Habitación 300: Las maravillas de tres calles en treinta años de recorrido

Columpio abandonado.
Columpio abandonado.

Sé que todo cambiaría si formase una familia. Sería una buena madre. Sería feliz, sería como las demás.

Habitación 300: Las maravillas de tres calles en treinta años de recorrido

Ayer sospeché haber tenido un aborto, pero no lo sé, no sé lo que me ha pasado. Es mejor que no se lo diga a los médicos. Ya sabes, esa gente asalariada que no ha descubierto mis trasfondos todavía.

No lloré, no pensé en nadie. En un principio, supuse que él me quiso mucho y se habrá llevado un chasco. Pero ahora pienso: “vamos, se acuestan conmigo para tener una experiencia, no hijos. Y si no me pueden salvar a mí... ¿Quién salvará el mundo?”

Me preocupa mucho la incomprensión. Además, no estoy dispuesta a explicar el lado oscuro de mi situación y los acosos. Toca aspectos violentos y básicos, y aparecen en casi todos los miembros de la mayoría. Yo no entiendo la condición humana.

Tengo una preocupación crónica, un riesgo que hace palpitar mi corazón. No, no estoy bien, estoy bastante pachucha.

Hace unos días me crucé por la calle con una amiga de la infancia y sentí vértigo, pavor. Está como siempre.

Creo que, si algún día veo a estas personas por la calle, sentiré lo mismo.

A veces creo que estoy embarazada. Es como una meta que me he propuesto. Pero nada se muestra. Sé que todo cambiaría si formase una familia. Sería una buena madre. Sería feliz, sería como las demás. No necesito demostrar mi educación, pero sí mi realidad.

He mejorado en muchos aspectos, aunque ahora mi fuerza es el sol de la mañana. Maldita sea, soy demasiado orgullosa, quiero el sol. No saben que quiero el sol. Tengo la intuición de que el doctor me admira, porque él es débil.

Hay desgracias humanas que no se consuman con la muerte, que te persiguen, que te acompañan… Te sujetan para que no te arrojes y luego te abofetean. Con ese ardor de la humillación. Y no te mueves, y tu voz resuena en un pasillo, el gallo canta una burla y el claxon se te clava.

Pasaron muchas cosas impalpables y sólo queda mi piel.

Pero sí, me he acostumbrado. Es decir, he madurado. O al menos tengo uso de razón. Y ya no lloro al recordar, me digo: “vaya, Paula, siempre fuiste esta minúscula esperanza y una cicatriz. Ahora aprópiate de ti misma y agarra a Paulita.”

Sigue habiendo peligro porque el mundo es así. Lo bueno es que escapo de mis miedos sin que me vean. Es importante releer un libro de vez en cuando y el chocolate. Y, sobre todo, darle un besito a la cicatriz. @mundiario
 

Comentarios