La muerte, el amor y la menta, un libro de Vicente Verdú sobre el dolor de existir

Vicente Verdú y La muerte, el amor y la menta./ José Luis Rico
Vicente Verdú y La muerte, el amor y la menta./ José Luis Rico

"No vemos la luz, sólo paladeamos la sombra. Y un carcelero nos llama entre las flores. Esta felicidad es el efecto de la nada", escribe Verdú en uno de sus poemas.

La muerte, el amor y la menta, un libro de Vicente Verdú sobre el dolor de existir

Cuando escribo una reseña sobre poesía, al igual que otros colegas, me baso en las conjeturas, en buscar cierto preciosismo formal, con más o menos acierto, cuyos matices y significados enriquezcan el libro de poesía que voy a comentar.

Con este libro de poemas, no valen las conjeturas ni las subjetividades. Tras la muerte del poeta y pintor Vicente Verdú, este libro se torna en un testimonio severo sobre el hecho de existir, inspirado en la belleza modernista de muchos de sus símbolos y en la gravedad generosa de algunas imágenes que profundizan en esas paradojas inherentes al hecho de ser; vivir para morir.

La muerte, el amor y la menta nace tras el diagnóstico de su cáncer y cuyos poemas reflejan el paso de la euforia a la depresión con el sabio e iluminador efectismo del que sabe manejar los tiempos y recursos del lenguaje.

El título de este poemario publicado por Bartleby nos sumerge ya en un mundo abisal en el que médicos, química y cirugía se convierten en un material literario que, más allá de su significación referida a la cura y a la enfermedad, se imbrica en otros campos semánticos donde la naturaleza, sus tropismos y su metamorfosis se exhiben como ornamento de un duelo, como reivindicación de los recuerdos, de la vida, de su persistencia, pese a los contratiempos, pese al fúnebre destino de los seres que existen y aman lo que hacen y por lo que viven: "Minutos de muerte/ y cenas mortales,/ sin finalizar./ Vidas que concluían tempranamente/ sin advertir sus asesinos a sueldo./ Cundían, además,/ largas colas de ciervos volantes./ Imanes como monedas/ y un sinfín de plantas/ esteladas para tu respiración" (pág. 14)

Los versos de Verdú consolidan una visión epifánica de lo que la vida le importa todavía, pese a la dureza emocional que rondan algunas imágenes que, como ha escrito Manuel Rico a propósito de este mismo poemario, quedan durante días en la memoria: "La respiración te nombra./ Porque ese amor fue paralelo/ a un ridículo cáncer de pulmón./ Que no entiendas este paisaje/ es la causa de los lamentos sin fuego./ Quejidos en un castillo de arena" (pág. 35)

Y sobrecoge, junto a la inspiración surrealista de algunos ecos de ansiedad y temor, el preciosismo de algunos pasajes, la menta, el amor, que extinguen la desesperanza de un final único, inédito siempre para cualquier hombre, el final que jamás se sueña: " (...) el Ford Mercury en el cielo,/ el cielo en el hoyo, / el hoyo en el cuerpo,/ el cuerpo inane/ las luces apagadas,/ los tulipanes de oro,/ la muerte, el amor y la menta" (pág. 65)

No valen las conjeturas ni las subjetividades con este libro de Vicente Verdú, porque, a diferencia de otros libros de poemas, aquí la sinceridad no puede sumirse en el secreto del hermetismo. Sucede al contrario. La imagen. El hermetismo. Lo simbólico. El lenguaje de la poesía, de su poesía, sublima el dolor y el ansia, pero están ahí, se muestran abiertamente en un imaginario personal, seducido solamente por la forma y la música de su propia existencia, de la existencia que le da Verdú con el ánimo de destacarse por encima del diagnóstico y su erosión: "Crónicos. Desahuciados. Desalmados. Perdidos en el ciclamen de la muerte./ Ebrios entre las brisas mentoladas./ Unidos sin remedio,/ en el sexuado sentir del corazón" (pág. 62)

Y no hay más. Después de la lectura, regresarán otras formas de mirar a su escritura, de aproximarnos, de alejarse, como si el libro dejase de ser cosa nuestra. Caerá quizá en el olvido, pero las imágenes sobreviven siempre, las imágenes que se acumulan a la espera de que nosotros también nos enfrentemos a nuestro desenlace, sin prosaísmo, pero convencidos de que el amor necesita de la muerte para resistir: "¿La belleza? Nada ni nadie sabría concretarla" (pág. 56)

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