Ravel y su Bolero

fonendoscopio-ico
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Tal y como yo lo escucho, empieza con una flauta dulce muy lejana y solitaria. Quizá por pena, el fagot acompaña su triste trinar en un “ritornello” de dos compases, repetido ocho veces. Y venga a sumarse instrumentos, en solidaridad con tales penurias.

Aunque, en realidad, debe escribirse « Boléro ». Y empezar con un “ Do mayor”, en dieciséis compases. O así lo escriben los músicos y afirman los musicólogos.

Para mi que es una de las piezas de la llamada “música clásicamás populares y conocidas por casi todo el personal. Mientras tecleo, la escucho. Más que nada para no equivocarme en la instrumentación y sus añadidos hasta explotar -poco a poco y en sus dieciséis- con la participación de todos los instrumentos orquestales.

Tal y como yo lo escucho, empieza con una flauta dulce muy lejana y solitaria. Quizá por pena, el fagot acompaña su triste trinar en un “ritornello” de dos compases, repetido ocho veces. Y venga a sumarse instrumentos, en solidaridad con tales penurias.

Al final de los 15 minutos veintinueve segundos que, el propio Maurice deseaba que durase, todo un maravilloso estallido orquestal invade el ambiente y uno, a fuerza de palos y bajo amenaza de suspenso permanente, continúa -o eso quiere creer- discerniendo todos y cada uno de los instrumentos tañidos. Una especie de arrebato “moltissimo vivace”. Y un final brusco y definitivo.

¿Escribo esto porque me encanta el “Boléro”, Ravel, o la mayoría de la música llamada clásica del siglo XX-XXI?

Pues no, francamente. Salvo raras excepciones; me aburre esta música soberanamente: demasiada técnica y casi nada de melodía.

Eso sí. Saber distinguir los sonidos; cuándo y cuántos están presentes, y poder distinguir sus parámetros (altura, duración, intensidad, timbres, ritmos...) y a qué instrumento pertenecen, por obra y gracia de mi catedrático (en España se denominan así) de Patología creo dominarlos. Hasta ahora.

Al menos someramente, ya que antes, durante mi educando, resultaba imprescindible distinguir tales sonidos con la ayuda de unas gomas, cilíndricas y largas, que se bifurcaban con dos auriculares que encasquetabas en las orejas y cuyo otro extremo , circular y ahuecado, insertabas en cualquier lugar del cuerpo de un individuo (o individua, que para el caso...). Y se oían cosas. No necesariamente armónicas, pero sonidos si que se oían si. Fonendoscopio (o Estetoscopio) se llama todavía.

En la inmensa cantidad de ocasiones los ruidos que oía me resultaban embrollados y destartalados. Se juntaban en mis orejas (bien dicho sería en en los ‘conductos auditivos externos’) y, entre el daño que me hacían los auriculares en mis sutiles cartílagos auriculares (valga la redundancia, porque no me queda otra) porque solía ponérmelos al revés - igual que los personajes de un programa de la tele española ; “Hospital Central” creo que me suena , todos los personajes cometían mi error al ponerse el fonendo, a pesar de que -al revés que en el mío- estaban para el roto, el descosido y hasta una catástrofe masiva de cualquier tipo. Y en una misma sala. ¡Toma ya!

Mamá adoraba ese programa; pensaba que yo hacía lo mismo. Al decirle que...¡de eso nada, camarada!, ni puto caso me hacía. Ni me hace, por supuesto.

Entre eso y que carecía de “oído” canjeándolo por pura “oreja”, pues a uno le sonaba pero no sabía ni dónde , ni qué tipo de ruido.

¡Ruidos internos del interfecto, sin orden; y mucho menos con concierto!

Hasta que mi venerado catedrático de Patología no tuvo otra mejor que machacarnos durante más de dos meses y durante el tiempo que duraba su clase, con ponernos el “Bolero de Ravel”. Tres veces seguidas. Una tras otra durante tres cuartos de hora. El otro cuarto lo denominaba preguntas y respuestas”. 

