Operación malasombra, otro cuento divertido y enriquecedor de J.A. Muñoz Grau

Portada y contraportada de Operación malasombra, de J. A. Muñoz Grau
Portada y contraportada de Operación malasombra, de J. A. Muñoz Grau

Ahora se nos presenta esta rocambolesca historia, este flujo de acción desternillante que, sin embargo, cumple perfectamente su objetivo de sensibilizarnos sobre los problemas de la exclusión.

Operación malasombra, otro cuento divertido y enriquecedor de J.A. Muñoz Grau

Operación Malasombra es el segundo cuento “para todas las edades” que leo de José Antonio Muñoz Grau. Corresponde a otra colección distinta a la de Elia, cuyo primer cuento, La vuelta al mundo en una pompa de jabón, disfruté hace unos días. Esta vez, el protagonista es Adrián, otro de los niños que asisten a esa “escuela mágica” en la que enseña don José. Junto con Elia, Olivia e Irati, irá protagonizando una de las series de estos relatos.

El cuento nos muestra entonces las bondades de la empatía y de la solidaridad. Y lo hace a través del ramificado agrandamiento de esta historia.

Adrián es un niño con vocación investigadora, lo que da pie a apasionantes aventuras. Pero ese espíritu de diversión que albergan estos libros está inextricablemente unido a su afán de hacerle llegar al lector un mensaje alentador. Si en el anterior cuento, protagonizado por Elia, se alertaba sobre la absurda existencia de las fronteras entre los países, entre los colectivos humanos, en esta nueva historia las fronteras que se atienden son las que hay dentro de la propia clase. Y para considerarlas: “Hay que alejarse de los problemas para verlos con más claridad”. Por eso, ahora se nos presenta esta rocambolesca historia, este flujo de acción desternillante que, sin embargo, cumple perfectamente su objetivo de sensibilizarnos sobre los problemas de la exclusión. Para ello, no se obvia la parte de culpa de la víctima, pues estos relatos pueden ser sencillos pero no maniqueos.

A partir de un acontecimiento dramático, la tristeza inconsolable de Fernandito, quien ha perdido su sombra, y de otro gracioso, como es la aparición de un grotesco grupo de investigadores, se pone en el punto de mira el problema del bullying, en su forma de la exclusión. Pero, como decía, no se hace de una forma burda, sino que se busca la aproximación menos tendenciosa y más atenta, llegando a la conclusión de que, en este caso concreto, la propia víctima también contribuye a su propio dolor. La desaparición de su sombra, motivada por una falta de respeto, actúa como metáfora de la carencia de autoestima. A la agravación de ese hundimiento, contribuye una clase que vive, mayoritariamente, en una agradable situación de camaradería, pero que se manifiesta insensible a la hora de percibir y de interpretar el sufrimiento íntimo de algún compañero.

El cuento propone una historia desmelenada, la de ese equipo de investigadores, a cuál más ridículo (los adultos en estos cuentos, salvo don José, casi siempre lo son), que creen que Fernandito está a punto de conseguir el don de la invisibilidad, por lo que sería un buen elemento para ser incorporado a la plantilla de su agencia. A partir de ahí, la historia funciona en dos planos distintos y superpuestos. Por una parte esa torpe investigación, en busca de un beneficio propio; pero, por otro lado, otra de muy distinto sentido, plenamente generosa, la que inicia Adrián, y que embarca a varios compañeros de su clase.

De lo que se trata es de conocer qué le pasa a Fernandito, el porqué de su llanto, desvelar el enigma del abandono al que lo ha sometido su sombra. Adrián actúa entonces como mediador, hace de puente en un curioso caso de exclusión recíproca, aprovecha su talante influyente para conversar con ese compañero que rehúye el contacto con los demás, que está gravemente herido en su confianza. Una vez más, los mayores poco pueden aportar. Los que entienden de niños, y pueden ayudarlos, son otros niños, aquellos lo suficientemente despiertos, sensibilizados, maduros en su inocencia.

El cuento nos muestra entonces las bondades de la empatía y de la solidaridad. Y lo hace a través del ramificado agrandamiento de esta historia. Se recorren sus graciosas posibilidades, creando el florecimiento de una envolvente emoción. Las reacciones de los mayores, sus inquietudes, son las que resultan verdaderamente pueriles. El cuento alcanza su plenitud en esas intrigas que se asumen con la sed de la aventura. Sin apenas gradación, se expresa una alegría de la pura existencia del compañero, una provechosa e imprescindible colaboración en las acciones que se acometen. Pero, junto a ello, siempre está ahí la parte oscura, triste, las revocables – porque estos relatos son optimistas -  insensibilidades, las faltas de entendimiento, las barreras erigidas en el centro de las interrupciones de la simpatía.

Sin apenas gradación, se expresa una alegría de la pura existencia del compañero, una provechosa e imprescindible colaboración en las acciones que se acometen.

Adrián, desde su autoridad de niño sensato, es capaz de darle consejos a Fernandito sin apenas resistencia. Le dice que “no” a la televisión, y que “sí” a la lectura. Lo invita a reflexionar sobre los motivos de su problema. “¡Hasta mi sombra me ha dejado!”, le dice el niño que nunca podía parar de llorar. Pero Adrián está ahí, a su lado, creando sin pausa numerosas variantes para ayudarlo. Hay que exprimirse el cerebro para acometer el bien que nos interpela.

Los bellos dibujos de Muñoz Grau exudan la implacable tristeza de Fernandito, lo encierran en una opresora impotencia. Este trepidante y aleccionador relato llega a un final feliz, pero hay que hacer hincapié en que esta felicidad nunca puede ser definitiva, que no debemos bajar la guardia: “Pues bien. Aunque, como veis, la clase es un arco iris de color y fueron felices por ello, mientras exista un solo muro entre dos personas, colorín, colorado, este cuento nunca se habrá acabado”.  @mundiario

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