Habitación 300: La sensibilidad expuesta al mundo daña más que una daga

Clip de Mentes peligrosas.
Clip de Mentes peligrosas.

Soy valiente y luchadora, trato de no sumirme en la aceptación de la mayoría. Las mayorías son necias, las masas son estúpidas. / Relato literario

Habitación 300: La sensibilidad expuesta al mundo daña más que una daga

Me castigaban porque mis compañeros me hacían reír, aquello creía, no porque mis padrastros le pidiesen a la tutora mano dura. Yo en el colegio era feliz, sigo siendo aquella niña, pero todo cambió. Recuerdo lo elevado de mi lealtad a mis amigas y la libertad de mis dibujos, la ilusión por el saber cuando el futuro no albergaba límites. Me propuse un reto del alma contra esa pena que tenía en la barriga, que también me hacía reír y temblar. Aún hoy no terminé de aprender, aunque he descubierto muchas cosas.

Si no estudias, te pueden engañar. Los que no estudian insultan y hacen ruindades, son quienes pueden decirte una mentira y dejarte aturdida. El conocimiento es evasión. Cuanto más aprendes, más te distancias de la situación.

Castigada en la biblioteca, aprendí la ciencia más bonita y duradera: el significado de las nubes. Recuerdo aquellas que traen tormenta, las he visto esta mañana. Cielos divinos. Cabellos longevos del cielo, blancos, canosos, livianos como el dolor de huesos. Azul, azul, azul hoy y aquella mañana… Habrá tormenta, dice mi sabiduría de niña envejecida.

Sin embargo, sigo siendo un primor y descubro, con mi ser resquebrajado, que el mal me acosa y mi bondad se enfría. La madre de mi vecina me llamaba “abogada de causas pobres”, porque me daban penita los niños que se caían, los que se peleaban, los gorriones sin mamá, los raquíticos de la tele sin comida… Lo que fuese razonable y no correspondido. Disimulaba mi tristeza, por eso di consuelo a los tristes.

Yo lo era todo, pero, igual que no sé quién soy, no tengo vocación. Los oficios que mejor valoro en la sociedad son la Medicina y la docencia. Siempre admiré y adoré a mis maestros, ellos se preocupaban por mí. Hasta que intuí que eran algo más (algo más simple y vulgar). Y es que, cuando cumplí los dieciocho, se desmoronó la estructura, ardió mi diario, sudé de vergüenza. Descubrí que la educación es un imperativo y no una decisión. La educación es para los perdedores.

A día de hoy el recuerdo se ha vuelto atroz, conservo lo malo en la percepción, a mi alrededor, la marginación no es causa sino efecto. Soy valiente y luchadora, trato de no sumirme en la aceptación de la mayoría. Las mayorías son necias, las masas son estúpidas. Yo soy diferente, expreso los efectos de una dura depresión. Supongo que aquella monitora de baloncesto me tiró un balonazo en la cara bonita aposta, la categoría que mencionaba Villamarín aludía a un sentir común en el aula sobre mis sobresalientes. Mi soledad en el recreo era una reivindicación─ tiempo que transcurría junto a la calefacción, mi salivación y un lápiz.

Y Alicia no era ideal. Yo buscaba la protección maternal de las profesoras. Fue aquel año cuando oí hablar de una Universidad de Columbia que quedó muy lejos, y exámenes como postales y un juramento de fin de curso entre bailes y lágrimas. De sorpresa, después de su aborto, la maestra seleccionó a algunos: la sorda, el gitano, el subnormal, el de la ropa raída y a mí, para exhibir ante todos una clase de apoyo. Nos dijo cosas tan evidentes que mordí la lengua porque la quería, pero, entre ella y yo, era palpable mi impotencia bajo todas las miradas y su seguridad.

Aun así, creo que la ciudadanía y la patria que reivindico cuentan con muy buena base y tengo una trayectoria intachable, orgullosa y noble de espíritu. Lucharé mientras respire. Mi mente es libre de cadenas ni culpa alguna, sin ataduras que corrompan. Siempre fui clara y sincera. Por mi nobleza fui perseguida y penalizada así como castigada. Pero soy incorregible, pues casi perfecta, ya que la experiencia ha pulido mi perfección dejándome mutilada. Sobreviví a las ofensas y nunca caí en la tentación, siento paz interior o violencia contenida, es algo que está en equilibrio. Defiendo a los míos: los míos son, definitivamente, los que sienten. Los que lloran por mí. Quienes sonríen cuando me enfado, los que no saben qué decir cuando discuto. Mi gente no es un gremio ni una familia, sino una pasión. @mundiario



  

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