Los papeles de Bloomsbury: "Nadie recuerda su lápida, Virginia"

by Lady Ottoline Morrell, vintage snapshot print, June 1923
Virginia Woolf y Lytton Strachey by Lady Ottoline Morrell, June 1923/ The Telegraph

"Mis hijos creen todavía que los padres son eternos. La ignorancia los empuja a vivir. A nosotros, la ignominia, el recuerdo, los espacios que no cruzaron nuestros padres", escribe nuestro colaborador.

Los papeles de Bloomsbury: "Nadie recuerda su lápida, Virginia"

Y todo es invisible. Mi padre no cruzó Londres. Los espacios pertenecen a los hombres y los hombres son seguramente nada. Y el tiempo puede llegar a ser una cosa cuando alguien escribe sobre los recuerdos. No pertenecemos a los recuerdos y, por esa razòn llegan a ser una cosa, adoptan la virtud de la distancia, emulan a otros referentes.

Mentimos sobre su argumento como si fuesen otro espacio por el que cruzar. Tienes sed. Lo veo en tu rostro. No recuerdas la lápida. Una imita a la siguiente. Todas han sido erosionadas con la misma voluntad.

Bloomsbury calla. Un espacio más. Otra nada por la que cruzas cada vez que quieres. Los símbolos se despliegan cuando dejas de escribir, irrumpen en el sueño, dotan a la vigilia de una semántica intrigante. Pero no basta, Virginia, para que dejes de acelerar el paso.

Hay un umbral que los dos tememos. Mis hijos aún lo desconocen. Creen todavía que los padres son eternos. La ignorancia los empuja a vivir. A nosotros, la ignominia, el recuerdo, los espacios que no cruzaron nuestros ancestros, no tan sabios como nosotros, tanto temor a todo, esos ojos que contemplan los azudes, sombras sobre las aguas, el nomadismo de las gaviotas.

Nunca has pisado la playa de un río. Es un espacio futuro dentro de un recuerdo. Me miras, Virginia, como si mirases a una víctima. Mis hijos se han sentado sobre ese tramo por el que tus hermanos y tú tantas veces cruzabais antes de dirigiros al centro. Los autobuses no se pusieron de moda todavía.

Mi padre no encuentra la lápida. Gloria coge mi mano. Casi llueve afuera. No puedo despertar hasta que mi padre la encuentre. Me lo impide la propia morbosidad de ese sueño del que necesito no despertar. Necesito evadirme más adentro. Es su lápida. Es la suya. La que tenía asignada antes de nacer y de cazar cangrejos entre los rocosos abrevaderos.

Casi llueve afuera. Mis hijos deciden apartarse del umbral. Todo es invisible. Mentimos sobre los argumentos. Una mano de otro tiempo roza sus hombros. Son víctimas de alguien que se deja soñar y escribir progresivamente.

Mi padre elige su lápida. Ya sabe que es la suya. Una lápida con un número primo y unas líneas inacabadas. Hace mucho que los enfermos dejaron de escribir. Un árbol quieto bebe la luz. Oscurece Bloomsbury. Dickens mira su reloj. El insomnio alienta la creatividad del maestro.

Hay que cerrar esa puerta.

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