Peter Handke, la beatitud del terror

Portada. Desgracia impeorable. Peter Handke. Alianza editorial
Portada. Desgracia impeorable. Peter Handke. Alianza editorial

En Desgracia impeorable el escritor vienés entorna la puerta de su buhardilla. Es este un exigente proceso creativo que le permite afrontar el horror vacui de la conciencia.

Peter Handke, la beatitud del terror

ESTE INSÓLITO DOLOR DE VIDA. Nos aferramos a los deseos. En cierta manera porque nos asaltan tantos interrogantes sin respuesta, que apenas nos sostenemos de verdad recíproca. Y esa verdad, murmullo interior que no deja de estar presente, nos mina como carcoma hasta lo más hondo e impenetrable. Así, un día despertamos imbuidos en nosotros mismos, sosteniendo el abandono como cetro. No nos reconocemos salvo en la mirada que destila ese terrible pesar por lo que ya no será. Los deseos se han convertido en retales de tiempo gastado. Somos incapaces de recomponer la imagen. El rompecabezas está incompleto sobre la mesa. El balcón abierto suspira en las cortinas. Se bambolea con la elegancia de sencillos pasos de baile. La brisa es el desenlace invisible. Trisan las golondrinas para anunciarnos la orfandad que araña el espejo azogado. El rostro se difumina en su superficie acuosa como vaho tras la ducha. Limpiamos su superficie. Y de repente aparecemos frente a frente.

Nos vemos súbitamente tras ese exilio que la vida nos depara cuando recordamos. La memoria esparce esa pequeña muerte, aunque “La voluntad de la vida explota implacablemente toda la eternidad / No hay muerte, debemos consentir. / De vez en cuando si hay, lo queremos así / No podemos elegir nada absoluto”. El poeta checoslovaco Iván Blatný enciende la lamparilla de su lirismo. Su estancia en hospitales psiquiátricos ingleses hasta su fallecimiento en 1990, le convirtió en mariposa ardiente que sobre el aceite colmó con su pequeña luz ese lugar también de exilio.

 

DESGRACIA IMPEORABLE –Alianza editorial, 2018. Traducción de Eustaquio Barjau con la colaboración de María Parés-. En su lectura un sostenido desamparo se instala en el lector. Se asemeja a ese sirimiri que antes o después nos obliga a guarecernos. La caladura nos humedece. Cierta incomodidad nos previene que el relato en el que nos embarcamos, lejos de ser una lectura más, nos hace reconsiderar quiénes somos. El obsesivo intento del autor por  zafarse de la dimensión emocional por la muerte de su madre, se transforma en un acicate en el orden literario. La evocación le obliga a ese irrenunciable principio que postula desde el primer momento, “Ya han pasado casi siete semanas desde que murió mi madre y quisiera ponerme a trabajar antes que la necesidad de escribir sobre ella, que en el entierro fue tan fuerte, se convierta de nuevo en aquel embotamiento, aquel quedarse sin habla con que reaccioné a la noticia de su suicidio”. En esta inmersión arriesgada la inclinación por no andarse por las ramas es un verdadero alivio que regocija a la par que punza con ahínco.

Como si se tratara de un montador de cine, la escritura adquiere la forma del fotograma. La composición de escenas y secuencias no necesitan diálogo. Son una versión original subtitulada. El lenguaje está limitado a propósito. Es parco, austero, incluso desprendido del tono elegiaco, “(…) esta historia tiene que ver con lo que no tiene nombre, con segundos de espanto para los que no hay lenguaje. Trata de los momentos  en los que la conciencia, de puro pavor, da un brinco; de estados de espanto, tan breves que para ellos el lenguaje llega siempre demasiado tarde”

PETER HANDKE, REFORMULACIÓN DE LO EVIDENTE. En esa relación sin tapujos que mantiene el autor con su oficio, “No tengo nada que decir, por eso escribo”, esta obra -editada por primera vez en España en 1975 y que renace con la hermosa edición de bolsillo de Alianza editorial, cuya tipografía y tamaño acrecienta sumamente el placer lector- es un planteamiento vital diferente. Como en el caso de Anna Ajmatova siente el vínculo con el tiempo desgarrado que testimonia. Este apunte biográfico no solo trasciende en la relación con su madre. Le insufla la vivencia y visión de sí mismo, obligándole a que la precisión en sus apreciaciones no corrobore el relato y sí la reedición de la huella que dejó en él, “(…) pero, de todos modos, cualquier formulación de algo que realmente ha ocurrido, ¿no es algo más o menos ficticio?, menos si uno se conforma con relatar simplemente lo que ha ocurrido; más cuanto mayor sea la precisión de las formulaciones que uno busca”.

En la dramática narración vamos asistiendo a ese desvalimiento que desde el mismo seno familiar socava su ánimo abierto y displicente,  su actitud curiosa y dispuesta. Los convencionalismos, modos, gestos y costumbres se retuercen en una atmósfera cerrada, rural y misógina. Inciden de tal manera que unidas a las circunstancias sociales, políticas en primera instancia y, posteriormente, a las bélicas y de posguerra, van conformando ese ser y estar desencantado, herido y desesperanzado, de esta mujer sin nombre y 51 años de edad, que aparece como escueta noticia –resonancia de Flaubert y Tolstoi en sus respectivas novelas, Madame Bovary y Anna Karenina- en la sección de Diversos de la edición dominical de un periódico local. El mismo día que decidió la ingesta mortal de somníferos, determinó enviarle a su hijo una copia del testamento, hecha con papel de calco, mediante una carta urgente certificada.

Cierto desasosiego se instala mientras se desgrana este diario anotado por sensaciones y hechos. Sin apenas fechas, como la correspondiente al 10 de abril de 1938 con la proclamación del Führer, y la de principios de verano 1948, escapando de la Alemania oriental, “en una ocasión, el alto de un soldado ruso en la frontera y, como contraseña, la respuesta en esloveno de mi madre”. En ellas los sucesos históricos se ensamblan con los cotidianos para aumentar, “por la radio Hitler tenía una voz agradable”, la perturbación y el delirio de un mundo dominado por los totalitarismos. Peter Handke desarrolla con esta cruda retrospectiva maternal una historia con la que desanda su pasado. Sobrepasa los límites del propio relato buceando en los estigmas hirientes de toda una generación, y sus consecuencias en la posterior a la que él pertenece.

Contrito texto que, sin embargo, se eleva por su lucidez en la interpretación de los hechos sesgados que ordena, disecciona y expone con abrupto lirismo sincopado. El estremecimiento que respiramos en contraste con el ejercicio del escritor, es sencillamente conmovedor por la exigencia que conlleva. Quizás por ello el amargor que desprende es fruto de la acumulación de representaciones vacías. Pero el poso poético se mantiene intacto, sin exégesis, y arde como la zarza, sin consumirse, “Y cuanto más finja uno, tanto más interesante se va a hacer la historia, incluso para las otras personas, porque uno puede identificarse antes con formulaciones que con meros hechos relatados. ¿De ahí la necesidad de la poesía?”. @mundiario

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