Pasarela

Pablo pasarela
Pablo Rojas diseñador. Foto/ archivo personal Brenda Rojas.

Después de fotos, despedidas y saludos, me retiré a pasos tranquilos, con la sensación de soledad y vacío que sentía en aquellos años de adolescencia de fiesta y luces. Pero nada apartaba de mí esa certeza recién revelada: Pablo Rojas era un genio, sería una leyenda; bastaba sólo que pasaran los años.

Un desfile de modas, modelos, mujeres de televisión, no suele ser el lugar donde me sienta más cómodo ni donde el aire lo sienta más libre, capaz de llenar a fondo mis pulmones. Sin embargo me senté en la segunda fila (algo intermedio) ni donde el perfume rozara mi rostro, ni hasta atrás, donde quedara excluido del mundo que se funda en esos momentos.

La música era justa, adecuada, y pensé en Pablo Rojas, tan acertado en cada detalle de su trabajo, el diseñador tapatío que presentaría la colección: vestidos inspirados en el pez Beta, nativo del sureste de Asia. Una mesera me ofreció una copa, la tomé, y de dos tragos la fulminé en este calor de mayo. Volteé a mi izquierda y estaba parada, de negro, a la entrada, una modelo que había conocido hacia unos seis años en la casa de mi amigo Pablo, cuando él aún no había confeccionado un solo vestido. Aquella ocasión, recuerdo que la había escuchado bromear simple, hablar a la ligera, y yo le había dicho que si acaso era modelo. Alegre me dijo que sí, qué cómo sabía. Yo le contesté que por su forma de hablar. Ella se quedó seria, quizás analizando. No contestó nada. Cuando nos dispusimos a ir a una reunión, esa misma noche, ella dijo que no iría, me pidió que manejara hasta su casa: no nos acompañaría.

Salió a escena la presentadora de la pasarela, otra vieja conocida, de aquellos años de adolescencia en que recorrí antros y fiestas. Dio el banderazo de salida con nervios y una gran sonrisa. Salió la primera modelo; su personalidad fuerte, sus piernas duras, su cabello rubio, atrajeron de golpe las miradas, pero entonces, casi al instante, el milagro que se prolongaría a lo largo de 24 vestidos: la atención la robó el atuendo. Ahí estaba el triunfo, el logro, cada modelo hizo protagonizar a cada vestido y los vestidos protagonizaban a las modelos. Salía una, recorría la pista y antes de regresar, ya estaba saliendo otro pez Beta. Ahí estaba, un mundo fundado (obra es fundar  un mundo) y ahí sus verdades a todo color (arte es poner la verdad en ese mundo fundado): la obra de arte.

Mujeres Beta, en telas negras, colas verdes, vestidos largos, fucsias, amarillos, dorados escamados unidos al cuerpo, telas confundidas con la piel. Era el pez-agua-mujer-tierra. Eran los rostros con el maquillaje de la guapa Brenda Rojas (hermana del diseñador), la niñita que doce años atrás me abría la puerta siempre sonriente, cuando iba a visitarlos en mi época de secundaria.  He de decir que el mundo se detuvo a lo largo de 24 vestidos que me parecieron muchos más. Finalmente salió el diseñador, Pablo Rojas, con una sonrisa alegre y sencilla, la misma de cuando niños. Los aplausos generalizados coronaron la pasarela finalizada.

Tuve oportunidad de saludar a muchos viejos amigos y amigas. En un momento, cuando pasó cerca de mí aquella modelo de la que hablé al principio, le toqué el brazo. Cómo estás, le dije. Muy bien y tú, dijo ella. Entonces se lo dije. Tantos años desde aquella ocasión, y sabía que un día se lo externaría. Me disculpé por haber hecho una relación (un prejuicio ignorante) entre lo superfluo y ella y su profesión de modelo, pues después había sabido que era una mujer muy inteligente y hecha en el viento duro de la vida. Ella me dijo que no había problema. Hablamos unos minutos más. Se despidió apretándome el brazo y un con un beso, diciendo que nos vería en la casa del diseñador. Y se apartó con su mirada triste (o cansada, o desolada, o seria).

Después de fotos, despedidas y saludos, me retiré a pasos tranquilos, con la sensación de soledad y vacío que sentía en aquellos años de adolescencia de fiesta y luces. Pero nada apartaba de mí esa certeza recién revelada: Pablo Rojas era un genio, sería una leyenda; bastaba sólo que pasaran los años.familia rojas

Hoy desperté y aún había algo de anoche. Sentía todavía la sensación de los vestidos vistos, las pieles Beta. También recordé un poema de hace varios años que escribí a través de un heterónimo, y lo dejo aquí como una flor para mis amigos Pablo Rojas, Brenda Rojas, y para todas las modelos del mundo.

Andrés Torre, 36 años, ingeniero industrial. Guadalajara, Jalisco, México. Un poema. Afín a la poesía desde hace 9 años. Corre el año 2012.

A veces me pregunto qué hago viviendo con una mujer

que camina por una plataforma mientras luces y cámaras y ojos

le alumbran la piel y la ropa de temporada que está mostrando

algunas veces cuando aún no me duermo y tengo

la lámpara encendida y le veo el claro cabello esparcido en

la almohada blanca y la sábana roja sobre su costumbre

de no poder dormir con prendas me pregunto qué tengo que ver yo

con una mujer tan perfecta que lo que mejor sabe es hacer espléndido

el amor y vestir como si fuera ella misma cada estación del año

en ocasiones pienso qué tiene en común un ingeniero

con la moda con los tacones altos los cocteles de etiqueta y los martinis

de limón y qué un hombre de treinta y seis años

con una mujer de veinticinco que aparte de ser hermosa

lleva el nombre de Azul Gabriela

por las mañanas cuando no está de viaje o no tiene llamado temprano

me hace el café y me pregunta una o dos de azúcar amor

sabiendo que siempre es una entonces no contesto

y de pronto está a un lado rodeando mi cuello

poniéndome la taza en los labios y besándome el cabello la oreja

el rostro

ahí en esos momentos toda pregunta se disipa

y le digo algo yo siempre quise a una mujer como tú

y ella dice que siempre quiso a un ingeniero

aunque todavía no comprenda qué tiene que ver una modelo

con un hombre como yo. @mundiario

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