Se presentó el poemario La tierra y el cielo en la librería Códex

Portada LA TIERRA Y EL CIELO, de José Manuel Ramón./ Ars Poetica
Portada LA TIERRA Y EL CIELO, de José Manuel Ramón./ Ars Poetica

El nuevo libro de poesía de José Manuel Ramón, editado por Ars Poetica, alcanza altos niveles de conceptualización y profundidad.

Se presentó el poemario La tierra y el cielo en la librería Códex

El pasado 26 de abril tuve el placer de presentar el nuevo libro de José Manuel Ramón en la librería Códex, lugar habitual de encuentros culturales. Ante cerca de medio centenar de personas, el autor nos deleitó con sus explicaciones y un recitado hipnótico. Publico, seguidamente, el texto que escribí para la ocasión.

Poeta y cofundador de la revista de creación literaria Empireuma y codirector de la misma hasta 1991, José Manuel Ramón ha colaborado en varias revistas nacionales e internacionales y ha sido incluido en algunas antologías. Es autor de la plaquette Génesis del amanecer, prologada por Jorge Cuña Casasbellas. Tras un largo periodo de silencio vuelve a la escritura con ansias renovadas, y en el 2015 la editorial Devenir publica su poemario La senda honda, con prólogo de José Luis Zerón Huguet.

Quiero resaltar que precisamente ahora se cumplen 30 años de la publicación de Génesis del amanecer. Hay que tener en cuenta que, por aquel entonces, mi amigo José Manuel tenía tan solo veintidós años y que, aun siendo tan joven, dejó bien asentadas las bases de su poética, que él mismo resumió hace unos años en un texto publicado en el célebre blog de Agustín Calvo Galán, bajo el nombre Las afinidades electivas : “Siempre la inquietud por el origen y lo venidero: formación de la tierra, el cosmos como ser que se transforma, eras geológicas, evolución de los seres primitivos… y también las fuerzas de la naturaleza, cuestionar la cultura heredada de la muerte, el pensamiento y la vida interior, el alma misma que busca comprenderse”.

Después de leer con mucha atención LA TIERRA Y EL CIELO, tan exquisitamente editado por ARS POETICA, me veo en el deber de felicitar al autor y de comunicar a los futuros lectores que José Manuel nos ofrece unos poemas que nacen de las profundidades y de las alturas, y de que están provistos de una singularidad magnética.

El libro admite dos lecturas, puesto que el autor ha dispuesto los poemas de manera continua a la vez que discontinua, recurriendo a dos voces que convergen a pesar de sus diferencias formales. En este poemario, que bien podría calificarse de elíptico, destaca un lenguaje ancestral en el que abundan vocablos arcaicos y palabras inusuales. Es la voz del poeta la que se despliega, real y auténtica, perfectamente reconocible. A través de ella percibimos pensamientos y sentimientos, sin imposturas: el desasosiego que provoca el hecho de existir, con las dudas e incertidumbres que ello conlleva, así como el deseo de saber, de que le sea revelada una respuesta si no convincente, al menos aproximativa. Y en su inevitable obstinación el poeta indaga sobre lo que todo ser humano se ha planteado a lo largo de la historia. Razonamos, y por ese motivo necesitamos obtener una información lógica sobre qué lugar ocupa el hombre en el mundo, y lo más importante: saber qué lugar ocupará después, cuando deje de pensar y sentir. ¿Qué sucederá en el caso de que haya algo más? Porque no se trata tan solo del cuerpo sino del alma. De ahí el desdoblamiento. De ahí la peculiaridad de estas composiciones elaboradas con maestría.

Como bien expresa en su prólogo Miguel Veyrat bajo el hermoso título Un diálogo infinito: “Nuestra irrefrenable pulsión por conocer, aumentada por la angustiosa orfandad sufrida por los anhelos en el acontecimiento de ser, ha dado lugar en la historia de nuestra evolución a lo que llamamos pensamiento.”

Este poemario, que consta de tres secciones perfectamente ligadas por su temática, abarca tanto lo matérico como lo metafísico en una comunión con la naturaleza y el cosmos. Los ámbitos espaciales del árbol cósmico, presentes en numerosos mitos, religiones y filosofías, como son “El cielo”, “La tierra” e “Inframundo”, llegan a entrelazarse íntimamente  

José Manuel, que para bien o para mal, está condicionado por la poesía, y es consciente de que poesía y tiempo son perdurables, ya que son una misma cosa, José Manuel, digo, como poeta que es, está capacitado para integrar el universo en la dimensión humana, y no se queda ahí sino que se adentra en el subsuelo, en el área reservada para la memoria de los muertos. ¿Habrá acaso una morada para las almas? De ser así, ¿qué emplazamiento las acoge? Y todo esto lo consigue a través de un lenguaje sutil, perspicaz y nada pretencioso.  Un lenguaje condensado y depurado, como pasado por un alambique. Y cada gota que pasa es una palabra pura, exenta de concesiones. Es muy importante tener en cuenta que el tratamiento del lenguaje es el único vínculo que nos hace ver que estamos ante un poemario contemporáneo, puesto que no aparece ningún otro indicio, nada que nos sitúe en el mundo actual. LA TIERRA Y EL CIELO posee la particularidad de que todo lo que se nos oculta nos es presentado:

“(…) lo antes oculto

emerge calmoso y fértil

paciente diagénesis del amor

proceso natural del ser que busca

transformaciones         fuera

dentro

de sí”.

