Reflexiones a partir de Nietzsche, Ortega, Séneca y Rousseau

El filósofo alemán Friedrich Nietzsche.
El filósofo alemán Friedrich Nietzsche.

Mucho tienen que hacer los padres para compensar el hecho de tener hijos, decía Friedrich Nietzsche. También pensaba que la vida sin música sería un error.

Reflexiones a partir de Nietzsche, Ortega, Séneca y Rousseau

Mucho tienen que hacer los padres para compensar el hecho de tener hijos

(Friedrich Nietzsche)

¿Es un irresponsable atrevimiento tener hijos? Quienes deciden no tenerlos tal vez no lo hagan por ese egoísmo que se les achaca, sino por miedo, por prudencia o un convencido pesimismo. Los fanáticos de la procreación defienden su sacralidad, el hermoso imperativo de la vida, su indiscutible suceso. Los reacios a propagar sus genes esgrimen la evitación de dolores, la impotencia para educar, para dar forma a un carácter feliz, capaz frente al mundo. Vivir siempre es un riesgo que, si se extiende, se amplifica. Ser padre implica el sentimiento de responsabilidad sobre una vida que, sin embargo, es poco manejable. Producir una vida conlleva la creencia en la sobrevenida obligatoriedad de la existencia, en las oportunidades de emerger del encadenamiento a la debilidad, consintiendo la imposición que cada día se le hace al ser, de luchar cada día para sobrevivirse.

Tener hijos no ha de ser un mal. Es ampliar el ámbito humano susceptible de producir amoroso sufrimiento, una lotería que a veces se impregna del acierto de una dirección benéfica.

La vida sin música sería un error

(Friedrich Nietzsche)

Me causa tanta extrañeza aquel que puede prescindir de la música como me preocupan los que la consideran imprescindible a toda hora, o el que esté infestado todo lugar público de su imposición. Me gusta imaginarme cómo podría sobrevivir un aficionado a la música en los tiempos en que no había transmisiones ni grabaciones, cuando era necesario esperar a la posibilidad de asistir a un concierto para escucharla; cuando, no habiendo oportunidades para su memorización, era también difícil evocarla. La música corriente era la popular, como lo es ahora, pero a la fuerza, por existir entonces escasísimas y elitistas alternativas. La música más cercana entonces sería la de las iglesias, aunque casi nunca en sus formas sublimes que ahora conocemos. La música sobrepone de pesadeces, ejercita el sentimiento, eleva el tono vital, nos reconcilia con la realidad. La vida sin música sería más plomiza.

Lo que no me mata, me fortalece

(Friedrich Nietzsche)

Las biografías de quienes mucho han avanzado en sus vidas están repletas del relato de los duros golpes sufridos, de graves hundimientos, de despiadadas adversidades. Su constante es su resarcimiento. Ahí los tenemos, sacando la cabeza siempre, habiendo soltado lastres, felices de saberse capaces de vencer a enemigos tan temibles. No hay golpe permanente si no se lo quiere acoger. Siempre hay periodos que podemos reconocer como nuevos, en los que la fuerza que empleamos para salir del abismo nos puede catapultar hasta acceder a alturas a las que no habíamos osado pretender.

El que no pueda lo que quiera, que quiera lo que pueda

(Ortega y Gasset)

Lo que se quiere es a menudo una abstracción indescifrable. Lo que se tiene, suele ser aquello que nos hemos ganado o nos hemos perdido, a partir de circunstancias generales, ahondando en hábitos, haciéndonos a determinados conformismos. Transcurrido el tiempo, renunciamos a querer; no a todo, sólo a lo inconcebible, a lo que nos alejaría de nuestra seguridad, de ese territorio en el apenas podemos movernos, pero donde nos encontramos salvados de la incierta intemperie. Allí, en aquello que podemos, a veces descubrimos la posibilidad de lo amigo, de construirnos una habitación propia, aunque no nos sea posible cerrar la puerta ni correr los visillos y tengamos que sonreír a lo pasajero. Lo bueno de estar allí es poder abrir los ojos y comprobar la infinitud de lo reductible.

La mayor rémora de la vida es la espera del mañana y la pérdida del día de hoy

(Séneca)

Nos pueden hurtar el día de hoy pero, a menudo, somos nosotros los ladrones de esa posibilidad inmensa. Hay que mirar la inminencia con creatividad, andar por el día expectantes de nuevas experiencias que hay que invocar con nuestra mente abierta. El día de mañana es una posibilidad aún impracticable, un temor erróneo o una confianza equivocada. El día de hoy es la oportunidad impaciente, un fértil terreno que se nos escurre, al que nos tenemos que acompasar, sin resbalarnos hacia el vacío de las escapatorias.

No hay viento favorable para el que no sabe dónde va

(Séneca)

¿Adónde vamos? Podemos dejarnos llevar por las circunstancias, por las mareas de nuestro ánimo. Cuando uno sabe adónde va, está más alerta, más sensible a aquello que es afín a su viaje. La visión resulta más selectiva, se hace posible recoger lo útil, lo que ayuda a avanzar, a componer una visión enriquecida de la franja del mundo por la que nos abrimos camino, esa incompleta pero fidedigna reproducción de la totalidad que nos acoge o nos conmina.

No hacer el bien es mal muy grande

(Rousseau)

Una afirmación que nos culpa de cada omisión, de cada instante en el que es imaginable nuestra acción benéfica: una exigencia inabordable si se autoimpone, que tal vez desborde el necesario equilibrio con el mundo.

Tener poca conciencia del mal ajeno probablemente sea tan inhumano como tenerla excesiva. También nosotros mismos somos un prójimo a quien atender, formamos parte del mundo. Somos también alguien que necesita descanso, placer, actividad, y sí, también ejercer la generosidad, pero sin estridencias.

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