"La poesía me permite respirar", declara el escritor Manuel García Pérez

Manuel García Pérez. / G.B.
Manuel García Pérez. / G.B.

"Ver la vida a través de la poesía es ver la vida a través de una enfermedad", responde nuestro colaborador Manuel García Pérez en esta entrevista de Ada Soriano.

"La poesía me permite respirar", declara el escritor Manuel García Pérez

La poesía de Manuel García Pérez es compleja, sí, y potente y bella en su crudeza. La impronta de toda su obra es una interpretación muy personal de la realidad mediante un lenguaje incisivo e indagador. Como declaró el poeta chileno Raúl Zurita, “La poesía es lo único que puede convertir la calamidad en belleza”. De hecho, me impactaron los poemas del último libro de Manuel García, Las exploraciones: “Uno logra huir de la emboscada. / Al cielo le da lo mismo salvar a muchos o a pocos/ con tal de que suenen las trompetas/ y los perros no ladren las pérdidas”. Y es que el mundo literario de este autor, que se puede calificar de intemporal, muestra un estilo sentencioso y unas imágenes francamente insólitas, habitadas por una naturaleza desolada, paisajes crepusculares en los que la vida y la muerte andan entrelazadas.

Manuel García Pérez nace en Orihuela (Alicante) en 1976. Es Doctor en Filología Hispánica y Licenciado en Antropología. Actualmente compagina su trabajo como docente con su labor de creación y de crítico literario en prensa nacional. Es autor de los poemarios Luz de los escombros (Germanía ediciones) y Las exploraciones (Neopátria). Sus poemas han sido incluidos en numerosas antologías por su estilo expresionista y sus apocalípticas atmósferas. Recientes colaboraciones en la editorial Bartleby y en publicaciones hispanoamericanas adelantan el que será su tercer poemario La quietud.

Desde temprana edad comenzó a colaborar en revistas comarcales como La Lucerna y en revistas de poesía como Empireuma, Álamo o Manxa. Durante varios años es uno de los críticos más leídos en el periódico online Mundiario donde reseña obras literarias y cultiva el artículo de opinión.

Su afición al cine le ha llevado a presentar algunos programas televisivos en canales comarcales y a dirigir durante cuatro años un Cine-Forum en la ciudad de Orihuela.  Del mismo modo, sus artículos y ensayos sobre semiótica y análisis del texto se han publicado en diversas revistas y monográficos nacionales e internacionales como VISIO, Tonos digital o la Revista de Antropología de la Universidad de Jaén

Manuel, has escrito narrativa infantil, juvenil y también para adultos. ¿Cómo se logra tal versatilidad manteniendo siempre tu propio estilo?

– He creído siempre que un escritor no se debe a un solo género. Los maestros de los que he aprendido se han manejado en diversos estilos y discursos, desde Virginia Woolf hasta Vargas Llosa.

 Con el tiempo, he ido comprendiendo que mis cuentos, mis artículos y poemas siendo un adolescente, o  mis novelas juveniles, no son más que ejercicios de estilo, formas de entrenarme con mi lenguaje, así que, pese a ese bagaje de obras, reconozco que soy un inexperto.

Mis poemarios y algunos de mis ensayos corresponden a un ejercicio de mayor madurez, pero esos otros trabajos, de los que no me arrepiento, pese a los errores por precipitación e inexperiencia,  me han servido de escuela. La versatilidad es fundamental en el ejercicio de la escritura. Salvo excepciones, la mayor parte de escritores en los que me inspiro han intentado cultivar diversos géneros en ese mismo sentido; ser capaces de adquirir ductilidad y flexibilidad con la lengua y sus estructuras para hacer otras obras de mayor complejidad.

Desconfío de los creadores dogmáticos que reniegan de otros géneros, de escribir para adolescentes o para niños, de aquellos que no quieren implicarse en opiniones políticas a través de artículos o crónicas. Gran parte de la pérdida de lectores estos últimos años responde a dogmatismos de ese tipo, a una actitud elitista y dictatorial de escritores e intelectuales que no han sido capaces de adaptarse a la velocidad de los cambios sociales y culturales que estábamos experimentando.

–Tú que ejerces la labor de docente, ¿piensas que cada vez nos alejamos más de los clásicos?

– El problema es que la Educación en España ha eliminado la literatura de los programas de escuelas  e institutos. Con tres horas a la semana de Lengua y Literatura en un horario lectivo de más treinta horas a la semana en cada curso, ningún alumno es capaz de acercarse ni a los clásicos ni a nada que pueda estimularle intelectualmente.

