La mitad bestia

Imagen de Júpiter captada por la sonda Juno. / NASA
Imagen de Júpiter captada por la sonda Juno. / NASA

El progreso tecnológico también nos ha demostrado hasta qué punto estábamos perdidos sobre nuestra concepción del ser humano en el universo, y a cada nuevo desvelamiento nos alejamos más de ser la especie más adelantada.

Tan aterrador y sublime es pensar las dos respuestas al gran enigma sobre si somos la única especie reflexiva en la inmensidad de las galaxias, o que allá en un punto minúsculo y distante para nosotros, otra especie se despierta todos las mañanas tratando de responder nuestras mismas preguntas ontológicas, a las que han llegado desde el inicio de su tiempo, cuando todo era dócil, y sus cordilleras, océanos, y profetas tenían otros nombres, y en medio de esos pensamientos estén escribiendo su libro de los siglos, así como las parábolas de sus dioses, y  como Titanes día a día se levantan con la misma intención que nosotros: obtener el cetro del universo.

El lanzamiento al espacio de las moscas de la fruta a mediados del siglo XX, y de la Mars Exploration Rover a principios del siglo XXI, marcaron dos puntos de inflexión para la especie humana, pues rompían lo que parecía hasta ese momento una de las barreras que le quedaban por destrozar: el indescifrable universo. Julio Verne lo soñó, Ray Bradbury lo escribió y Werneher von Braun lo logró. El gran objetivo de la NASA el siglo pasado era, costara lo que costara, conquistar el espacio antes que los rusos y sin importar que Braun, la mente que llevó a la humanidad a la invasión del cosmos, fuera la misma que años atrás creara armas para eliminar a gran parte de la especie humana; la finalidad de los científicos espaciales de la centuria que nos antecede no era nuestro blanco satélite, sino cruzar la frontera del universo, y así como Helios, domar a Marte: el toro escarlata. La intención era encontrar nuevas posibilidades para la especie humana que ha devastado el planeta tierra. Con esos sucesos la especie ratificó que sus alcances ya no tenían limites, confirmó que era digna depositaria del fuego de Prometeo y por un instante pensó que el cosmos estaba a sus pies.

Gracias a esa llama divina, hace bastante tiempo sabemos que no somos más que un microscópico punto en el espacio y que la Tierra es tan diminuta como un grano de arena del Sáhara, así como que hay más estrellas en la bóveda celeste que personas en la Tierra. Así de inmensa es la arena cósmica. Pensar en la inmensidad del espacio y las dimensiones que mantenemos entre la especie humana y el universo es abrumador, solo imaginarlo nos estremece al tiempo que nuestros nervios se dilatan, conscientes de lo diminutos que somos ante el espectáculo del universo sentimos un vacío debajo de nuestros pies. Tan aterrador y sublime es pensar las dos respuestas al gran enigma sobre si somos la única especie reflexiva en la inmensidad de las galaxias, o que allá en un punto minúsculo y distante para nosotros, otra especie se despierta todos las mañanas tratando de responder nuestras mismas preguntas ontológicas, a las que han llegado desde el inicio de su tiempo, cuando todo era dócil, y sus cordilleras, océanos, y profetas tenían otros nombres, y en medio de esos pensamientos estén escribiendo su libro de los siglos, así como las parábolas de sus dioses, y  como Titanes día a día se levantan con la misma intención que nosotros: obtener el cetro del universo. Sin dudar este texto se decanta por esta segunda teoría. Sería arrogante pensar que somos los únicos en el inmenso paraíso de astros. Esta misma idea que comparten los científicos es la que los mantiene en constante y arduo trabajo para llegar antes que nadie a los confines del espacio, y para ello la cavilación del hombre lo ha llevado a construir las máquinas más maravillosas que tal vez sólo Stanislaw Lem logró imaginar.

