrida, éste lo ha devorado sin pudor y sin escrúpulos.

Espero que encuentre el camino, aunque la frase y lo que encierra no sean muy post-estructuralistas. @mundiario

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