Mi niño se aburre (mi pre-dolescente no quita los dedos del móvil)

foto movil 650
Móvil. / RR SS,

Esta mañana caminando para mi casa escuche: “¡Pues la saco a la niña al bar por la mañana, pues se aburre! Muchos niños se aburren, tal vez las madres y los padres deberían responder algo tan simple.

Mi niño se aburre (mi pre-dolescente no quita los dedos del móvil)

Esta mañana caminando para mi casa escuche: “¡Pues la saco a la niña al bar por la mañana, pues se aburre! Muchos niños se aburren, tal vez las madres y los padres deberían responder algo tan simple.

¡De-sa-bu-rre-te! Y… ¡deja de consumir bits por segundos si ya tienes 13 años!

Los paisajes literarios se descubren bastante más jóvenes de los que podemos explicar. En mi caso a los 8 años. El volumen de Selecciones caía en mis manos cuando la orfandad de padre y madre me había dejado estirado y vago en una isla desierta mantenida por los recursos de mi Nona. Aún puedo describir el ambiente, un garaje de techo ondulado, pintado de blanco y una ventana que daba a un patio. En la publicación repetían en orden cronológico, primero un concurso de conocimientos semánticos del cuales sentía orgullo por salir tan bien parado. Luego divagaba por los mundos del estilo narrativo americano, en la cual uno quedaba atrapado en los símbolos del desarrollismo: tal torre la levantaron: ¡en 15 días!, el dique es inmenso; o la producción eléctrica alcanza para una ciudad de miles de habitantes. Eran mundos teñidos por el optimismo y buen hacer humano. Mundos de los años 60. Capaces de levitar con fuerza y civilización en una sociedad no marcada por la vileza. Siempre dejaba para el final la narración más larga. Un cuento de imprecisas sensaciones, suave, en la cual no dominaba ni la violencia ni la sangre, sino una atmósfera donde la sardina del buen amado y la locura por estar cerca del suceso presidían la mesa.

No me a-bu-rría

En aquellas tardes, repetía con gracia mi recorrido. Inmerso en una vida apacible, de libertad. Alejado de la fuerza impetuosa de las emociones paternas. Del divorcio. De la refriega marital que asomaba en un amor que destruía con su paso cualquier intento de representar una obra parecida a lo que eran las familias de la época. Desde ese faro, desde esa escollera a cargo de mi abuela, crecía el mundo ignoto de mi fuerza de escritor. Luego, el material –de lectura, estaba apilado en un oscuro galpón de la casa. Y las pilas iban hacia atrás. Del mes tal, del año 58, 57,56. Una civilización que alumbraba al mundo con el american way life.

¿Se aburren?, dele tiempo a encontrar su espacio —y… ¡si es posible que no sea tecno! @mundiario

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