Para Sama, documental de guerra sin censura grabado durante 5 años de vida en Alepo

Una imagen de Alepo en el documental Para Sama.
Una imagen de Alepo en el documental Para Sama.
El documental mezcla una historia íntima y personal con una guerra que dura ya 10 años. Lo que vemos en Alepo herirá la sensibilidad del espectador pero no más que las heridas de los sirios.
Para Sama, documental de guerra sin censura grabado durante 5 años de vida en Alepo

Dos niños, de no más de 12 años, llegan cubiertos de un polvo denso, vestidos con vaqueros y camisetas, como cualquier joven de su edad. La nube gris que cubre sus rostros, su pelo, su ropa, se camufla entre el color rojo oscuro de la sangre que llevan salpicada en el pelo, en sus camisetas y en sus manos. Unas manos y brazos delgados pero vigorosos que cargan a su hermano, otro niño menor de edad. Éste, igualmente polvoriento, tiene los ojos cerrados. Su cuerpo baldío reproduce los movimientos que le provocan sus hermanos al llegar corriendo al hospital, un recinto sin recepción, cuya entrada es un pasillo en el que la gente corre de una habitación a otra. Allí les reciben con urgencia médicos o voluntarios, algunos con batas, otros en chándal o jeans, que atienden al niño que llevan en brazos, intentan reanimarlo, les preguntan que ha ocurrido. “Ha caído una bomba”, dicen los niños. “¿Y sus padres?”. “Muertos”, dicen los niños. “Está muerto. ¿Lo conocéis?”. “¡Es nuestro hermano!” gritan los niños y se lanzan a abrazarlo en esa camilla donde reposa su cuerpo. 3 huérfanos abrazados, uno de ellos muerto bajo los bombardeos aéreos en Alepo, Siria.

Esta es solo una de las cientos de imágenes crueles que contiene Para Sama, documental estrenado en 2019 y que muestra a las bravas una guerra al más puro estilo de aquellos reporteros de guerra de los años 80 y 90 que salían en los informativos y el presentador nos indicaba “las imágenes que van a ver pueden herir su sensibilidad”. Para Sama, sin lugar a dudas, puede herir la sensibilidad del espectador, pero eso no importa porque lo verdaderamente importante es que alguien haya tenido el valor de grabar la realidad con todo su sadismo y exponerlo al mundo, sin corrección política, sin pamplinas, sin censura, sin sensibilidad o con toda la sensibilidad del mundo, porque la vida es maravillosa y despiadada también, sobre todo en Siria.

Waad Al-Kateab viajó de su aldea a Alepo para estudiar marketing en la universidad de la ciudad. En 2011 comenzaron a producirse manifestaciones, principalmente por parte de estudiantes que reclamaban democracia en un país que vive en dictadura desde el año 1970 cuando Hafez al-Asad tomó el poder mediante un golpe de Estado. Cuando murió, en junio del año 2000, le sucedió en el poder su hijo Bashar al-Asad, el actual dictador de Siria.

Al-Kateab, la directora y protagonista de este documental, comenzó a grabar todo lo que sucedía a su alrededor desde 2012, cuando estudiantes de su universidad se unieron a las manifestaciones que habían prendido algunos meses antes en otras ciudades. Desde entonces, Alepo se convirtió en un símbolo de descontento con el régimen, donde empezaron a confluir facciones rebeldes opositora a Bashar al-Asad, muchas de ellas sin nexos de unión con el hartazgo estudiantil, y ciudad donde Waad Al-Kateab decidió quedarse como símbolo de oposición a la dictadura, donde se enamoró bajo las bombas, donde se casó con el sonido de los ataques y donde parió a su hija Sama, en la cama de un hospital de guerra dirigido por su marido Hamza.

El documental mezcla una historia íntima y personal con una guerra que dura ya 10 años. “Millones de personas ven mis videos en YouTube pero nadie hace nada por detener al régimen”, declara Al-Kateab en un momento del documental. Y es que esta joven, que por cuestiones del destino ejerció de reportera de guerra y documentalista, pasó 5 años en Alepo grabando todo lo que sucedía y subiendo esos videos a Internet.  Pero cuando recibieron la llamada de un delegado de la ONU diciéndoles: “si se rinden les perdonan la vida pero irán al exilio”, la decisión de todos los protagonistas de este documental y muchos otros más fue la de abandonar Alepo. Ella, su marido y sus dos hijas viven ahora en Londres y fue desde la paz de occidente cuando con el cineasta Edward Watts realizaron el montaje de las más de 500 horas de grabación de una guerra que parece no tener fin y a la que la opinión pública le ha dado, literalmente, la espalda.

En 2013 Waad al-Kateab grabó como cientos de cadáveres aparecieron flotando en bolsas en el río Queiq que cruza Alepo. Al recuperar los cuerpos y sacarlos de sus bolsas comprobaron que habían sido torturados y asesinados con un tiro en la cabeza. Eran civiles, personas opositoras al régimen de Al-Asad.

Con el paso de los meses iremos viendo cómo los ataques se intensifican y cómo lo que arrancó siendo, aparentemente, una revolución estudiantil pidiendo elecciones libres, acabará siendo una guerra de guerrillas con países extranjeros financiando el conflicto (Rusia e Irán luchando a favor del dictador sirio Al-Asad y apoyando a milicianos chiítas e introduciendo soldados de Irak, Afganistán y Yemen; Turquía, EE UU, Reino Unido, Francia, Arabia Saudí e Israel contra el gobierno de Al-Asad y armando, en el caso de EE UU, a milicias kurdas que forman las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF)). Un galimatías en el que civiles desarmados pidiendo, únicamente, vivir en un país democrático, son asediados por vía aérea como veremos en el documental de manera insistente, sobre todo por el ejército ruso que apoya con fiereza al dictador Al-Asad.

