Las noventa Habanas

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La Habana es muchas ciudades. Quienes la hemos vivido sabemos que es mucho más que un sistema político o que los estereotipos más recurrentes sobre su gente.

La comunidad cubana le ha dado a Miami grandes escritores. La generación del Mariel es un hito, Daína Chaviano un referente universal en el género fantástico, lo mismo Rodolfo Pérez Valero con el policial y Antonio Orlando Rodríguez se hizo del premio Alfaguara en el 2008 con su novela Chiquita. La lista es larga y lleva décadas, aunque actualmente Miami es un punto cardinal en el mapa literario de Estados Unidos porque se le considera, entre otras cosas, un crisol de firmas de distintas nacionalidades. Y a esta nueva panorámica se suma la generación de autores cubanos más reciente, como Andrés Pi Andreu, Carlos Pintado, Legna Rodríguez Iglesias y hace poco se sumó Dainerys Machado (La Habana, 1986) con Las noventa Habanas (Katakana editores), un conjunto de cuentos que, distando de lo político y a veces de manera lúdica, exponen la cruda realidad que se vive en la isla. 

— Empecemos por lo básico, ¿por qué Las noventa Habanas?

— La Habana es muchas ciudades. Diferentes épocas e historias confluyen en sus calles, y también su gente tiene muy diversas formas de ver la vida. Quienes la hemos vivido sabemos que es mucho más que un sistema político o que los estereotipos más recurrentes sobre su gente. La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie habla del peligro de una sola historia, de que las personas crean solo en los estereotipos o discursos políticos establecidos sobre un país. Creo que La Habana es una de las ciudades que sufre desesperadamente del peligro de cargar con una sola historia. Quería mostrar un poco su diversidad en este libro de cuentos, donde aparecen seres humanos que aman y sufren, que se divierten y se equivocan, pero también habaneras que ya no viven en la ciudad y siguen llevándola con ellas, en su forma de hablar o de ver la vida. Hay otras conexiones muy evidentes entre las historias de este libro que remiten a Las noventa Habanas, pero me encantaría que los lectores las descubrieran por sí mismos.

— Un libro de cuentos es un proceso que puede durar años y que, incluso, rara vez es concebido desde un inicio como un libro. Los cuentos se van escribiendo en distintas etapas y momentos de la vida y pueden ver la luz reunidos en un solo volumen como no verla nunca. Hasta entonces te desempeñaste como periodista y académica, esta incursión en la ficción podemos tomarla como el primer paso de un camino que piensas desarrollar o no es algo que tengas planeado de momento.

— En realidad, no veo mucha diferencia entre estas profesiones. Uno de los más grandes escritores latinoamericanos, Gabriel García Márquez, fue periodista; el poeta Alfonso Reyes fue presidente de El Colegio de México hasta su muerte en 1959. Gracias a Harvard podemos leer las conferencias magistrales de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. Creo que, de muchas maneras, la historia de estas profesiones ha alimentado la historia de la literatura latinoamericana.

Yo tampoco me puedo desprender de estas coincidencias, al menos dos de los que incluí como cuentos en Las noventa Habanas fueron publicados originalmente como crónicas cuando era periodista en Cuba o en México.

Es una máxima del periodismo que sea el hecho que uno va a cubrir el que determina qué género se le dedicará: un hecho concreto puede cubrirse con una nota de información clásica; pero un hecho complejo habrá que abordarlo a partir de un reportaje, investigarlo, tratar de agotarlo. Creo que en general así también funciona la literatura, aquello que uno quiere contar elige su género para ser contado. Y, por ejemplo, Ernesto Fundora está editando ahora mismo un libro de ensayo que terminé hace algún tiempo y que espero que salga publicado pronto; pero, no te puedo mentir, también estoy trabajando ya en otro libro de cuentos.

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Dainerys Machado. / Cedida

— Dejaste Cuba hace unos años, viviste y estudiaste en México otros tantos, y ahora Miami. Como te debes haber dado cuenta, en este momento hay un auge interesante de la literatura que se escribe en español en Estados Unidos, hay quienes usan el término #NewLatinoBoom para definir el movimiento, hay quienes la llaman literatura del desarraigo y así. ¿Te identificas con todo esto? ¿Cuál es tu punto de vista al respecto, la academia te da elementos para entenderlo o analizarlo

— En 2012, visité Miami por primera vez para participar en un gran evento internacional de teatro y literatura dedicado al escritor cubano Virgilio Piñera; así que, por extraño que parezca, para mí Miami siempre ha sido un espacio de intercambio cultural. Cuando me mudé a San Luis Potosí en México, para estudiar mi Maestría en Literatura, tuve la suerte de coincidir con un grupo maravilloso de investigadores, escritores, poetas, donde conocí a mi esposo Xalbador García, y a amigos entrañables de muy diferentes grupos y generaciones como Jorge Humberto Chávez, Tristana Landeros, Ernesto Sánchez, Emiliano Delgadillo, Gabriela Silva, Omar Baca, entre tantos otros. Si tuviera que elegir un momento de definición y crecimiento para mí, sería mi mudanza a México, donde viví en un ambiente de libertad creativa y constante diálogo artístico. De esos años vienen mis primeros deseos de publicar un libro como Las noventa Habanas. 

Entonces, por más que quisiera reconocerme en este boom que mencionas, la verdad es que no me siento parte de ningún movimiento. Lo cual no significa que no me haya beneficiado de su existencia. Si tuviera que analizarlo con mirada académica diría que el valor más importante de lo que ustedes están haciendo al escribir en español en Estados Unidos es crear redes intelectuales que funcionan como soporte para la divulgación de sus trabajos individuales, y usar los medios de comunicación y las redes sociales para divulgar esto que identifican como un fenómeno literario. Darle nombre ha sido, sin dudas, un gran acierto, porque nombrándolo, nombrándose, se han puesto en el mapa de la literatura escrita en español y se han identificado unos a los otros. Habría que preguntarle a mi editor Omar Villasana si considera que su incansable trabajo a favor de la divulgación de la literatura y la fundación de Katakana Editores son parte de este New Latino Boom. Por mi parte diría “Include me out”, como Cabrera Infante.

— Volviendo a Las noventa Habanas, si tuvieras que hacer una mirada hacia atrás, cuál dirías que fue el cuento con el que más luchaste por sacar adelante y por qué.

— Le tengo un cariño especial a “Historia de la flaca a la que golpearon por romper el orden natural de las casas y las cosas”, el último cuento del libro, que es un caos tremendo, inspirado en el barrio de Carraguao, en el municipio del Cerro donde nací, crecí y donde aún vive mi familia. Creo que lo más difícil para mí es que saber que uno de mis cuentos favoritos será el menos comprendido de todo el libro, precisamente por el caos de su historia y los prejuicios de sus personajes.

— Si bien Las noventa Habanas se presenta como una mirada múltiple de Cuba, de las distintas versiones de la isla, la narradora nos ofrece una mirada lúdica –por momentos tierna- sobre la desesperanza; sobre un lugar donde, muchas veces, el ciudadano de a pie ha adoptado aquella teoría de que “siempre se puede estar peor”. ¿Cuál es la Habana de Dainerys Machado?

Creo que tu pregunta explica mi Habana mejor que la respuesta que pudiera darte. En La Habana siempre se podría estar peor, y me niego a verla con total desesperanza porque allí tengo a toda mi familia y porque vida hay una sola, y es la que ellos están viviendo ahora mismo.

— Vives en Miami, el lado B de la Habana, ¿hay “los noventa Miamis?

¡Sin dudas!

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