¡Vamos a ver Sr. Breijo! (por ejemplo), ¿qué instrumento se ha añadido en ésta parte de la obra? -parando el magnetófono, claro está.

 Y, claro, uno en su ignorancia (y algo de arrogancia -¿por qué no decirlo?) le soltaba que era una “ocarina, de hueso paleolítico encontrada en el “machupichu”- o derredores - por una peruana a quien se le apareció la virgen “del no se qué bendito”. 

La que lié fue totalmente parda. Usted no aprueba ni con enchufe de Jesucristo”. 

Tomé buena nota.

Tanto así que, llegué a distinguir si el tipo del quinto violín de la fila dos había desafinado en un acorde cuando toda la orquesta estaba en su pleno esplendor. Teniendo en cuanta que uno no veía la orquesta...pero la intuía.

Y así una y otra vez, y otra más. Por dos meses.

Por Dios ¡Estudiábamos Medicina ... no Música!

Bien. Pues por obra y gracia del Profesor y su idea de endilgarnos el “Boléro de Ravel” - una y otra vez...una y otra más- , todos -o casi- de los de mi clase terminamos distinguiendo a ciencia casi cierta que en el sufriente se auscultaba un segundo ruido cardíaco desdoblado en su segunda tonalidad bornal, con un soplo categoría II/VI, diastólico, en foco aórtico, irradiado a Mitral, con cierta arritmia respecto a pulso - central y periférico - (efecto cardio-esfígmico) y con un ‘decrescendo mantenido’ durante la espiración y acompañado todo ello con ciertos ruidos sibilantes finos inspiratorios en ambos apex pulmonares diseminados por ambos hemi- tórax , en dependencia del movimiento respiratorio. Y que, en nuestro criterio, la intervención de una más que posible insuficiencia aórtica con grado de fibrilación auricular con respuesta ventricular controlada era casi perentoria. Y...así solía ser.

No ha mucho tiempo, en mi propio Hospital; en una de esas tantas pancartas (o como se diga) que aparecen -juntas y revueltas- en los insufribles tablones de anuncios, a los que todos miran y nadie ve, expusieron un cartel con foto de un fonendoscopio y una apostilla que venía d decir:

   Instrumento utilizado por algunos matasanos en el siglo XX”.

Evidentemente ordené retirarlo. También localizar a los jetas.

Lo primero lo conseguí. Lo segundo no. Y las llamadas redes sociales lo petaron.

Bendito mi Maestro, que me enseño a auscultar y distinguir cualquier ruido o sonido - anómalo o normal ...añadido o solitario-. Y bendito todo aquel que, de una u otra manera, sabe venerar a aquellos que tanto le enseñaron. Aunque en estos tiempos, tan amargamente convulsos y aciagos , quizá no sirva de mucho. Al que firma si que le sirvió...y le sirve.

Y, ni decir tiene...Bendito Ravel y su “Boléro”, que me enseñó  que no era una ‘ocarina’ sino un ‘oboeel que aparecía por medio.

Igual, hasta mis compañeros de ahora no se sientan tan felices al tomar un fonendoscopio. Pero a mi sí, y me siento honrado de ello.

(Ojalá me equivoque como tantas y tantas veces. Y las que me rondará la Morena).

No siempre lo más novedoso es lo más preciso. Ni lo más preciso es siempre lo más remozado: Inspección, Palpación, Percusión y Auscultación. Aunque esté demodé. Que lo está.

 

P.S.- Especialmente dedicado a mi querido D. Enrique Naveira- Aveigón: Médico. Que seguro apoya estas conclusiones ¡Ahí es ná!

(De alguna manera, el firmante ha pretendido con el presente, complementar el anterior: Mientras la ciudad amablemente duerme...”). @mundiario

 

 

 

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