Rosario Troncoso: ‘Cuando escribir es un vicio, duele’

Rosario Troncoso. / RT
Rosario Troncoso. / RT

"La poesía, más que veneno letal, es mortificación constante: querer escribir y no tener tiempo, no tener sosiego para dejar que germine un poema", analiza la poeta.

Rosario Troncoso: ‘Cuando escribir es un vicio, duele’

Activa, alegre y con la ilusión siempre a cuestas, Rosario Troncoso es una mujer que no se rinde ante los obstáculos que la vida impone aun siendo consciente -porque esto es así- de que el tiempo es siempre fuga,  igual que el viento se desliza veloz entre las agujas de los pinos : “Brilla cada instante/ previo al invierno. Borrosa juventud”.

Sostengo las palabras del poeta y crítico literario José Luis Morante acerca de La piel y su memoria, (Edición de Gabriel Viñals, Ejemplar único, Alzira, 2018): “El yo real está sometido a un temporalismo erosivo y así se manifiesta en su epidermis que se va convirtiendo en un certero mapa de erosiones y huellas”.

Queda, pues, en la memoria del lector, la emotividad reflexiva de esta poeta honesta y exigente que funda sobre lo perdido.

Rosario Troncoso nació en Cádiz en 1978. Es licenciada en Humanidades y experta en Periodismo y Gestión Cultural. Ejerce como profesora de Lengua y Literatura, colabora habitualmente con revistas digitales y participa en numerosas antologías. Es editora en Takara Editorial y miembro integrante del Centro Andaluz de las Letras.

Poemarios publicados: Huir de los domingos (2006), Delirios y Mareas (2008), Juguetes de Dios (2009), El Eje Imaginario (2012), Fondo de Armario (2013), Transparente (2014), Nuestra Orilla Salvaje (2017), La piel y su memoria (2018).

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Portada libro La piel y su memoria.

— Charo, ¿qué ha supuesto para ti la publicación de tu poemario  La piel y su memoria en una edición tan creativa como selecta?

— Estar en la Colección Poética y Peatonal de Ejemplar Único, dirigida por el artista Gabriel Viñals, ha sido para mí un honor y una alegría muy grande. Seguía el trabajo de este artista plástico desde hacía mucho tiempo, y compartir colección con poetas como Sara Castelar Lorca, Rosario Pérez Cabaña o Ana Pérez Cañamares me hace muchísima ilusión y es un orgullo, ya que se trata de algo muy especial: solo veinticinco ejemplares editados de forma exquisita, con veinticinco poemas y veinticinco camisetas pintadas a mano por cada poema que habita en su interior. El arte de lo efímero, la poesía, una colección selecta que solo llega a unos cuantos lectores interesados… Una maravilla. Estoy feliz. La noticia es que estos poemas, junto a otro buen puñado de inéditos saldrán pronto en otro libro que llegará a más personas que me editará Calambur. Todo es bueno últimamente. A ver si sigue la racha.

— ¿El hechizo se rompe cuando alguien nos pregunta por las huellas?

— Siempre. En poesía y en la vida. Hay poemas que no deben explicarse. Hay momentos que no deben descifrarse. La magia es eso.

— A La piel y su memoria le precede Nuestra orilla salvaje. ¿Qué tienen en común y en qué se diferencian ambos libros?

— Una vez, una lectora me espetó en una presentación que parecía que yo hablara siempre de lo mismo, en el mismo tono. No sé. Es mi voz. No soy mucho de innovar demasiado. Sí se nota el bagaje, las lecturas. Pero soy yo. Todos mis libros tienen mi voz, claro. Pero lo que sí es cierto es que Nuestra Orilla Salvaje es el libro más duro de todos. Me lo dicen. Y yo lo corroboro.

— Estoy leyendo Querido Waldo (Ediciones RELEE), libro de correspondencia entre Emerson y Thoreau, traducido por Alberto Chessa. Quisiera saber qué te sugieren estas palabras de Thoreau: “(…) la muerte es hermosa cuando se la ve como una ley y no como un accidente (…)”

— Me encanta. Y el tema de la muerte es recurrente en mi poética. En todas las poéticas. Sí. Y es un tema universal, claro. En Occidente vivimos de espaldas a la muerte. La ignoramos. Pero ella no nos ignora a nosotros y cumple con su trabajo, llamándonos a filas.

— ¿Qué sentimientos imperan en tus actos creativos?

— Depende. Procuro no ser demasiado visceral, alejar el impulso a la hora de poner en claro los textos. No lo consigo del todo. La lírica es justo eso, proyección del sentimiento en el poema. Y así dejo que ocurra. Pero conviene un equilibrio interno, para que la poesía no sea una terapia psicológica, un desahogo.

— ¿Alguna vez te ha perturbado un poema en proceso de elaboración hasta el punto de robarte el sueño?

— Muchas veces.

— Además de tu amplia obra literaria diriges dos revistas y eres responsable de Takara Editorial. ¿Cómo te las apañas para llevar a cabo tantas iniciativas?

— No lo sé. (Risas). Duermo poco. Pero llegará un momento en que no pueda mantener este ritmo. Imagino que la cuestión es la organización. Y siempre se van dejando cosas. Por ejemplo, la revista El Ático de los Gatos, el proyecto para adultos, la he cerrado. Sigo de forma online en la revista de José María Rosario en la Revista Cultural Blanco Sobre Negro, y estoy prestando más atención a mi propia obra. Es de agradecer cierta tranquilidad. Con la versión infantil y juvenil de la revista, El ático de los gatitos, sí que sigo todavía. Me aporta mucho.

— Declaraste en La voz del sur : “Soy una de esas masoquistas, lo mío con la escritura es vocación, necesidad y vicio”. ¿La poesía purifica o envenena?  

— A partes iguales, purifica y envenena. Pero más que veneno letal, es mortificación constante: querer escribir y no tener tiempo, no tener sosiego para dejar que germine un poema. El día a día. El estrés de la rutina. La vida que ruge con prisa. Cuando escribir es un vicio, duele. Aunque no llega a matar, de momento.

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