Malas costumbres

cebrian
Portada de Bajo la fría luz de octubre.

Lectura fluida, literatura clara, argumento inesperado (dado su título) y... leído en menos de dos días. Un poco menos que “El nombre de la Rosa”, que me tuvo sin dormir por lo menos tres o cuatro días...

Malas costumbres. Particularmente un servidor es adicto inconsciente (o no) a tales desatinos. Mis costumbres suelen tender ascendentemente a ser malas, inapelables y reconocidas. Para qué engañarnos.

Entre las múltiples y heterogéneas malas costumbres que me acometen desde que tengo uso de razón - si es que uno tiene alguna vez razón y además sabe usarla - está una que me machaca continuamente y sin descanso reconfortante; es la de que, cuando leo a un autor (o autora) de un libro desconocido previamente y comete el desliz de gustarme... ¡Zaca!: No paro de leerle hasta sus obras más párvulas. De conseguir las mismas, ni decir tiene.

Así me he empapado todos los escritos que he podido conseguir de varios de mis autores de literatura clásicos e intocables para este firmante. Desde Mann hasta Schiller (pasando por Hess y casi toda la literatura alemana del XIX). Desde Quevedo hasta Eco (pasando previamente por Manrique y el Arcipreste de Hita). Desde Mendoza hasta Delibes (pasando por Machado y Hernández). Desde Unamuno hasta Saramago (pasando por Garcia Márquez y algo de Faulkner - el favorito del pueblo de “Amanece que no es poco”...ya saben). Desde Alighieri hasta Fallaci (pasando por los realmente buenos que ustedes deseen). Incluyendo a Groucho, que también tiene escritos.

En fin, muchos autores que me seducen, que me trasladan...que me hacen feliz, y que no pienso dejarme a ninguno en el tintero, ¡vaya!, porque para colmo ya no uso tintero ni tinta (uno, que era un forofo de las estilográficas, ya ve usted).

Definitivamente es una mala costumbre tratar de leer toda la obra de los autores de culto. Los disgustos y rabias pueden resultarme inadmisibles en caso de que mi biblioteca de los Depósitos del Sol, carezcan de algún título en el momento que uno lo solicita. Pero, ea, me ha tocado y nada puedo - ni quiero - hacer para evitarlas.

Bien, pues acabo de descubrir a un autor de los que me han hecho volver a la tentación y, por supuesto, caer en ella. Como debe ser según Wilde y que acato.

Para colmo es nacido en mi pueblo y, claro, pues uno sí que lo va a hacer profeta en su propia tierra. El muchacho ya tiene su público claro, pero - ignorante yo - ni idea de quién era y de qué escribía.

Por una de esas - que es últimamente harto frecuente - me coloqué en la biblioteca y no tenía ni idea de qué embucharme para los ojos y la mente durante los próximos veintidós días.

Subí las escaleras - poniendo a tono y en exacto paso mi inexcusable podómetro, que un escalón es un escalón y yo tengo preparado un mínimo de una hora pateando - y me choco en el “escaparate de libros” que suelen poner en el primer piso con un ejemplar que se titulaba El hombre que respondía a los correos basura  de un tal Eloy M. Cebrian, natural y vecino de mi pueblo - desde que nació, creo -.

En principio me resultó el típico título “gancho” para esconder una obra mediocre, cuando no mala de veras. A pesar de que sigo pensando que una obra de arte - la que fuere - es tal en tanto en cuanto a uno le guste y chimpún, Que no me gustan los críticos esos, tan inteligentes ellos y tan infalibles de arte, vaya.

Pero - me dije - ¿y si resulta que es tan bueno como Sin noticias de Gurb y me pierdo la lectura?. ¡Menuda catástrofe para mi! Pues es libro éste de mi obligada lectura veraniega anual (normalmente me lo leo sobre agosto, pizca más o menos), o sea, otra mala costumbre.

Dicho y hecho, lo tomé del estante, le dije a María José que me lo pusiera sin envoltura de regalo y...al parque a empezar a leer.

¡Bendita hora la de mi elección! Sencillamente me encantó.

Lectura fluida, literatura clara, argumento inesperado (dado su título) y...leído en menos de dos días. Un poco menos que “El nombre de la Rosa”, que me tuvo sin dormir por lo menos tres o cuatro días (hasta colirio tuve que usar, porque me dio un poco de yu-yu dejar los párpados abiertos, con metales posiblemente radiactivos, cual McDowell en la película de Kubrick, y tampoco es eso...tampoco. Que si no...).

Bien, pues fiel a mis malas costumbres, no he tenido otra que leerme ya más de cuatro libros de Don Eloy M Cebrian (si me gusta mucho el autor (o autora) siempre pongo el Don - o Doña - delante del nombre, ea, otra mala costumbre). ¡Y los que me quedan morena de la copla!

De hecho llevo locos a todos mis bibliotecarios (y bibliotecarias) para que me los localicen sin necesidad de poner “desiderata" alguna.

Y para ir terminando.

De veras, si alguno de ustedes, mis queridos lectores (y lectoras) se fían un poco de un servidor, léanlo.

No se arrepentirán , se lo prometo.

Si no le conocen, como era mi caso ignorante irredento, empiecen con el del hombre del correo basura.

!Ya me contarán ya..! @mundiario


 

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