El progreso tecnológico también nos ha demostrado hasta qué punto estábamos perdidos sobre nuestra concepción del ser humano en el universo, y a cada nuevo develamiento nos alejamos más de ser la especie más adelantada. Sin dudar, la invasión del cosmos ha cambiado nuestra concepción del ser humano dentro del universo, sin embargo, parece que estos continuos saltos de la humanidad de poco han servido para tocar profundamente la consciencia de la especie en lo que respecta a la dimensión que mantiene con sus semejantes, pareciera que todos estos descubrimientos y adelantos científicos solo han servido para alimentar el ego de la especie y tener una vida más cómoda en la Tierra. Este texto en ningún momento pone en duda la importancia de la investigación espacial, sino lo contradictorio que se comporta la especie humana en relación al intento de gobernar nuevos planetas cuando el nuestro se encuentra colapsado, y ya que como humanidad somos un punto donde interceden infinitas ideas y estamos formados como un todo, para mí es difícil comprender, cómo la misma especie que reflexionaba en el pasado sobre cómo invadir el espacio, era la misma que ideaba mecanismos más efectivos para calcinar multitudes de personas vivas mientras escuchaban sus alaridos de dolor. Así de incongruente es el ser humano.

Es una realidad que la ciencia no es perfecta, ejemplos sobran para demostrar su mal uso en el pasado, sólo con nombrar Hiroshima y Nagasaki sabemos de lo que es capaz la sabiduría, sin embargo, es una de las herramientas que poseemos para continuar evolucionado.

Por otro lado, es increíble saber que entre el ser humano y los simios sólo existe un pequeño porcentaje de diferencia entre sus cromosomas, y esta diminuta diferencia nos ha permitido como humanidad sentirnos dueños de todo el orbe y pensar que todo aquello que podamos vislumbrar con los ojos debe ser conquistado, colonizado y mercantilizado en busca del progreso. Desde hace escasos años algunas empresas se han dedicado de tiempo completo a pensar como comercializar el espacio, las empresas Space X y Blue Origin tienen planes de lanzar los primeros cohetes con pasajeros entre la segunda y tercera década del siglo XXI, y es un hecho que en un futuro no muy lejano tendremos que pagar, así como se hacía con el barquero de Hades, pero ahora con dinero electrónico y en sentido contrario, los viajes del infierno terrestre al nuevo y prometedor Edén marciano, donde en primera instancia, sólo aquellos que hayan acumulado suficiente capital podrán acceder a estos nuevos privilegios, ―Igual que a la educación en siglos pasados―. Invadir y explorar Marte, ha llevado a la especie humana a según la escala de Kardashov un poco más cerca de completar la primera etapa de la civilización; pero aún muy distante en términos reales de ese punto, hay autores que estiman que necesitaremos todavía de uno o dos siglos para completar la primera fase y varios milenios más para llegar a la segunda fase de las civilizaciones. Todo parece indicar que nuestro ciclo evolutivo poco a poco va madurando, pero quizá todos estos adelantos solo son ejemplos de la más grande manifestación de la locura y vanidad humana en busca de la conquista del universo, ¿cuál es el límite de la especie?, después de tener al toro yugulado y sus tripas en las manos, ¿qué sigue? 

Para poder dimensionar nuestras capacidades, el ser humano tardó en situarse en  Marte aproximadamente 40 años, ―cuando utilizo la palabra situarse me refiero a que pudieran plenamente investigar, ya que antes hubo otras misiones que no tuvieron el alcance deseado, fueron fracasos, o el presupuesto de la agencia espacial fue recortado― y sólo le demoró a la bomba atómica Little Boy menos de un minuto para encontrar la altura necesaria para detonar y generar en milésimas de segundo una temperatura superior al millón de grados centígrados, y con ello la destrucción masiva de todo lo que atravesaba en esa explosión. Esto nos permite reflexionar sobre la capacidad del ser humano por destruir todo lo sublime que ha construido con sus mismas manos, y cómo todo el progreso que ha obtenido la especie humana con la llegada a Marte puede ser destruido con sólo levantar un dedo índice de la mano; matar más de 100.000 personas sin contabilizar todos los daños colaterales que se siguen observando en la tierra le costó al ser humano cerca de 45 segundos, desde que el Elona Gay soltará la bomba atómica hasta que impactara con su objetivo; ¿cuánto tiempo le costará al ser humano en el futuro con todos los avances que vamos a poseer crear una catástrofe de dimensiones mayores?

