Secretos y mentiras, de Mike Leigh: sobre la actitud ante la herida emocional

Fotograma de la película Secretos y mentiras, de Mike Leigh
Fotograma de la película Secretos y mentiras, de Mike Leigh

Esta historia nos habla de la grandeza del amor, del respeto, para salir de los infiernos de la envidia, del odio, del rencor.

Secretos y mentiras, de Mike Leigh: sobre la actitud ante la herida emocional

Secretos y mentiras (1996) es un ejercicio de delicadeza psicológica altamente emotivo. Mike Leigh desarrolla en esta historia una clara tesis: la de que, en cualquier familia, puede haber problemas, insatisfacciones, heridas, aunque no se revelen porque haya en ellas muchos “secretos y mentiras”. Por otra parte, habría dos tipos de personas. Aquellas, como Maurice o como Hortense, que no tienen miedo a afrontar la verdad de su situación, y de esta manera se sanan a sí mismas y están capacitadas para cumplir un deber que consideran principal y que es el de hacerle la vida agradable a los demás, el de aminorar el peso de los conflictos, el de comprender al otro; todo lo cual los lleva a un amor maduro, que les supone un sufrimiento más por los demás que por sí mismos. Por otro lado, están aquellos otros personajes incapaces de remontar sus traumas, sus frustraciones, de lo que se deriva un malestar esencial que les conduce a una actitud agresiva. Pero hay muchos matices que diferencian a estos personajes tan bien construidos.

Maurice es un fotógrafo que posee un estudio con el que se gana bastante bien la vida. Está casado con Mónica, una mujer insatisfecha de momento no sabemos muy bien por qué, pues no hay una gran explicitud, aunque sí signos: el disgusto ante la regla sobrevenida, la molestia ante los niños que juegan en la calle. Esa imposibilidad para tener hijos, que se declarará abiertamente más tarde, y que arrastra durante sus ya quince años de matrimonio, le produce una infelicidad que nada puede aminorar. Ni siquiera esa gran casa que ha reformado a su gusto y está orgullosa de ella, y que se convierte en símbolo de cómo los bienes materiales no pueden curar las heridas psicológicas profundas. Maurice la soporta con entera benevolencia. La asiste pacientemente, intenta comprenderla. La espera más allá de esa incapacidad de asunción de la realidad que la está destrozando.

La profesión de Maurice sirve para ofrecernos otro mensaje. Todas esas sesiones en el estudio en las que, amable, cariñosamente, intenta obtener una sonrisa de sus clientes, que es algo que a veces consigue forzándola, revelándose entonces la fotografía como una mentira que no refleja la actitud previa de quien unos segundos antes de posar estaba malhumorado. Aunque también hay fotografiados que se resisten, que sostienen, hasta después del disparo, su rostro rencoroso, con el que pretenden encastillarse en una posición que pretenden de victoria, pero no es más que una manifestación de su vida derrotada.  

Por otra parte, está la hermana de Maurice, Cynthia, una mujer destrozada por su baja autoestima, que ha tenido dos hijas de hombres que la abandonaron, una de las cuales dio en adopción. La que convive con ella, Roxanne, es otro prodigio de amargura. Los reproches son mutuos. Cada una de ellas proyecta su dolor en la otra, haciéndola culpable; porque no le gusta cómo es, pero tampoco se gusta a sí misma. Ninguna es capaz de vislumbrar un futuro amable. La madre se ve sola para siempre, incapaz de merecer un hombre que la quiera. La hija trabaja de barrendera, o “para el ayuntamiento”, cuando intenta mentir sobre esa ocupación que la avergüenza. Pone esta película su mirada compasiva en seres débiles, en personas poco solventes psicológica o intelectualmente, sin apenas empuje personal, carne de cañón de una sociedad que aparta inmediatamente de sus brillos, de su riguroso acogimiento, a quienes no dan la talla o no saben siquiera simularla.

Maurice apoya a su hermana, pero insuficientemente. Apenas la va a ver, no la ha invitado a su nueva casa. En ese distanciamiento influye la aversión que su mujer tiene por ella, las rencillas que hay entre ambas por actuaciones del pasado. Pero en Mónica, junto a su depresión, a su hostilidad, existe un deseo de reconciliación, que intenta poner en marcha invitando a su sobrina a su casa, el día en que esta celebre su veintiún cumpleaños.   

