Lluvia fina, de Luis Landero

Portada. Lluvia fina, de Luis Landero
Portada de Lluvia fina, de Luis Landero. / Tusquets Editores

Su reciente novela Lluvia fina ofrece una historia cuya trama sumerge al lector en situaciones que lo obligan a escuchar  un coro familiar de tragedia.

Lluvia fina, de Luis Landero

Luis Landero (1948) alcanzó un merecido reconocimiento literario con la novela Juegos de la edad madura, en 1989, al ser  considerada su  mejor obra.Consiguiendo el Premio de la Crítica  y Premio  Nacional de Narrativa 1990. Con esta magnífica novela   inicio su firme  andadura literaria, que dada la constancia creativa de limpio venero literario, hoy, sin falsos elogios, con las manos limpias y crítica clara, representa uno de los valores más importantes y precisos de la actual novelística hispana, con un significado haber narrativo en la  lengua de Cervantes.

Viene de otro siglo pero el escritor conoce el presente, distinto al que generacionalmente pertenece. Y bien sabe que “Las aguas del pasado siempre bajan turbias y, lo que es peor, enturbian también las del presente”. El contenido de la historia que nos cuenta, es de una actualidad desafiadora, formada por los espacios de sus diversos personajes, abordando la realidad de la propia existencia  de sus actores, interpretando el ser y no ser generacional de los tiempos por el que transitan, mostrando sus propias inquietudes y problemas. “Yo y mis circunstancias” como plantearía Ortega y Gasset.

Toda una lucha que brota de las situaciones de una familia: frustración total del tiempo vivido, ensoñaciones, por lo general atropelladas, hasta el extremo tan repetitivo, que sirve a la forma de mostrar la composición coral de voces de familia, donde se declaman todos los dolores y problemas. En cuyo transcurso aparece por primera vez la materia familiar de los personajes femeninos. Gabriel, mimado por su madre, realiza una llamada  a sus hermanas, para intentar reunir a toda la familia y celebrar el ochenta cumpleaños de la madre. Para tratar de sanar los viejos rencores que cada cual guarda en su corazón, que los han distanciado durante tantos años.

Y aquí aparece Aurora como dirigente muda de la coral, intrigada por la madre de Gabriel, su suegra. Una mujer viuda, severa, rígida, que nunca cede en el pulso  de sacar adelante a todos sin consentir. Una tiránica mujer de profesión callista y practicante, de moño rígido y boca prieta para esos hijos a los que intenta salvar de la miseria con ásperos criterios. Aurora se convierte en el muro de las lamentaciones. Dura batalla, encuentros imposibles, dictadura de  su suegra, sin que le tiemble el pulso, convirtiendo a la pequeña Sonia en esposa  de un tipo enfermo y enigmático, mayor y dulzón, que esconde desvariados sentimientos y forma de vida. Al que entrega una criatura desolada de quince años de edad.

Aurora es maestra de escuela que soporta un  matrimonio gris con Gabriel, profesor de filosofía, y la enfermedad de su hija Alicia. Abrumada por la actitud de su marido empeñado en organizar esa comida, que signifique el reconocimiento a la dura lucha de su madre. Capaz de aceptar todo aquello que convenga incluso admitiendo ser cómplice de lo más despreciable y la aceptación familiar, dejando atrás el  pasado.

Y va llegando el final de la historia cargándose de improvisos el ambiente narrativo, tensa, delatora de su propia  existencia. Sonia, la niña mujer, separada y desesperada de la vida imposible con un farsante que compra carne de jovencitas para sus delirantes juegos buscando satisfacciones. Uno se siente inquieto a medida que transcurre ese monólogo y el llanto que Sonia, como escalofríos y repulsa de lo que cuenta “Y avanza con decisión a la otra orilla de sus días, donde le espera el silencio inmortal”. Una novela emotiva, inolvidable de Luis Landero. @mundiario

 

 

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