En los dos casos antes mencionados hay un común denominador: el silencio. En el caso de la invasión del planeta escarlata es una ruptura del mismo, en el momento donde una de nuestras asombrosas máquinas penetra y violenta la atmósfera marciana, y por primera vez un sonido ajeno al de esas laderas profanó esa tierra; en el segundo caso, fue el silencio que antecedió a los lamentos de los sobrevivientes que se arrastraban como ratas después de la hecatombe. Dos silencios que marcaron a la humanidad, apoteosis de la especie humana. En el silencio se nace y se muere: es la antesala de la creación.

El lanzamiento al espacio de las moscas de la fruta a mediados del siglo XX, y de la Mars Exploration Rover a principios del siglo XXI, marcaron dos puntos de inflexión para la especie humana, pues rompían lo que parecía hasta ese momento una de las barreras que le quedaban por destrozar: el indescifrable universo. Julio Verne lo soñó, Ray Bradbury lo escribió y Werneher von Braun lo logró. El gran objetivo de la NASA el siglo pasado era, costara lo que costara, conquistar el espacio antes que los rusos y sin importar que Braun, la mente que llevó a la humanidad a la invasión del cosmos, fuera la misma que años atrás creara armas para eliminar a gran parte de la especie humana; la finalidad de los científicos espaciales de la centuria que nos antecede no era nuestro blanco satélite, sino cruzar la frontera del universo, y así como Helios, domar a Marte: el toro escarlata. La intención era encontrar nuevas posibilidades para la especie humana que ha devastado el planeta tierra. Con esos sucesos la especie ratificó que sus alcances ya no tenían limites, confirmó que era digna depositaria del fuego de Prometeo y por un instante pensó que el cosmos estaba a sus pies.

Gracias a esa llama divina, hace bastante tiempo sabemos que no somos más que un microscópico punto en el espacio y que la Tierra es tan diminuta como un grano de arena del Sáhara, así como que hay más estrellas en la bóveda celeste que personas en la Tierra. Así de inmensa es la arena cósmica. Pensar en la inmensidad del espacio y las dimensiones que mantenemos entre la especie humana y el universo es abrumador, solo imaginarlo nos estremece al tiempo que nuestros nervios se dilatan, conscientes de lo diminutos que somos ante el espectáculo del universo sentimos un vacío debajo de nuestros pies. Tan aterrador y sublime es pensar las dos respuestas al gran enigma sobre si somos la única especie reflexiva en la inmensidad de las galaxias, o que allá en un punto minúsculo y distante para nosotros, otra especie se despierta todos las mañanas tratando de responder nuestras mismas preguntas ontológicas, a las que han llegado desde el inicio de su tiempo, cuando todo era dócil, y sus cordilleras, océanos, y profetas tenían otros nombres, y en medio de esos pensamientos estén escribiendo su libro de los siglos, así como las parábolas de sus dioses, y  como Titanes día a día se levantan con la misma intención que nosotros: obtener el cetro del universo. Sin dudar este texto se decanta por esta segunda teoría. Sería arrogante pensar que somos los únicos en el inmenso paraíso de astros. Esta misma idea que comparten los científicos es la que los mantiene en constante y arduo trabajo para llegar antes que nadie a los confines del espacio, y para ello la cavilación del hombre lo ha llevado a construir las máquinas más maravillosas que tal vez sólo Stanislaw Lem logró imaginar.

El progreso tecnológico también nos ha demostrado hasta qué punto estábamos perdidos sobre nuestra concepción del ser humano en el universo, y a cada nuevo develamiento nos alejamos más de ser la especie más adelantada. Sin dudar, la invasión del cosmos ha cambiado nuestra concepción del ser humano dentro del universo, sin embargo, parece que estos continuos saltos de la humanidad de poco han servido para tocar profundamente la consciencia de la especie en lo que respecta a la dimensión que mantiene con sus semejantes, pareciera que todos estos descubrimientos y adelantos científicos solo han servido para alimentar el ego de la especie y tener una vida más cómoda en la Tierra. Este texto en ningún momento pone en duda la importancia de la investigación espacial, sino lo contradictorio que se comporta la especie humana en relación al intento de gobernar nuevos planetas cuando el nuestro se encuentra colapsado, y ya que como humanidad somos un punto donde interceden infinitas ideas y estamos formados como un todo, para mí es difícil comprender, cómo la misma especie que reflexionaba en el pasado sobre cómo invadir el espacio, era la misma que ideaba mecanismos más efectivos para calcinar multitudes de personas vivas mientras escuchaban sus alaridos de dolor. Así de incongruente es el ser humano.