Pedro Baños ya lo resumía así en su libro Así se domina el mundo (noviembre 2017): “En Siria hay potencias con intereses contrapuestos. En este escenario queda patente que la responsabilidad de proteger no es un instrumento objetivo para proteger a la población de las violaciones de los más elementales derechos humanos. En este caso, Rusia tiene intereses económicos en el país, así como una base naval en Tartús, su único puerto en el mar Mediterráneo, además de fuertes intereses geopolíticos, como una relación de influencia que se remonta a la Guerra Fría y que no quiere perder a manos de Estados Unidos y Europa. Por otro lado, Irán considera al dirigente sirio Al Asad un aliado clave en la región por estar ambos gobiernos controlados por los chiíes (rama del islam opuesta a los suníes) y considerarlo el único aliado árabe que tiene en la región. Así mismo, Siria le permite a Teherán el contacto con Hezbolá en Líbano, desde donde Irán puede amenazar a Israel. Al otro lado está Estados Unidos, apoyado por sus aliados tradicionales y otros países árabes, con la finalidad de frenar el supuesto avance del Estado Islámico. Y podría seguirse con los intereses de otros actores, como Turquía e Israel, amén de europeos como Francia y Reino Unido que fueron los “creadores” de esa parte del mundo tras la derrota del Imperio otomano en la Primera Guerra Mundial. Así las cosas, a pesar de que todas las partes justifican sus actuaciones en la lucha contra los grupos terroristas, lo cierto es que no se centran en proteger a la población civil”.

En 2016, cuando nace Sama, Alepo sufría tres meses de asedio continuado. Cada noche, aviones rusos bombardeaban la ciudad hasta que rompieron la regla no escrita de no bombardear hospitales en una guerra. “Atacar los hospitales desmoraliza a la gente”, cuenta Waad al-Kateab en el documental. Y viviremos el ataque al hospital en que al-Kateab vive tras haber perdido su casa, junto a otros sirios y junto a su marido, quien dirige dicho hospital. Un lugar que parecía seguro. Esa noche murieron 58 personas. Al-Kateab, su marido y su bebé se salvaron.

En este documental aprenderemos incluso el tipo de armas que lanzan sobre la población: bombas de barril, bombas de racimo y gas cloro.

Las bombas de barril son contenedores rellenos con explosivos y metralla que se lanzan desde aviones o helicópteros. Son baratas de hacer y causan un profundo impacto ya que al estallar en el suelo la metralla que albergan sale disparada por doquier. Están señaladas como armas ilegales aunque no hay ninguna ley que las prohíba. Al-Asad negó en 2015 haberlas usado durante una entrevista en la BBC y quizá sea cierto o una verdad a medias ya que, según el documental Para Sama, su uso corre a cargo de los aliados rusos de Al-Asad.

Las bombas de racimo albergan en sí mismas un gran número de pequeñas bombas al abrirse. Al ser lanzadas desde el aire, como en Siria, la bomba se abre entre los 900 a los 90 metros y dependiendo de cuándo se programe su apertura los artefactos que salen de su interior cubren más o menos área. Nuevamente, Rusia las está usando indiscriminadamente en Siria.

En el documental podemos ver cómo nuestros protagonistas, mujeres, hombres y niños, sufren un ataque de gas cloro. Un trabajo de investigación de BBC en 2018 detalla los 106 ataques químicos producidos en Siria por parte del gobierno y sus aliados a pesar de que años antes, en 2013, el presidente Al Asad firmó la Convención Internacional sobre Armas Químicas y se comprometió a destruir el arsenal de su país. Algo que, evidentemente, no hizo. El uso de armas químicas está prohibido por el derecho internacional humanitario.

Hoy mismo, 7 de mayo de 2021, se publica la noticia de que Naciones Unidas ha apuntado a "inconsistencias" y "discrepancias" en las declaraciones de Siria sobre su programa de armas químicas, ocho años después de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU ordenando su destrucción. La diplomacia y la burocracia es así. Mientras, la guerra sigue y la sangre continúa corriendo por rostros polvorientos.

Las cifras de la guerra de Siria

Desde el inicio de la guerra en 2011 y hasta diciembre 2020 se calcula que murieron 387.118 personas, según datos del Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (SOHR, por sus siglas en inglés), un grupo de monitoreo con sede en Reino Unido y con una red de fuentes sobre el terreno. De esa cifra, 116.911 eran civiles desarmados.

A mayores de todos ellos, hay 205.300 personas desaparecidas a las que se les presume muertas, de los cuales 88.000 serían civiles a los que el SOHR les cree muertos por tortura en cárceles administradas por el gobierno de Al-Asad.

De este más de medio millón de sirios muertos, 12.000 son niños, según datos de Unicef, niños desprotegidos como el que arranca este artículo.

Además de los muertos, más de 2,1 millones de civiles han sufrido daños físicos o tienen discapacidades a causa de los bombardeos.

La BBC recoge en este gráfico las muertes que están documentadas y a manos de quién murió esa gente.

Responsable muertes en Siria. / BBC

Pero, además de los muertos y los heridos, están los refugiados. Más de 12 millones de sirios (el país contaba con 22 millones antes de comenzar la guerra) han huido. Según Acnur, 6’7 millones son desplazados internos, es decir, dentro del propio país, mientras que 5,6 millones de sirios se han refugiado y escapado de la guerra en países extranjeros. @opinionadas en @mundiario

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