Un pleito de honor o de justicia histórica más que por la propiedad de unas estatuas

Esculturas del Pórtico de la Gloria en propiedad de los Franco. / eldiario.es
Esculturas del Pórtico de la Gloria en propiedad de los Franco. / eldiario.es
La familia Franco volvió a marcarse un tanto con la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid, que le da la razón en la disputa que mantiene con el Concello de Santiago por la titularidad de dos estatuas que en su día formaron parte del Pórtico de la Gloria.
Un pleito de honor o de justicia histórica más que por la propiedad de unas estatuas

Es lo que te dice cualquier profesional del Derecho. No basta con tener razón para ganar un pleito. Yendo con la verdad por delante se suelen perder muchos litigios, algo que para los profanos resulta difícil de entender salvo si se ha tenido alguna experiencia de ese tipo. Para salirse con la suya quien acude a los tribunales ha de aportar pruebas o argumentos de convicción que dejen poco lugar a la duda, además de plantear correctamente la demanda. No pocas veces denuncias y reclamaciones aparentemente justísimas se ven condenadas al fracaso por estar mal formuladas y, aunque no lo reconozcan, quienes las presentan lo saben de antemano. Cuando la política anda por medio, es habitual que las acciones judiciales no persigan otro fin que poner un asunto sobre la mesa de debate, desgastar a un oponente o situar en la picota al propio estado de derecho.

La familia Franco volvió a marcarse un tanto con la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid, que le da la razón en la disputa que mantiene con el Concello de Santiago por la titularidad de dos estatuas que en su día formaron parte del Pórtico de la Gloria, obra del Maestro Mateo. Antes ya lo había hecho un juzgado de Primera Instancia aunque sobre distinta base argumental. En un caso se aduce que el ayuntamiento no logró probar fehacientemente que en su momento fue el propietario de las piezas que reclama. Ahora, los magistrados de la Audiencia consideran que "no está demostrado" que las esculturas en poder de los herederos del dictador sean las mismas que el Consistorio compostelano desea recuperar. La resoluciones son en apariencia un tanto contradictorias y al mismo tiempo jurídicamente discutibles, o eso creen los letrados municipales.

Aun así, con esos dos pronunciamientos previos, ambos desfavorables, parece poco probable que, si hay recurso, el Tribunal Supremo falle que las dichosas tienen que ser devueltas al Consistorio compostelano. Es por ello que en el Pazo de Raxoi se lo están pensando. No recurrirán salvo que haya alguna posibilidad clara de ganar el pleito. Sería del género absurdo exponerse a una tercera derrota simplemente por el prurito de mantener un pulso con la familia Franco y de congraciarse con aquellos sectores sociales empeñados en revertir lo que consideran un expolio sistemático de bienes públicos por parte del Generalísimo y los suyos. Para una parte de esos sectores las esculturas son casi lo de menos. La reclamación tiene más que ver con la justicia histórica.

Bugallo, el alcalde socialista de Santiago, que es perro viejo, se lo toma con filosofía. No fue su gobierno, sino el del rupturista Martiño Noriega, el que puso en marcha el proceso judicial. Los ediles del PSOE de anteriores mandatos sopesaron esa posibilidad más de una vez y al final siempre desistieron de plantear la batalla judicial conscientes de que lo más probable es que la perdieran. Claro que por entonces no se había localizado parte de la documentación que ahora ha aparecido. Con todo, las estatuas de Abraham e Isaac son BIC (Bien de Interés Cultural). Sus propietarios, por ahora los Franco, tienen muchas obligaciones, entre ellas la de cederlas, aunque sea temporalmente, para exposiciones públicas. Además han de mantenerlas a su costa en perfecto estado de conservación, so riesgo de perder la titularidad. Ademas, si las ponen a la venta, el Estado tiene preferencia. Así las cosas, lo que está en juego no es sólo un bien patrimonial; para los descendientes del dictador parece tratarse de una cuestión de honor. Y de que no cunda el ejemplo, claro. @mundiario

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