Es una realidad que la ciencia no es perfecta, ejemplos sobran para demostrar su mal uso en el pasado, sólo con nombrar Hiroshima y Nagasaki sabemos de lo que es capaz la sabiduría, sin embargo, es una de las herramientas que poseemos para continuar evolucionado.

Por otro lado, es increíble saber que entre el ser humano y los simios sólo existe un pequeño porcentaje de diferencia entre sus cromosomas, y esta diminuta diferencia nos ha permitido como humanidad sentirnos dueños de todo el orbe y pensar que todo aquello que podamos vislumbrar con los ojos debe ser conquistado, colonizado y mercantilizado en busca del progreso. Desde hace escasos años algunas empresas se han dedicado de tiempo completo a pensar como comercializar el espacio, las empresas Space X y Blue Origin tienen planes de lanzar los primeros cohetes con pasajeros entre la segunda y tercera década del siglo XXI, y es un hecho que en un futuro no muy lejano tendremos que pagar, así como se hacía con el barquero de Hades, pero ahora con dinero electrónico y en sentido contrario, los viajes del infierno terrestre al nuevo y prometedor Edén marciano, donde en primera instancia, sólo aquellos que hayan acumulado suficiente capital podrán acceder a estos nuevos privilegios, ―Igual que a la educación en siglos pasados―. Invadir y explorar Marte, ha llevado a la especie humana a según la escala de Kardashov un poco más cerca de completar la primera etapa de la civilización; pero aún muy distante en términos reales de ese punto, hay autores que estiman que necesitaremos todavía de uno o dos siglos para completar la primera fase y varios milenios más para llegar a la segunda fase de las civilizaciones. Todo parece indicar que nuestro ciclo evolutivo poco a poco va madurando, pero quizá todos estos adelantos solo son ejemplos de la más grande manifestación de la locura y vanidad humana en busca de la conquista del universo, ¿cuál es el límite de la especie?, después de tener al toro yugulado y sus tripas en las manos, ¿qué sigue? 

Para poder dimensionar nuestras capacidades, el ser humano tardó en situarse en  Marte aproximadamente 40 años, ―cuando utilizo la palabra situarse me refiero a que pudieran plenamente investigar, ya que antes hubo otras misiones que no tuvieron el alcance deseado, fueron fracasos, o el presupuesto de la agencia espacial fue recortado― y sólo le demoró a la bomba atómica Little Boy menos de un minuto para encontrar la altura necesaria para detonar y generar en milésimas de segundo una temperatura superior al millón de grados centígrados, y con ello la destrucción masiva de todo lo que atravesaba en esa explosión. Esto nos permite reflexionar sobre la capacidad del ser humano por destruir todo lo sublime que ha construido con sus mismas manos, y cómo todo el progreso que ha obtenido la especie humana con la llegada a Marte puede ser destruido con sólo levantar un dedo índice de la mano; matar más de 100.000 personas sin contabilizar todos los daños colaterales que se siguen observando en la tierra le costó al ser humano cerca de 45 segundos, desde que el Elona Gay soltará la bomba atómica hasta que impactara con su objetivo; ¿cuánto tiempo le costará al ser humano en el futuro con todos los avances que vamos a poseer crear una catástrofe de dimensiones mayores?

En los dos casos antes mencionados hay un común denominador: el silencio. En el caso de la invasión del planeta escarlata es una ruptura del mismo, en el momento donde una de nuestras asombrosas máquinas penetra y violenta la atmósfera marciana, y por primera vez un sonido ajeno al de esas laderas profanó esa tierra; en el segundo caso, fue el silencio que antecedió a los lamentos de los sobrevivientes que se arrastraban como ratas después de la hecatombe. Dos silencios que marcaron a la humanidad, apoteosis de la especie humana. En el silencio se nace y se muere: es la antesala de la creación. @mundiario

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