La optatividad y la burocratización de la enseñanza así como la devaluación de las carreras de Humanidades en las universidades son algunos de los factores que intervienen en ese alejamiento de los clásicos y la literatura.

Muchos de los profesores de reciente incorporación desconocen las obras fundamentales de nuestra historia porque ellos son la consecuencia de un sistema educativo que lleva corrompido desde hace más de dos décadas.

El alumno que se acerca a los clásicos lo hace a través de intereses personales y particulares, o a través de docentes a los que les mueve un voluntarismo admirable.

Al mismo tiempo, profesores, escritores y literatos debemos hacer un ejercicio de reflexión crítica hacia los clásicos. No pueden invertirse todas las energías en impartir clases de literatura medieval en Tercero de ESO y Primero de Bachillerato, por ejemplo, si se desconoce gran parte de la literatura del siglo XIX y del siglo XX.

Es una contradicción a la que se añaden las dificultades enormes de expresión y comprensión textuales por un sistema educativo basado en la especialización y en la diversificación de asignaturas. Debemos empezar a reconsiderar el concepto de “clásico” y la selección de autores y obras en los temarios, especialmente cuando hemos vivido dos guerras mundiales, varias crisis económicas y una globalización. Sin embargo, seguimos con los mismos contenidos que se impartían en la república y en la dictadura.

Para mí, Bob Dylan o David Bowie son referentes clásicos que trabajo en mis clases, tan lícitos y productivos como un Jorge Manrique al que también estudiamos. La libertad de cátedra, afortunadamente, nos permite todavía elaborar nuestro propio temario. Pero no todos los profesores están dispuestos a hacer ese trabajo pedagógico.

– Tu cuento Una semana con Buchú, dirigido a los más pequeños, fue todo un éxito. De hecho, se tradujo al inglés y al valenciano. ¿Qué te reportó aquella experiencia?

– Cuando escribo algo, me exijo, dentro de mis posibilidades, aportar elementos innovadores. Buchú es un cuento sin pretensiones morales ni intenciones didácticas. Quería simplemente contar una historia para niños en un momento en el que todo lo que se escribía en literatura infantil tenía un cariz moral, panfletario incluso, por un  énfasis generalizado en la corrección política y en promocionar la inteligencia emocional.

No estaba dispuesto a escribir un cuento como quien escribe un catecismo, así que escribí unos pasajes surrealistas, en clave de entretenimiento y aventura sin buscar el adoctrinamiento.

En unos meses, verá la luz otro cuento infantil en esa misma línea. Escribir literatura infantil es un reto y, como ya te he dicho, es un aprendizaje lingüístico y conceptual nada despreciable.

– En Rostros de tiza y La memoria del cuervo hay referentes artísticos y literarios y continuas alusiones a las nuevas tecnologías. ¿Es compatible para los jóvenes una novela de actualidad que plantee temas complejos?

– Tengo sentimientos encontrados con esas obras, especialmente, con la segunda. Me arrepiento de algunos pasajes, pero fue mi primera publicación  y, ahora, con el paso del tiempo, descubro lo inmaduro que era y las ganas que tenía de demostrarme a mí mismo hasta dónde era capaz de innovar.

Las referencias a películas y cómics nutren toda la novela de La memoria del cuervo y recuerdo escribirla con mucha emoción y ansiedad. Pasado el tiempo, todo se relativiza y, aunque tuvo muchos lectores, creo que es una novela que dista mucho de la novela que consumen los jóvenes actualmente; productos perfectamente orquestados desde editoriales, desde empresas de marketing, desde redes sociales con el apoyo de la publicidad a través de foros y blogs.

En la literatura juvenil de mayor consumo ya no prima la sencillez o la complejidad de los temas propuestos, sino la visibilidad. La producción de obras para esas edades es obscena en cuanto a número de publicaciones anuales. Además, los adolescentes devoran azarosamente y de forma fragmentada libros e historias en plataformas gratuitas como Whattpadd y hay editoriales como Planeta que buscan a los influencers y youtubers con más seguidores para convertirlos en escritores que, a los pocos meses, nadie recuerda. Pero dejan pingües beneficios.

No tengo claro ahora mismo hasta qué punto el adolescente es dueño de sus gustos y preferencias estéticas o temáticas. Siento ser pesimista, pero es así. Cuando se publicó La memoria del cuervo, esta forma de leer y escribir no había experimentado esta velocidad de consumo. Y no han pasado ni siquiera diez años desde que la escribí.

