El lector es dueño de la historia

Leer no siempre hace volar la imaginación. / iai tv
Leer hace volar la imaginación. / iai tv

El escritor se hace de un narrador que cuenta una historia, pero es el lector/espectador quien la recrea según su mirada formada por las circunstancias de su tiempo.

El lector es dueño de la historia

Dice Borges en una de sus conferencias (Borges Oral, Obras completas IV) que Edgar Allan Poe engendró al lector de cuentos policiales. Imagina a uno que leyó muchas novelas de ese género, a quien le dicen que El Quijote es una de ellas. ¿Qué lee?

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo vivía un hidalgo… y ya ese lector está lleno de sospechas, porque el lector de novelas policiales es un lector que lee con incredulidad, con suspicacias, una suspicacia especial. Por ejemplo, si lee: En un lugar de la Mancha…,  desde luego supone que aquello no sucedió en la Mancha, Luego: … de cuyo nombre no quiero acordarme…, ¿por qué no quiere acordarse Cervantes? Porque sin duda Cervantes era el asesino, el culpable. Luego:… no hace mucho tiempo… posiblemente lo que suceda no será tan aterrador como el futuro.”

También Lolita, de Vladimir Nabokov tiene sus lectores: en los cincuenta, en los sesenta y setenta. Y hoy. Nunca dejó de ser un escándalo. Pero fue variando de óptica. De hecho, la portada de Anagrama ya no es la de la niña con anteojos de corazón, chupando una paleta. La nueva no la muestra como un objeto de deseo sino como una niña que sufre, de rodillas, atravesada por una llave.

Nabokov comienza su novela narrando el  desmedido amor de Humbert por Anabel Lee cuando ambos tienen catorce años. La muerte repentina de esa niña lo paraliza y lo marca para siempre. Eso, de alguna manera, lo justifica y no nos sorprende su atracción por Lo, niña descarriada, hija bellísima de una madre ególatra, donde H,  profesor de literautra, se aloja en su casa y  hasta se casa con la Sra. Haze sólo para estar cerca de su adorada ninfa. Nuestra repugnancia se dirige a la madre. Nobakov tiene la habilidad de hacernos poner de parte del protagonista. Entendemos su amor, hasta nos convencemos de que Lolita coquetea con él y lo incita a su primera relación sexual. Ella se aprovecha de su poder, saca ventajas, él la ama. El escándalo era el erotismo, de muy alto nivel, nunca pornográfico.  El análisis freudiano nos hacía ver una competencia de la hija con la madre, también acosadora,  el complejo de castración, la fantasía de estar en el seno materno.  Sólo al final de la historia empezamos a rechazar a H. Sin llegar a odiarlo. Por algo Nabokov y Kubrick ( el director de la primera versión cinematográfica) se atrevieron a difundir en un medio masivo una historia que hoy los sepultaría.

¿Qué lee un lector actual? apología del incesto,  exaltación del perpetrador, la culpabilización de la víctima.

En los setenta, mi vecina vivía apasionadamente una historia adúltera de la que todo el barrio hablaba.  Cuando la relación terminó —tal vez porque al amante ya no le resultaban atractivas las mujeres maduras— la hija adolescente de ella lo sedujo y la historia se repitió. Las habladurías decían “de tal madre, tal hija”. Nadie salió a denunciar al depravado que no había tenido el reparo de aprovecharse de esa relación casi incestuosa que se le ofrecía.

Después de ver la versión de Lolita de Adrian Lyne ( 1997) con un Jeremy Irons que dista mucho  del papel de monstruo, me vino a la mente otro personaje que se hizo famoso desafiando con sus transgresiones: Serge Gainsburg. Cuando grabó con Jane Birkin el tema explosivo Je t´aime, moi non plus, en el que podíamos escuchar un orgasmo explícito, ya Brigitte Bardot había rechazado cantarlo con él temiendo el oprobio. Pero Serge vivía del escándalo. Y así se lo tomaba, como el niño travieso de la chanson française . A todos les pareció  divertido que grabara con su hija Charlotte, el tema Lemon incest que hoy nos repugna.  Ni a Charlotte pareció afectarle: “¿Recuerdas aquella vez en que papá y yo grabamos una canción como si estuviéramos liados y llegó al número dos de las listas de éxitos?

Y las madres, como si nada. La niña de quince años, de El amante, ( la propia Marguerite Duras en su autoficción) ,  es empujada por la suya  a la prostitución, aprovechando toda la familia de la buena situación económica de Léo, un comerciante chino  adinerado , que lleva a comer a toda la familia a los mejores restaurantes de Saigón.  Hasta huele a incesto la relación de la madre con su hijo mayor y la de la niña con su hermano menor, el único que la salva de las palizas del primogénito.  Publicada en 1984, sólo juzgamos en  el  amante su debilidad frente a la autoridad paterna y no comprometerse con la adolescente que se le entregaba a diario, según cuenta Marguerite, casi con repugnancia.  En la película nos la muestran seductora y casi enamorada.

El escritor se hace de un narrador que cuenta una historia, pero es el lector/espectador quien la recrea según su mirada formada por las circunstancias de su tiempo.

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