Hortense es un prodigio de bondad, una mujer íntegra, valiente, dispuesta a asumir y a encarar positivamente cualquier adversa realidad, porque no la ve como algo odioso, desestabilizador, sino como una oportunidad de darle la vuelta para hacer el bien, de crecimiento

Por otra parte, rondando, sin saberlo, a esa familia enfrentada, tenemos a Hortense, una joven negra a la que se le ha muerto su madre adoptiva y que ahora decide ir en busca de su madre biológica, que no es otra que Cynthia. Hortense es un prodigio de bondad, una mujer íntegra, valiente, dispuesta a asumir y a encarar positivamente cualquier adversa realidad, porque no la ve como algo odioso, desestabilizador, sino como una oportunidad de darle la vuelta para hacer el bien, de crecimiento. Cuando conoce a su madre, lo que no aparece en ella es el rencor ni la decepción, sino al contrario, la compasión por esa mujer sumida en el dolor, arrasada en su nula fe en sí misma.

Hay una gran voluntad en el guion de Leigh de denunciar aquellas actitudes de quienes han fracasado en la vida por sus propios errores o insuficiencias, y pretenden cargar su responsabilidad en aquellas personas cercanas que consideran exitosas. Hay una digresión en el relato, un corto episodio en el que aparece el antiguo dueño del estudio fotográfico, quien ha vuelto fracasado y arruinado de Australia, y ahora vuelve a exigir a Maurice que comparta su éxito con él, pues equivocada o interesadamente cree que se lo debe. Otro detalle que se sale de la narración, simplemente tangencial, es la de la discusión en torno a qué hacer con la herencia que tienen los hijos de la que fuera la madre adoptiva de Hortense. Como se nos hace ver, y es cierto, la convivencia es conflicto, y la familia, especialmente en ciertas circunstancias, es uno de sus focos principales por su condición de red aprisionadora, inextricable.

En la fiesta de cumpleaños, tendrá lugar la explosión final de todos los conflictos, los antiguos y los nuevos, pero también un principio de catarsis posibilitado por los dos elementos más psicológicamente sanos de esa familia. Durante el festivo encuentro, en el aire se masca la tensión de unas divergencias y unos antagonismos nada resueltos. Frente a una precaria voluntad de armonía, subsiste una latencia de enfrentamientos dispuesta a emerger a la mínima ocasión. Como siempre, Maurice es el que, insistiendo en imponer un tono amistoso, intenta aligerar a sus familiares de sus rigideces sentimentales, de sus enconados resentimientos. Pero Hortense en poco puede apoyarle, pues se ha visto involucrada por su madre en una situación que la incomoda profundamente, en una mentira que su carácter honesto apenas puede asumir. Ha acudido a la fiesta como supuesta compañera y amiga de la que en realidad es su madre.

Más tarde, de la manera más torpe, pero la más propia de su madre, esta revela quién es Hortense. Estupefacción en todos, y rechazo frontal en Roxanne, que nada sabía de esa hermanastra. Se va con su novio. Puede ser una ruptura definitiva ese añadido de brutal e inesperada realidad a una relación ya tóxica. Pero Maurice arrastra su inmensa bondad hasta la parada del autobús, y la convence de que regrese a la fiesta. El final de la misma es el desnudamiento de los argumentos que han mantenido enquistados los odios. De resultas del cual, caen, por infundados o exagerados, algunos de los motivos para la envidia, las ideas que han ido labrando la inquina, el distanciamiento, el mutuo dolor. Por otra parte, entre las dos hermanastras surge una curativa relación. La escena final, en el cutre patio de la vivienda de Cinthya, parece describir una nueva fraternidad, la importancia de los afectos que comportan una paz que puede combatir el peso de las miserias materiales, en oposición a la riqueza que no podía mitigar la infelicidad en el hogar de Maurice y de Mónica.

Antes, hemos visto a Maurice y a Mónica en la cama, abrazados. Él le transmite su inseguridad con respecto a que ella le siga queriendo como al principio, y es que es mucha la frialdad que ha recibido de ella en los últimos años; pero ahora, curada de sus heridas, de su resistencia a aceptar que no podía ser madre, le dice que sí, que lo quiere, y mucho. Él le dice entonces: “Nos tenemos el uno al otro, ¿verdad?” Es la confirmación de un refugio necesario, de una calidez protectora frente a las ineludibles incertidumbres.  

El interés que pone Mike Leigh en recalcar su creencia sobre la forma de resolver las relaciones conflictivas me sugiere que tal vez esta película naciera de alguna herida personal penosamente superada. En cualquier caso, tiene muy clara la idea a transmitirnos: lo necesario de la solidaridad con los seres más débiles, de la comprensión, de la ternura; y de que, si los demás no nos quieren, si nos agreden, es porque no están curados de sus heridas emocionales. Esta historia nos habla de la grandeza del amor, del respeto, para salir de los infiernos de la envidia, del odio, del rencor. A Secretos y mentiras tal vez se le podrían achacar algunos excesos de sentimentalismo, de discurso moral, de solución demasiado optimista, pero ¿qué importa si sirven para denunciar los errores del alma, para describir el camino hacia una atmósfera afectiva sanadora? @mundiario

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