–Has publicado novelas en Amazon. ¿Pueden convivir las publicaciones en papel y en digital? ¿Y en un futuro?

– Hace seis años empecé a escribir artículos en el periódico digital Mundiario. Amigos y colegas me criticaron por comenzar a publicar online. Hoy han desaparecido prácticamente los periódicos en papel.

El proceso de tecnificación y de distribución de la información y de la opinión está adquiriendo dimensiones sociales y culturales mayores que el descubrimiento de la luz o la aparición del primer software. No lo digo yo solamente.

Las publicaciones en papel y en digital están condenadas a entenderse. El libro en papel no va a desaparecer porque no deja de ser un objeto de consumo, pero aquí ya no vale el romanticismo pueril de que el papel es culturalmente insustituible.

Amazon y otras plataformas han apostado tan fuerte que ahora mismo todo está informatizado y las descargas son otra fuente de ingresos para las editoriales. La calidad, el elitismo y la exclusividad de la literatura en papel y de venta en librería también han terminado sin que nos demos cuenta.

Ahora, en cualquier centro comercial, en cualquier feria del libro y en cualquier librería conviven escritores de una calidad indiscutible con youtubers y novelitas de erótica y romántica. La alfabetización de toda la sociedad ha implicado el fomento de una literatura efímera, de puro entretenimiento, y la estresante vida que llevamos  ha forzado a que la literatura nacida para la reflexión, el deleite y el conocimiento sea cada vez más testimonial, salvo por algunas editoriales. Sin embargo, la hipocresía sigue campando en sus anchas en muchos creadores.  Reniegan de lo digital, lo demonizan, mientras sus mayores ingresos provienen de Amazon por ejemplo.

Siento decirlo pero, salvo azarosas excepciones, ahora mismo sin una fuerte inversión económica en marketing y sin un producto orientado al entretenimiento es muy difícil ser visible.

Pero, claro está, de lo que estoy hablando es de libros y de vender libros. La literatura, afortunadamente, es otra cosa.

Por mi trabajo y por mis ocupaciones familiares, he encontrado en el mercado digital una forma de difundir mi obra y, aunque no tengo un gran número de lectores, me compensa más que dejar de lado a mi familia para buscar salones, librerías y cafeterías donde poder dar a conocer mi obra, mi escasa obra. Un trabajo ingente y costoso que realizan muchos autores para poder vender algún libro.

–Hablemos de poesía. Después de Luz de los escombros nos volviste a sorprender con Las exploraciones. ¿Hay un tercero en camino?

– Hay un tercero en camino. La quietud. Cerrará temáticamente los otros dos poemarios. Estoy terminándolo y nunca es fácil dar por acabado un poemario. La literatura es un ejercicio de erosión en mi caso. No entiendo la creación como un acto de celebración o dicha cuando escribo poesía o algunos relatos.

La quietud será un poemario de serenidad, de búsqueda de la calma en momentos que parecen demandarnos todo lo contrario. Quisiera que el misticismo y los recuerdos de la infancia inundaran los poemas. No sé si lo habré conseguido, pero frente a Luz de los escombros y Las exploraciones, La quietud ha de ser un libro de recogimiento, de regreso a los orígenes, al vientre materno, un libro de contemplación, no de disidencia o de reivindicación.

Quiero mirar y respirar; algo que llevo más de un año tratando de hacer con mi vida. Tengo la necesidad de estar al margen, de desaparecer de algún modo, de vivir la vida desde el hogar, sin el estrés de presentaciones, actos culturales, foros o medios de comunicación. Por primera vez en mi vida, tengo claro que quiero silencio, no ser visible, y La quietud responde a esa realidad, mi realidad ahora.

–Concretamente en Las exploraciones hay una denuncia social pero no incurres en fechas ni nombres. ¿Por qué?

– Porque si quieres que la denuncia trascienda y sea intemporal, necesitas la alegoría y la imagen. Es algo que he aprendido de los artistas del Románico y, si lees de nuevo Las exploraciones, comprobarás que los últimos casos de asesinatos a mujeres o la situación calamitosa de los refugiados son identificables en esos poemas.