Estamos, pues, ante un discurso existencialista que no solo media entre inmanencia y trascendencia, sino que concibe estas dos realidades como un todo indivisible –sublime paradoja- desde una visión atemporal. En LA TIERRA Y EL CIELO todos los tiempos son una misma entidad donde no hay lugar para la anécdota histórica y lo confesional. El autor se vale, en lo que conforma la parte medular del poemario, del verso abierto y exento de puntuación, con ruptura de sintaxis, reduplicaciones, onomatopeyas y palabras quebradas, hasta el punto de crear un verso con un solo fonema.

“ploc

ploc ploc

resuena honda voz

para alumbrar trascendencia

sima vital                     silencio

el silencio                    entona oráculos

como mantras antiquísimos

invocando el pensa

miento” (…)

Estos poemas se complementan a la vez que contrastan con breves estrofas de versos endecasílabos que adoptan un tono oracular. Esta voz coral establece un orden en contraposición al caos predominante en los poemas que, como anteriormente he mencionado, conforman la base troncal del libro. Y esta voz aleccionadora, con abundancia de exclamaciones, lleva consigo una carga de emotividad, sensibilidad y belleza, que me recuerda a los ritos de los augures y a los coros del teatro clásico griego.

“(…) y que el tiempo ni su ceniza ensucien

la impropia luz de la muerte consorte,  

porque lo que toque, oscuro silencio,  

escuchad bien, ¡pervive para siempre!”.

LA TIERRA Y EL CIELO también puede leerse en un sentido órfico: El alma, al ser esencial, sobrevive al cuerpo hasta el punto de poder reencarnarse y habitar en otro cuerpo:

“cuerpos

cuerpos cuerpos

gestos antiquísimos ensaya el alma

transmigrando en la materia

como recuperan los juncos

la verticalidad” (…)

Queda patente, pues, la doble naturaleza humana: el alma es inmortal pero el cuerpo es perecedero. Es así que hallo un paralelismo con la obra de San Juan de la Cruz, poeta místico por excelencia, que no solo bebió en los textos bíblicos sino también en fuentes profanas y heterodoxas. Sucede, cuando leemos los cantos de San Juan de la Cruz y los poemas de José Manuel Ramón que la profundidad de los versos no es alcanzable en un primer acercamiento. Para dar muestra de ello he escogido estos versos del autor de Canto espiritual:

“Entréme donde no supe

y quedéme no sabiendo

toda ciencia trascendiendo”.

A continuación, expongo estos versos de José Manuel:

“(…) ni regresando innumerables veces

el ser alcanza a cuanto el ser encierra”.

Asimismo, quiero resaltar un poema que me ha llamado la atención especialmente porque constituye un sincero homenaje a nuestros ancestros. Un poema dinámico y circular ya que, mediante un ritmo de danza vertiginosa, nos remite, desde el fuego, a los rituales sagrados:

“(…) y danzaron en círculo

sin descanso danzaron

para que el alma alcanzase

nuevos territorios

(…) alrededor

    del fuego

danzaron

sin descanso

  danzaron

y danzaron

inmersos

     en travesías

      y en círculo (…)”  

Estos versos me recuerdan, aun con una temática totalmente distinta, al conocido y muy respetado poema Fuga de muerte, de Paul Celan.  En el poema de Celan, además de la mirada del maestro alemán, hay danza y fuego. Como es sabido, el poeta rumano habla del fuego de fundición de los hornos en los campos de concentración nazi; y la danza es una danza de muerte atroz:

“(…) Grita cavad unos la tierra más profunda y los otros cantad sonad

empuña el hierro en la cintura lo blande sus ojos son azules

cavad unos más hondo con las palas y los otros tocad para la danza

Negra leche del alba te bebemos de noche

te bebemos al mediodía y a la mañana y al atardecer

bebemos y bebemos (…)

Grita sonad más dulcemente la muerte es un maestro venido de Alemania

grita sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como

humo en el aire (…) En traducción de José Ángel Valente.

En realidad, el poemario de José Manuel Ramón me lleva a toda la obra de Paul Celan. José Manuel, al igual que el autor de Fuga de muerte, descompone el lenguaje, violenta la sintaxis, actualiza arcaísmos y crea un extraño lirismo que suena como un conjuro encantador.

Las citas que aparecen al comienzo, además de esclarecedoras, van muy en consonancia con las imágenes y el mensaje que transmiten los versos de este libro, por lo que considero indispensable que sean leídas con atención. El autor reivindica a la olvidada poeta y abadesa alemana Hildegard Von Bingen, una mujer excepcional por la amplitud de sus conocimientos en diversas materias como la medicina y otras ciencias. Asimismo, el autor ha escogido un breve texto de Jean Clottes, destacado prehistoriador francés que a través de sus investigaciones concluyó que las gentes del Paleolítico Superior eran exactamente como nosotros. Dice José Manuel:

“(…) ¡oh humanidad

insepulta memoria

vestigio de un ser anterior

a fango

   siembra o rastrojos

desde este zafio mañana

te vemos! (…)”

La tercera cita alude a la figura del chamán, a quien se considera como intermediario entre el mundo natural y el mundo espiritual.

Dicho esto, queda claro que la escritura lírica de José Manuel Ramón está alejada de la poesía banal que hoy tanto abunda bajo el calificativo de fresca y ágil. Sin dejar de ser intensa y fluida, no se atiene a modas ni a escuelas. José Manuel es fiel a sí mismo, a su forma singular de recrear el mundo a través de la palabra poética. Con este segundo libro publicado nos confirma que es un poeta exigente, capaz de transportarnos desde el presente a un tiempo arcaico (cercano al arké, es decir, al origen) pero siempre preocupado por el devenir.

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