Los libros, espíritus vagamundos y libérrimos

Gabriel-Garcia-Marquez-Book-Cien-Años-De-Soledad
Primera edición de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez

Con la lectura afianzamos el juicio crítico. En los libros siempre ha existido un aspecto subversivo que es considerado como disonancia si apelamos a su consideración de admonición.

Los libros, espíritus vagamundos y libérrimos

El pensamiento desata las ataduras que el sistema anuda como tiras de cuero mojado a las muñecas del reo. En este conflicto entre individuo y estado, la separación de poderes no existe. Porque la expresión de ese poder se detenta como propagador de valores supremos en los que el propio poder se reafirma. Evidentemente esto resulta una obviedad, pero no es tampoco una verdad radical. Entendiendo este adjetivo en la etimología latina “relativo a la raíz”. Lo visible es solo una formulación. La introspección sobre este asunto nos llevaría a lo que estando oculto hace agitar las ramas. Y esta es la cuestión peliaguda: ¿existe una verdadera aproximación en los principios que dice proclamar y defender y los hechos que constituyen su ejercicio? La realidad social nos advierte de lo contrario.

Las cloacas del estado o el fondo de reptiles, son las sobrecogedoras definiciones que emplean los ejercitantes de este complejo entramado que posee atisbos de novela negra. Sutil equilibrio entre el fondo que se difumina en la propia forma para embaucarnos y disponer pinzas en nuestras narices. Mientras tanto el cadáver se descompone y el nauseabundo olor llega a hacerse familiar. Convivimos con él. Es cuando comenzamos a no advertir o sencillamente empatizamos con la mentira como hecho de interacción social. Esta se convierte en un valor en alza cuya equivalencia tiene réditos en los más insospechados asuntos con trasfondo político. Es decir todos sin excepción, salvo el del alma. Entendiendo esta como ese ámbito privativo y personal que solo concierne al individuo. Los buenos libros apelan a esa ignota tierra que somos donde no se alza ninguna bandera.

Los libros nos convierten en apátridas, nos hacen avistar otros horizontes, deslindan las fronteras y dejan en nuestras manos el principio de la libertad. Arriban gracias a esa corriente que otros procuraron hacer fluir hasta nosotros. Y que también por nuestra parte haremos favorecer, si entendemos que en ellos viven las almas de otros seres humanos que enuncian el mundo en cada lectura. “El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo”. Gabriel García Márquez recrea el poder del lenguaje para ser conscientes de nuestra realidad y enjuiciarla. En toda buena lectura hay motivo para la reflexión.     

Ser librepensador es una amenaza. “¡Qué extraña cosa el conocimiento! Una vez que ha penetrado en la mente, se aferra a ella como la hiedra a la roca”. El entrañable y marginal personaje que encarnara Boris Karloff en la película El doctor Frankestein en 1931 es obra de Mary Wollstonecraft Shelley. Su creadora literaria tuvo en el desafío que lanzó Lord Byron a sus invitados de componer una historia de terror junto al lago Leman en el frío verano de 1816, el año sin verano, la súbita afirmación interior de proferir con su personaje un canto al alma humana desde ese abanico de emociones y reflexiones que abarca la miseria y grandeza de la que somos capaces de protagonizar.

La orfandad del mito viviente le lleva a esa búsqueda irrefrenable del amor que no consigue y cuyas consecuencias son el dolor y la muerte. Fue publicada en el año 1818 bajo el título Frankestein o el moderno Prometeo. Es la misma autora que en 1782 publicó Vindicación de los derechos de las mujeres y en la que se expresaba de esta manera, “Para hacer el contrato social verdaderamente equitativo, y con el fin de extender aquellos principios esclarecedores que solo pueden mejorar el destino del hombre, debe permitirse a las mujeres encontrar su virtud en el conocimiento, lo que es apenas posible a menos que sean educadas mediante las mismas actividades que los hombres”.

En todo proceso intelectual hay una correlación de fuerzas que aclara considerablemente el camino emancipador que glosara Miguel de Cervantes, a través del personaje de Alonso Quijano, en el capítulo LVIII correspondiente a la segunda parte de Don Quijote de la Mancha, “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre”. Leer resulta peligroso porque fomenta la ambición de ser más nosotros mismos, en esa transferencia de conocimiento y experiencia que acompaña todo proceso creativo. Y la lectura también lo es. Trópico de cáncer fue prohibida en Estados Unidos en 1934. Este veto se mantuvo hasta 1964. Sin ir más lejos, hace escasas fechas que en España se ha materializado el secuestro cautelar de la obra Fariña, así como la prohibición y comercialización de nuevos ejemplares por una supuesta vulneración del derecho al honor. En ella su autor, el periodista Nacho Carretero, relata y profundiza en la historia del narcotráfico gallego. Por contra no será necesario citar las veleidades y afirmaciones xenófobas y categóricas de supremacía de Quim Torra, presidente de la Generalitat catalana. Aunque resulte concurrente para advertirnos que leer nos permite desenfundar el pensamiento crítico y establecer paralelismos clarividentes sobre el horror y el miedo. Mi lucha se entregaba a los novios en las bodas y en las graduaciones a los estudiantes en la Alemania nacionalsocialista. Este credo junto a otros sistemas totalitarios, condujo a Europa y al mundo en el pasado siglo al barbarismo.

En los libros hallamos al ser humano y con él su biografía de especie amenazada por la alienación del poder. Mientras el bosque de Fahrenheit 451subsista, como defiende Francisco Vélez Nieto en su novísima obra, Un libro abierto entre las manos, la esperanzadora llama que alienta la lectura permanecerá como símbolo de resistencia. “El autor sólo escribe la mitad de un libro. De la otra mitad debe ocuparse el lector”. Josep Conrad revierte en su cavilación el papel relevante del lector y su compromiso como parte activa, juiciosa e inteligente de los universos que describe. Al fin y al cabo los libros son espíritus vagamundos y libérrimos que van de mano en mano, estimulando el silencio de los que deseamos ver con más claridad hacia donde nos conduce esta mayúscula incertidumbre en la que nos encontramos. @mundiario

Comentarios