El símbolo permite que el tiempo no erosione la materia del significante, obliga a que el significado sea permeable. Es de lo poco bueno que aprendí de Derrida. La poesía en los márgenes y en las márgenes permite que el fenómeno literario sea identificable, pero que la actualidad no lo extinga, no consuma su significado o sus posibles significados. El poeta debe alejarse del centro, pero sin abandonarlo por completo.

–¿Los ausentes esperan otra luz?

– Siempre. Los ausentes, en mi caso, son esas personas que han muerto, pero que han transformado de alguna manera tu vida con su inexistencia. Mi agnosticismo no está reñido con la búsqueda de la trascendencia, aquello que nos traslada inexorablemente a la evasión para poder hacer frente a los pensamientos en torno a la muerte y a la desaparición.

Detrás de los muertos hay una épica y esa épica consiste en que siguen revelándome aspectos de una existencia que jamás se producirá, pero que me inspira.

Los muertos no me guían, pero nutren mi escritura de palabras inconexas, de silencios, de puntos suspensivos, de visiones apocalípticas, de matices sonoros… Los muertos son aquellos que esperan que yo escriba. De alguna manera siguen existiendo en lo que nombro y en lo que sutilmente se solapa. Escribir un apócrifo es escribir sobre una ausencia y así lo interpreto en mi poesía.

–Llegaste a declarar que  “la poesía es revelación de un pensamiento a veces oscuro y chamánico” ,y que escribes “desde el arrebato sereno que representa el trance”.

– Sigo la tradición de novelistas y poetas que rozaron su creación con el malditismo de sus existencias. Mi trabajo y mi familia han instaurado un orden emocional en mi vida. Si no fuese por ellos, creo que habría enloquecido. La poesía es mantenerse en el umbral, lo que separa la cordura de aquello que se elucubra tras inhalar la ayahuasca. Faulkner, Woolf, Rimbaud, Lowry, por ejemplo, son algunos de mis referentes, pero sus vidas estuvieron estigmatizadas por una constante irreverencia contra las normas que, en muchos casos, era hasta patológica.

Soy consciente de que solo, desde esa irreverencia y esa marginalidad, somos capaces de conocer la autenticidad de aquello que nos trasciende. La civilización y la ilustración nos alejan del destino de Kurtz en El corazón de las tinieblas, pero debemos saber que el conocimiento también depende de aquello que permite erigir al tótem y destruirlo; lo innombrable, lo místico, el don de la ebriedad.

Escribir poesía en mi caso es seguir navegando en el Támesis como Marlow, ser capaz de seguir traficando con marfil en colonias salvajes sin mirar al tótem. Pero el viaje está ahí, el río está ahí, y, en cualquier momento, el descenso puede ser más que seductor.

–¿Es la poesía una enfermedad incurable?

– Es una enfermedad si te tomas el oficio en serio. Esa enfermedad es una actitud ante la vida, una forma de percibir el mundo, de saber estar. En eso valoro mucho las lecciones de Heidegger, ser aquí, pero con la convicción de que estamos abocados a la extinción.

La poesía me permite respirar cuando padezco esos momentos de temor y ansiedad ante el futuro. Ser padre no facilita las cosas, pero me obliga a no perder los papeles, a no ser Kurtz.

La supervivencia solo es posible desde la aceptación de tu destino, de tu enfermedad y su desenlace. Ver la vida a través de la poesía, es ver la vida a través de una enfermedad, pero me cuesta mucho separar lo poético de mi vida personal; entiendo que la escritura trasciende el propio acto y ser aquí, como yo creo serlo, es crear inexorablemente.

–Hoy día, ¿el escritor tiene tiempo suficiente para la espera?

– Debe tenerla si quiere que su obra no sea intrascendente, pero cada vez disponemos de menos tiempo. El trabajo, los hijos, la competitividad entre nosotros mismos, los entornos tecnológicos tan hiperestimulantes que nos rodean, por ejemplo, condicionan la creación. Hay celeridad y la poesía necesita la espera porque es su ratio essendi. La lectura de los místicos es fundamental en mi vida porque actúan como intermediarios entre su escritura y algo que se anuncia más allá de la propia divinidad, el Otro. Su ejemplo es claro para entender que, sin quietismo, no hay poesía.

La poesía es encerrarse, que es lo que significa en griego “mistikos”, y el hecho de pensar, de meditar, de creer,  de crear, por ejemplo, necesitan un no tiempo y ese no tiempo, esa cesación de todo, ese olvido, ese aislamiento no se mide, no se roza, no se toca y a veces ni siquiera se alcanza. Se espera. @mundiario

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