La serenidad de extinguirnos en los recuerdos o leer a Joan Margarit

Cálculo de estructuras./ Visor
Cálculo de estructuras./ Visor

Leemos en Cálculo de estructuras: "Aquellos a los que amas y se llevó la muerte son lejanas presencias. Cuidan de ti en algún sentido".

La serenidad de extinguirnos en los recuerdos o leer a Joan Margarit

Publicado por Visor, el poemario Cálculo de estructuras es una declaración vital sobre el recuerdo como único andamiaje para creer que hemos existido.

Su poesía es desafiante. Siempre lo es. Y no me refiero al carácter retador de la semántica del adjetivo, sino a un sentido etimológico mucho más profundo, la desconfianza que el propio Margarit tiene hacia la realidad.

Me emociona enormemente esa capacidad que tiene en Cálculo de estructuras para mirar a la vida como un fenómeno distante y anodino, que alguna vez formó parte de su realidad, pero nada es ya lo que parece, ni lo que parecía.

Su poesía, como ese mundo inédito que Margarit asume, se basa en el recuerdo, en una frontera difusa, donde lo vivido se interpreta, en verdad, como un hecho no vivido, sino extremadamente aprehendido desde la emoción intensa o el desencanto.

En su sentido más romántico, para Margarit lo que sobrevive no es el hombre, sino el visionario. El hombre que participó de la experiencia es un hombre autómata, al que no le quedó más remedio que comportarse y transigir. Quien escribe es aquel que pertenece al recuerdo, a aquello que es transformable, que puede ser diferente a lo real, a lo que no necesita ya sostenerse bajo las reglas y la inmediatez de las decisiones: "Siempre le quedará, virgen, brutal, su primera mirada sobre el fuego, sobre la oscuridad. El primer canto de un gallo, la primera voz que surca un aire aún desnudo y frío". (pág. 77)

El recuerdo no es voluntad, sino pura creación. Y Margarit emociona por eso; la intimidad de los ausentes, la represión, las ruinas, los paisajes urbanos, el tío Luis, las estructuras, las calles a media mañana, los paseos por la playa, por ejemplo, se desprenden de su carnalidad para ser otra cosa: el asomo a la pérdida, ser conscientes de que la vida en sí misma es un lugar de paso, la notoriedad de que estar vivo no es una ofrenda de los dioses, sino un castigo: "Puestos de cara a la penumbra, dando la espalda a la ventana, nunca han estado así de juntos; como si fuese un gran amor, el odio puede mantener a raya hasta a la propia muerte" (pág. 107).

La serenidad que transmite en la descripción de algunos paisajes no está reñida con lo intrigante, con esa intención de ponernos al borde del precipicio para empujarnos al vacío. No se vive para recordar, se recuerda y así se vive de verdad, conciliando la experiencia monótona y cruel con una manera de escribir, de recomponer ese mundo desde la soledad y la intención de desaparecer, para que todo siga como siempre: "Todo se aleja, esta ciudad también. Volveré, dice una voz detrás de mí, saliendo en autocar por un suburbio de chozas y talleres de automóviles". (pág. 155)

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