El ostracismo progresivo a la cultura clásica

Rafael Sanzio (1510-1511): La escuela de Atenas (fresco). Museos Vaticanos.
Rafael Sanzio (1510-1511): La escuela de Atenas (fresco). Museos Vaticanos.
Los continuos cambios en los programas de estudios y el incesante interés de las “nuevas sociedades” en enfocar a sus jóvenes por el camino científico-tecnológico están llevando al olvido a los saberes griegos y latinos.
El ostracismo progresivo a la cultura clásica

Los continuos cambios en los programas de estudios y el incesante interés de las “nuevas sociedades” en enfocar a sus jóvenes por el camino científico-tecnológico están llevando al olvido a los saberes griegos y latinos.

Mucho, y en relativamente poco tiempo, ha cambiado desde que me encontraba recibiendo esas antiguas clases magistrales de gramática latina, en las que teníamos que declinar palabras como rosa-rosae o templum-templi, o en las que tocaba analizar las fábulas de Esopo, para preparar nuestros exámenes de selectividad. Y, es que, en el fondo, echando la vista atrás, me doy cuenta de que no éramos suficientemente conscientes del enorme valor humano, que estábamos recibiendo de nuestros antepasados.

El hecho de cursar en el instituto las asignaturas de Latín o de Griego significaba pertenecer a la rama de las Humanidades, malamente conocida con el nombre, entre los estudiantes, de “las letras”. A ella solíamos ir personas con una sensibilidad especial por la cultura, el arte o la Historia, aunque, también es cierto, que había muchos integrantes, que habían aterrizado allí relegando de las Matemáticas, la Física o la Química. Sin embargo, siempre eran el menor de los casos.

Durante los dos años, que impartíamos estas asignaturas, no solo nos dedicábamos a analizar textos, sino que también aprendíamos el valor de sus enseñanzas morales; a través de sus moralejas, descubríamos su arte; por medio de su cultura literaria, conocíamos su historia, y, sobre todo, hablábamos su idioma.

No podemos, ni debemos, quitarle el gusto de descubrir a los futuros jóvenes a Aristófanes, a través de la lectura en clase de sus fantásticas obras teatrales, como Las Nubes o Lisístrata, y tampoco podemos, ni debemos, hacerles renunciar a estudiar, en profundidad, más allá de un libro de Historia de secundaria, a Julio César, a Octavio, o a Séneca, y el tiempo en el que vivieron.

Desafortunadamente, esta falta de enseñanza de la cultura clásica, de la que hablo, ya se está haciendo palpable entre los que no cursaron, o no pudieron cursar estas disciplinas, por circunstancias ajenas a ellos mismos. Y, lamentablemente, aunque cierto, existen, y existirán en el futuro, casos de historiadores especializados en el mundo antiguo; “helenistas” o “romanistas”, sin una formación escolar previa en las antaño llamadas Ciencias de la Antigüedad Clásicas, que concernían el estudio de los saberes del Latín y del Griego, como lenguas, y de su cultura, arte, e historia. Es cierto que los estudiantes pueden, y espero que puedan en el futuro, suplir sus carencias realizando excelentes cursos universitarios en lenguas clásicas, cuando ellos lo deseen. Sin embargo, habrán perdido esos magníficos años, en los que una persona joven tiene suficientemente abierta la mente para aprender nuevos idiomas.

Por tanto, es necesario el impulso de los estudios clásicos en todos los ámbitos de la vida, no solo el educativo, o el cultural, con vistas a una inversión de futuro, y con fines a conseguir una riqueza humana inabarcable, con la que las nuevas generaciones conozcan la herencia presente del mundo clásico en las sociedades europeas modernas, y, lo que es más importante, sean ellas mismas las que mantengan viva la chispa del fuego sacro del clasicismo en tiempos de barbarie y de incivismo. @mundiario

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