A mis treinta y seis quién soy yo para escribir poemas

A mis treinta y seis quién soy yo para escribir poemas
A mis treinta y seis quién soy yo para escribir poemas

Mi mano derecha tiene aroma a tinta, lo he descubierto hoy por la mañana cuando redacté algunas notas de un poema sobre mi escritorio. Desde luego no hay ninguna novedad en tal acción, solo un recordatorio de lo que soy como hombre y poeta, del significado de tener una pluma y el valor que de ella emana. 

A mis treinta y seis quién soy yo para escribir poemas

“¿Quién soy?”, escribí en el papel. Una respuesta llana apareció: un hombre de treinta y seis años. La sencillez es amiga de la verdad, dicen. Bien es cierto, porque apelar a la vida como es (no como debiera ser) es tener “la pluma bien centrada sobre el papel” para que imprima definitivamente su significado en la página, porque a mis treinta y seis quién soy yo para escribir poemas, quién soy, quién soy: nada más que un hombre de tierra, de barro y sol, de mimbre y mar; un hombre que desconoce su futuro, pero reconoce su presente. Vivir en esa otra orilla, pensar en lo que aún no es significa desgastarse y tener como rival a la banalidad. Estoy en contra de esta situación y la discrepo. 

De hecho, antes yo era así: un hombre que ingenuamente quería ver el futuro y se desesperaba porque en cada paso él mismo se desgajaba a cuentagotas. Bien es cierto, ya no soy aquel que subía a las nubes en búsqueda de una guayaba para encontrar un poco de cielo, un poco de luz en la sombra de agosto, ya no soy aquel del balón a medianoche del salto al techo y del techo a la banqueta en el mango y la ceiba que cortaba la tarde con los amigos, buscando en terrenos inundados de resolana un remanso de paz porque en aquellos días y en aquellos vientos la respiración era con el pecho y no con el cerebro; ahora es con ambas partes. Sin embargo, ¿ quién soy yo para escribir poemas? ¡Quién soy, quién soy! Si he perdido la música en el viaje hacia la casa, ahogado de autos, mensajes y preocupaciones; si ahora el juego está espinado con reglas, fuera de sí mismo; si las manos antes enlodadas de luz ahora están sucias por la banalidad porque, en cambio, soñar es asunto de niños, dicen, bien es cierto, bien es cierto, a mis treinta y seis ya todo es hacia delante, ya las fotografías son polvo son teléfonos meteóricos que olvidan de qué están hechos; mirar para adelante, mirar, eso es lo que me dicen a mis treinta y seis, ¡a los diez me decían todo lo contrario!. Mira lo que pasa, vive el día, no vivas el próximo mayo, no quieras el siguiente domingo, tan solo vive el sábado si es sábado, tan solo siente el lunes si es lunes, cuando tires una piedra al aire, tírale para romper lo invisible, donde aquello que te dijeron que no existe tú verás un sol y un universo en el castillo que levantan las hormigas, cuando te digan que a los treinta y seis ya serás viejo, responde que eres viajero y llevas la mochila cargada de cinco panes y dos peces o cuando tengas setenta o noventaitantos, cuenta que tienes diez y has vivido lo que un elefante sueña en un pedazo de papel. 

Por eso mismo, a mis treinta y seis quién soy yo para escribir poemas, ¡quién soy, quién soy! Tan solo una lumbre que fue un embrión, una incertidumbre que no cesa, soldado de las resolanas, poeta de cuero, vísceras y huesos, pero también una interrogación que late que se pregunta porqué Dios ha dado este peso tan grande de vivir porque lo entiendo ahora y no ayer de dolerse y nombrarse un humano a los treinta y seis y decir que no es bardo y solamente ser una boca que sueña. @mundiario

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